Mujer ayuda a colombianos de padres suecos a encontrar a su familia

En el techo de varios cuartos, en Suecia, está colgada la bandera de Colombia como un recordatorio permanente del sueño de varios suecos de corazón, pero con ‘empaque’ colombiano.  En el colegio se disfrazan de campesinos, como los muestra Internet cada vez que escriben en un buscador la palabra Colombia. Nacieron acá, pero se fueron hace años al país nórdico y desde ese entonces «la sangre parece estarlos llamando». Uno de ellos es Anders Svensson, un hombre que hace 12 años pisó por segunda vez Colombia, luego de haberse ido en brazos de sus padres adoptivos que le brindaron una vida en Europa. Como varios en Suecia, donde se calcula que hay unos 10.000 adoptados colombianos, para Svensson la tierra natal se había convertido en una obsesión.

Una obstinación que terminó desenredando Eugenia Castaño, una bogotana que recibió a Svensson y que como cualquier anfitriona le mostró la ciudad, lo llevó a comer, a conocer y terminó por reunirlo con su familia natural. «Cuando llegó en el 2000, Anders sonreía. No era solo la primera vez que veía tanta gente similar a él, sino que se sentía identificado, pues su vida transcurría entre gente de ojos y cabellos claros», cuenta Castaño, que lo conoció a través de su hermano que estudiaba en el país extranjero.

A los 30 años, Svensson y Castaño emprendieron una búsqueda en la que la hoja de ruta no era más que la solicitud de adopción y los papeles del lugar donde fue dejado por sus papás naturales. Meses después, en Chocontá (Cundinamarca) Svensson encontró a la familia de su papá, que había muerto años antes. Volver a sus raíces fue tan fuerte para Svensson que no solo continuó visitando Colombia, sino que cambió su nombre al que aparecía en su partida de bautismo: Emilio Cuesta. Su historia causó tanto impacto en su país adoptivo, que unos estudiantes de cine rodaron el documental ‘La sangre llama’, que lo compró la televisión sueca y ganó varios premios. Con la emisión de la historia, a partir del 2007 a Eugenia Castaño le empezó también a llegar una avalancha de correos de suecos con alma colombiana que querían contactar a sus progenitores.

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