«Míos no son, pero como si lo fuesen»

No se preguntan por qué ni tampoco se plantean lo que sufrirán cuando dejen de estar con ellos. Simplemente, disfrutan del presente y de esos ‘hijos’ que no son suyos, pero que hacen suyos en el día a día. Son las familias de acogida de menores.

estas dos mujeres están en la treintena y ambas, aunque no se conocen, trabajan en la rama sanitaria. Una de ellas, Maite, está casada y va ya por su tercer bebé en acogimiento. La otra, Paula, está soltera y asumió ella sola, aunque con la ayuda de su madre, el cuidado y, por supuesto, acogimiento de dos hermanos, de 6 y 3 años. Las dos se apuntaron al programa de Cruz Roja ‘Acollemento familiar en familia allea’ y no se arrepienten.

«Sabes, desde el principio, que esto es algo temporal, que ninguno de los niños nos pertenece, pero lo llevas bien. El momento de la despedida es duro, pero algún día tiene que ser. Lo importante es vivir al momento, y el momento con ellos es maravilloso», afirma Maite.

Esta mujer tiene, ahora mismo, una niña de dos años en acogimiento. Está en su casa desde que tenía nueve meses. Ella misma le enseñó a andar cuando la pequeña ya tenía catorce meses. La niña venía de un centro y había recibido poca estimulación. Al poco de llegar a su casa, la pequeña empezó a cambiar.

«Es asombroso el cambio. Aunque tenía catorce meses, venía como si tuviese seis. Le enseñamos a andar (aunque fuera ya algo tarde), a hablar, a dejar el biberón… Ahora, come de todo. Ahora -insiste- es una ‘tora’», cuenta Maite.

Ella y su pareja se animaron a inscribirse en el programa de acogida después de leer un reportaje sobre este tema, publicado hace seis años en este mismo periódico. Estaban en la playa de Ortigueira, leyeron el reportaje y se quedaron con la idea. Tenían solo 26 años. Al día siguiente, ya estaban apuntándose en la Cruz Roja.

«Pensamos: ¿Por qué no? Nos lanzamos y pasamos un año haciendo cursos, pruebas psicológicas, entrevistas… De un día para otro, nos llamaron para decirnos que teníamos una acogida de urgencia. Se trataba de una niña recién nacida a quien su madre daría en adopción. A los dos días, la teníamos en casa. Como no teníamos nada, la Cruz Roja nos dejó una cuna y así empezamos», explica Maite.

Ahora, ya con la tercera, van acumulando enseres de bebé. Por ejemplo, el cochecito ya lo tienen en casa. «Tuvimos tres niñas, hasta el momento. La primera estuvo mes y medio; la segunda, dos meses y medio y esta última lleva ya nueve meses. A todas les hicimos un álbum con fotos, donde nunca aparecemos nosotros (como es norma en los acogimientos) y cuando se van, se llevan su maletita con sus cosas (su ropa, el biberón, las cremas, los pañales…) y estos recuerdos. Incluso les guardo los restos del cordón umbilical para sus padres adoptivos», dice Maite.

El acogimiento es un paso previo a la adopción, en caso de que los padres biológicos ya no tengan la patria potestad, como sucede con los bebés de rechazo (recién nacidos dados en adopción). En otros casos, los niños son devueltos a sus padres biológicos cuando estos ya están en disposición de hacerse cargo de ellos.

Ser padres de acogida no impide tampoco tener una familia propia. Eso es lo que opina Maite. «Si se quiere, hay sitio para todos. Pensamos tener hijos propios o adoptar, pero una cosa no tiene que ver con la otra. Esto engancha. Das lo que te dieron tus padres y eso, a la vez, te llena mucho porque ayudas a alguien que lo precisa», cuenta.

Maite, como otras madres de acogida, se reúne dos horas a la semana con la madre biológica de la niña que tiene en acogida. La cita es en el Punto de Encuentro, ubicado en el callejón de la Diputación. Se trata de un trámite necesario. «Le cuento si tiene catarro, si comió bien, los avances que va haciendo… es una toma de contacto entre la familia biológica y la de acogida», explica.

A Maite, la niña ya la llamó «mamá». Ella no se lo enseñó. Cuando se marche, su foto pasará al salón, junto con la de las otras dos niñas. «Y lo volveré a hacer. Incluso, si teniendo esta niña, hay algún caso, hacemos un hueco en nuestra casa. No te cuesta nada», dice.

Maite trabaja a turnos, pero señala que, pese a ello, tiene tiempo para ocuparse de un niño. «Se hace tiempo. Esto te ayuda individualmente, como persona, como familia, como pareja. Al final, tienes toda una red social apoyándote», comenta.

DOS HERMANOS

Paula Iglesias es madre soltera de acogida. Había pedido una niña, menor de tres años, y le salieron dos niños, de tres y seis. Lleva diez meses con ellos y no los cambiaría por nada. «Lo hago por ayudar, porque concibo de otra forma el mundo. El mundo es muy egoísta. Piensas que tus hijos son tuyos pero después compruebas que son de sus amigos, de sus novios y, finalmente, de sus vidas. Otra gente me dice: ¿Y qué harás cuando los recojan sus padres? Pues no pasa nada porque todos compartimos el cariño y cooperamos en lo mismo, en el cuidado de los niños», manifiesta Paula.

La juventud de esta mujer no fue fácil. Sobrevivió a un tumor y a un accidente de tráfico que la dejó con la cara destrozada y un tiempo en la Uci. Superó todo, pero reflexionó mucho. Al final, sus vicisitudes le enseñaron dos cosas: que hay que vivir el presente y hay que ayudar a los demás.

«El mayor me pregunta a menudo qué va a pasar cuando se marche de junto de mí y yo le digo que siempre voy a estar ahí, pase lo que pase. Estos niños te van a recordar toda la vida por lo que hiciste por ellos. El pequeño, por ejemplo, no sabía comer porque no venía acostumbrado a masticar, tampoco nunca había dormido en una cama y se abrazaba a la almohada todas las noches (en casa, dormía en el suelo o en el sofá)… Son cosas que te impactan. Para ellos, todo es nuevo. Alucinan con el cine. El mayor lleva tres años de retraso en la escuela. Menos Plástica y Gimnasia, suspende todo. Es muy importante que conozcan lo que es el cariño, una estructura familiar, que sepan que el mundo no es tan malo como se lo hicieron ver», dice.

Paula es enfermera. Siempre, desde niña, se había planteado la posibilidad de acoger cuando fuera mayor. Una experiencia en el hospital con un recién nacido que sería dado en adopción la marcó para siempre. «Hasta aquel momento, pensaba que los bebés solo lloraban, defecaban y dormían. Un día, cogí en brazos a un niño que iba a ser dado en adopción y que no fue llevado a su madre a la hora de la lactancia. El niño se agarró a mi dedo fuertemente y cuando lo solté, se sintió tan desprotegido que no paró de llorar», afirma.

Ahora Paula ocupa su escaso tiempo libre en coser los disfraces de Carnaval de los niños. Y disfruta. «Ya me ves, ¡con la gracia que me hacía a mí antes coser!», dice.

CAMBIO

Tres tallas en un año

Los niños que Paula Iglesias acogió gastaron ya tres tallas diferentes en menos de un año, el tiempo que llevan con ella. A ello contribuyen los cuidados y el ambiente familiar. Por otra parte, Paula reconoce que los pequeños que son entregados en acogida requieren más cariño que un hijo propio. «Son más posesivos. Están siempre pegados a ti porque se sienten más seguros», cuenta.

Otras rutinas

Acoger a un niño siendo soltera es todo un cambio de vida. Paula, que trabajaba en O Barco, hacía todos los días 300 kilómetros para estar por la tarde con los niños. «Eso me suponía unos 700 euros al mes en gasoil. Pero lo asumí. Desde que tengo a los niños, ya no puedes dormir, ni comer con tranquilidad. Cualquier cosa que hagas es para ellos, pero merece la pena. Yo no lo cambiaría de nada y a mí ellos me cambiaron mucho la vida, pero siempre para mejor. Recuperé la ilusión y me siento mejor conmigo misma porque haces algo por los demás», afirma.

Carmen Fernández: Trabajadora social

EL PROGRAMA

La crisis económica, lejos de ahuyentar solidaridades, parece que las atrae. En la sede provincial de la Cruz Roja, están comprobando que aumenta, desde hace unos meses, el número de familias que se inscriben en el programa de acogida de menores. Tanto es así que el banco de familias reúne ya a 30, la mayoría concentradas en Lugo capital. El número nunca es suficiente y Cruz Roja pretende que los ofrecimientos se distribuyan también por concellos de A Montaña y del norte y sur de la provincia, donde son más escasas las inscripciones. «Estanos chamando máis xente para ser familia acolledora. É como se a xente estivese máis predisposta. Neste momento, das 30 familias que temos dispoñibles, só seis están acollendo a nenos e, en total, son oito os nenos que están convivindo con familias. O número de nenos que se van coas familias vén determinado polo Servizo de Menores da Xunta», explica la trabajadora social, responsable del programa de Cruz Roja, Carmen Fernández.

En este momento, hay dos niñas que están en espera para ser acogidas en familias. Como contraprestación económica, las familias reciben una ayuda mensual de la Xunta que oscila entre los 600 euros que se pagan por un niño menor de un año hasta los 400 euros, si tiene entre uno y tres años, y los 240, si tiene más de esa edad. «A axuda é maior se son bebés porque supoñen uns coidados continuos. Aínda que poucas, segue a haber nais que dan os seus fillos en adopción nada máis nacer. Especialmente, adolescentes», explica Carmen Fernández.

Para sumarse al programa, solo hay que presentarse por Cruz Roja y aportar una serie de documentación como fotocopias del DNI, del certificado de empadronamiento y de la declaración de la renta. Las familias también han de ser sometidas a una valoración psicosocial que derivará en un informe de idoneidad extendido por la Xunta. Además, deberán hacer un cursillo. «Desde que fan a inscrición ata que teñen un neno, poden pasar meses», cuenta la trabajadora social.

En otros casos, las familias optan por un acogimiento de fin de semana. El resto de la semana, los niños están en un centro. «Nestes casos, predominan os adolescentes que carecen de vínculos coas súas familias biolóxicas. Para eles, esta saída a unha familia de acollida é moi importante porque lles estás dando un referente familiar e lles inculcas uns valores e unha educación. Nós dicímoslles sempre ás familias que é importante que, desde o primeiro momento, se insista na necesidade en que poñan as zapatillas nada máis chegar á casa e que aprendan a facer unha tortilla porque esas cousas non se aprenden nos centros e cando cumpren dezaoito anos saen e enfróntanse á vida sen saberen nada», comenta Carmen Fernández.

Fuente: El Progreso

 

 

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