Adopción, como nos sentiremos

Adoptar un niño es una opción cargada de amor, en la que ponemos en juego nuestros sentimientos, emociones, presiones diversas y para la que, en ocasiones es bueno  pedir ayuda  a un profesional.

Cuando una pareja toma la decisión de adoptar un niño lleva en su historia, la mayor parte de las veces, una serie de intentos fallidos en el logro de la paternidad biológica. Ambos miembros han debido rescatar el deseo de amar y de trascender.  Y no deben perder en cuenta el objetivo principal: un nuevo integrante vendrá a formar parte de la familia. Necesitará, por lo tanto, un hogar adecuado, tanto en el espacio físico como en el corazón.

Y acá es donde surge un tema más que importante: el apego. Existe una conexión afectiva que establece todo ser humano con su cuidador primario (por lo general, su madre) a través del cual ese pequeño ser, como consecuencia de la capacidad de respuesta y empatía demostrada por el adulto obtiene la seguridad emocional imprescindible para un sano desarrollo de su personalidad.

Cuando aplicamos esta idea en relación a un niño adoptado, el vínculo promogenio entre el pequeño y su cuidador se ha visto dañado, roto, desgarrado. Entonces tendrán los padres adoptantes la delicada tarea de construirlo, de proporcionarle a ese niño un ambiente cálido, atento y en donde sus demandas serán escuchadas, cuidando sus debilidades, respetando sus pérdidas y en donde la expresión sea accesible, en donde el dolor sea tenido en cuenta. A pesar de esto, también es cierto que se deberán establecer límites realistas, para no formar niños déspotas, tal y como se hace con los hijos biológicos.

No tengas miedo, si no te sientes capacitado de pedir ayuda a un profesional, ponerle palabras a la angustia al miedo y al dolor.

Fuente: Uno más en la familia

 

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