En búsqueda de un hijo

A los padres adoptivos les sobra cariño y, por lo general, salen ganando. El ser adoptado cambiará las espinas del trauma por la fragancia del amor.

Mucho es lo que se ha escrito y lo que se sabe del amor apasionado, pero es mucho también lo que se ignora: por lo común, se concluye que el amor y la razón no transitan por la misma senda. La lógica de la razón es distinta de la del corazón (ya lo vio Blas Pascal). Es cierto, porque en nombre del amor siempre hay razones para obrar sin razón. Pero como no hay regla sin excepción, existe un caso en que con el razonamiento se busca al amor y, cuando se lo encuentra, parece que todas las cosas nacen de nuevo.

La empresa que emprende la madre adoptante, cuando su pasión se basa en un acto de amor, está más cerca del Creador, ya que dedica su vida a ofrecer una familia a un incipiente ser que no la tiene. Como recompensa por ese sublime acto, al tiempo parece que todas las cosas nacen de nuevo. Porque lo que induce al niño adoptivo a identificarse con su madre no parte de los discursos moralizadores sino del amor que la motiva.

El trámite que se inicia es azaroso. Se refiere en la publicación Guideposts , Nueva York, 1981, que la señora Grace Thompson no sabía cómo explicarle a su nena de 4 años que era una criatura adoptada.

Como la pequeña gustaba de los cuentos, una noche le contó que había una vez una gallinita negra que tenía un pollito muy pequeño. Un día se fueron a pasear y apareció un lobo y se comió a la madre. El pollito estaba solo en aquellas espesuras; era de noche y ni siquiera sabía volver a casa. Pasó una gallina blanca y oyó piar al pobrecito asustado.

–¿Qué estás haciendo, pollito? Es tarde y eres demasiado pequeño. Vamos, vamos a casa –sugirió.

–Es que el lobo se ha llevado a mi mamá y no sé qué hacer.

Lo puso debajo del ala y cuando llegó papá gallo, le dijo: “Tómalo bajo el ala que tiene frío. Voy a preparar una comida caliente”.

La narración tuvo éxito. La niña pedía que se la repitieran y, al acostarla, la madre decía: “Buenas noches mi pollito, mi niña elegida”.

El tercer trauma

Pero llegó el gran día de la verdad. Es decir, llegó el día del tercer trauma. Porque además del parto y del abandono del amor, el pequeño se entera en cierto momento de que es adoptado. Algunos no se acuerdan para nada de sus padres naturales pero, para otros, es una verdadera obsesión. La señora Thompson, convencida de que hay que ofrecer cariño y esperar, explicó como pudo la verdad.

Al cumplir la hija 18 años, quiso conocer a su madre biológica. La localizaron y la citaron. Cuando la vio aparecer en el porche , la observó: tenía la misma estatura que la hija, los mismos ojos, el mismo cabello. Como era creyente, la señora comenzó a rezar: “Dios mío, no permitas que la pierda”. Se reunieron los tres. Finalmente, a la semana, la niña expresó que esperaba ser buena amiga de su madre biológica, pero que en realidad la verdadera madre seguía siendo la adoptante.

Es que a los padres adoptivos les sobra cariño y, por lo general, salen ganando porque en el amor, el que cede gana. Ese ser adoptado irá cambiando las espinas del trauma por la fragancia del amor. Y la soledad, cuando sobra el amor, no es soledad.

La madre adoptante, arrullando con ternura esa pequeñez que inquieta con sus primeros gemidos o consolando esos ojitos tristes que se presentan caminando a un nuevo hogar en busca de cariño, se consagra en la promesa que da sentido a la creación, porque la alegría del hogar ha llegado en el instante en que una mujer estaba buscando un hijo para ofrecerle su corazón.

Fuente: La Voz

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