Castigos, otras medidas de disciplina y niños adoptados

Del fantástico blog ‘Buenos Tratos’

Quiero hablaros de un tema que suele salir frecuentemente tanto en el ámbito clínico, en el trabajo terapéutico, como en las sesiones de formación (talleres o jornadas) con las familias adoptivas: el castigo. ¿Hemos de castigar a los niños o adolescentes cuando traspasan un límite, no obedecen de manera recurrente o desafían una norma? ¿Conseguimos con el castigo ser eficaces y poner fin a la conducta de desobediencia o de desafío? ¿Está contraindicado castigar a los niños adoptados que han sufrido con anterioridad el maltrato o el abandono en sus familias o lugares de origen? ¿Qué medidas de disciplina usar? ¿Se puede retirar al niño a un lugar aislado? ¿Hay que quitarle cosas que le gusten para que aprenda y reaccione?
En primer lugar, empezaremos por hacer una breve exposición de las técnicas de modificación de conducta y en qué principios de aprendizaje se sustentan.
La psicología de la conducta, con una larga tradición, nos dice que los sujetos aprenden según cuál sea la consecuencia a una conducta. Así pues, si deseamos fortalecer comportamientos y que aumente la probabilidad de emisión de los mismos en el futuro, debemos de aplicar contingentemente una consecuencia positiva, lo que técnicamente se denomina refuerzo positivo. Si el niño estudia, felicitarle. Si saca buenas notas, comprarle un regalo previamente pactado. Por el contrario, si la consecuencia de una conducta es negativa (tanto porque se le aplica un estímulo aversivo como porque se le quita algo que al niño le guste), la probabilidad de emisión de esa conducta se reducirá en el futuro. Por ejemplo, retirarle la videoconsola durante una semana por insultar a la profesora.
En el refuerzo negativo (que no hay que confundirlo con el castigo) la conducta del niño pone fin a un estímulo desagradable para él (por ejemplo, montar una pataleta cada vez que la madre le pone pescado; la pataleta va en aumento y con ella el niño pone fin a la ingesta de este alimento porque la madre lo retira ante los gritos) Esta conducta de este niño está reforzada negativamente por la madre.
Por extinción entendemos la eliminación progresiva de un determinado comportamiento porque la consecuencia que lo reforzaba desaparece. Por ejemplo, si cada vez que el niño habla en clase éste obtenía la atención de la profesora, para extinguir este comportamiento la maestra ha de ignorar esa conducta. La extinción es un procedimiento lento para hacer desaparecer comportamientos que están previamente arraigados.
Y, finalmente, el tiempo fuera consiste en apartar al niño del ambiente donde con su conducta está generando consecuencias negativas, llevándole a un sitio aburrido y sin estimulación, sin prestarle ninguna atención. Durante un tiempo debe de permanecer en ese sitio solo. Si retorna al lugar en el que estaba y vuelve a emitir el comportamiento negativo, debe de regresar al tiempo fuera.
Estos son los principios básicos de conducta, explicados de un modo sencillo y con los que casi todos los padres, adoptivos o no, se manejan con sus hijos. Casi todos alaban a sus hijos ante sus comportamientos positivos, castigan los negativos o apartan a los niños a su cuarto para que reflexionen sobre lo que han hecho.
Pero… ¿Es esto realmente eficaz para los niños que tienen historias traumáticas de vida? ¿Es esto conveniente, aparte de que pueda ser eficaz, para un niño que acarrea la pesada carga del maltrato y que ha sufrido y sufre por ello?
Sin ningún ánimo de minimizar los aportes tan positivos que los principios de psicología conductual han proporcionado a la terapia del comportamiento, por ejemplo con técnicas útiles, eficaces para el tratamiento de la ansiedad, la depresión u otras patologías, ayudando a las personas a alcanzar un bienestar o una mejoría en su salud mental, estimo que las aplicaciones al ámbito infantil en el área de los problemas de conducta o emocionales, aun pudiendo en algunos casos ser eficaces, me parecen inadecuados. Y en el caso concreto de niños adoptados o acogidos con historias de malos tratos a sus espaldas, posiblemente traumatizados, me parece contraindicado. Ahonda claramente en el sufrimiento del niño y pueden, incluso retraumatizar.
Veamos unos ejemplos:
A un niño que proviene de un orfanato de Rumanía en el que ha estado cuatro años casi aislado, sin estimulación alguna, con retraso en el desarrollo, con un déficit auto-regulatorio y con trastorno de la vinculación, practicar con él un tiempo fuera porque grita y se enfada cuando le mandamos hacer los deberes, gatillará su cólera porque conectará con el abandono que vivió. Llevarle a una habitación y dejarle allí no le ayudará a reflexionar ni podrá hacer la conexión causa-efecto.
A un adolescente que vivió en sus primeros años de vida en un centro de acogida donde no tenía nada, apenas para comer, sin ninguna pertenencia propia, sus padres biológicos ya ni le visitaban, con un sentimiento de desarraigo y de haberlo perdido todo, el que sus padres adoptivos le castiguen quitándole la videoconsola porque no estudia, probablemente no le haga efecto. Le hará conectar con la carencia. Para quien lo ha perdido todo o no ha tenido nada, quitarle cosas le dispara este sentimiento de carencia.
Darle premios materiales a un niño para que estudie, no robe, no pegue a los niños de su clase o realice otras conductas le lleva al menor a manipular al adulto.
Personalmente, he trabajado con estas técnicas (pues estoy formado en modificación de conducta y sé de lo que hablo) cuando no era consciente de lo que supone su aplicación con estos niños. Y el resultado que he obtenido ha sido negativo. Se producen una serie de efectos secundarios e indeseados que son peores que lo que tratamos de lograr (en el supuesto que se logre) Afortunadamente, la intuición, rápidamente, me indicó que éste no era el camino e, incluso, pedí disculpas a los niños por haber usado el tiempo fuera. Nunca llegué a castigar ni a proponer a los padres el uso del castigo; sabía que eso era muy negativo para estos niños. La formación que hice posteriormente me situó en cuáles eran las medidas de tratamiento más adecuadas. Y como las he probado y funcionan (con tiempo, calma, paciencia y constancia), por eso las comparto con vosotros/as.
Los propios niños y adolescentes me dicen que castigarles, sacarlos fuera, ignorarles… agrava aún más su conducta. Se sienten maltratados de nuevo por el adulto. Y además, dicen, esas medidas no consiguen frenar sus comportamientos negativos.
Muchos padres argumentan lo siguiente: entonces… ¿qué hacemos? ¿No le ponemos límites? ¿Le dejamos hacer lo que quiera? Obviamente, no. Lo que ocurre es que, normalmente, estamos pensando que los niños o adolescentes pretenden tomarnos el pelo cuando se niegan a hacer un determinado comportamiento. O si no quieren estudiar, es que son vagos. O que buscan fastidiarnos. Lo que casi nunca nos preguntamos es qué le puede pasar interiormente (pensamientos, emociones…) al niño o joven para comportarse del modo en que lo hace.
Para mí, hay otras maneras de poder, lo primero, comprender lo que al niño o joven le pasa. Hablar y preguntar. “No quieren hablar”, dicen a menudo los padres. De acuerdo. Quizá hay que elegir el mejor momento para que podamos dialogar e investigar qué le pasa para desobedecer tanto, haber sacado tan malas notas, etc. Darle opciones: ¿puede ser que te pase esto o esto otro? Se habla muy poco con los hijos. El ritmo de vida es frenético y todos queremos que funcionen como adultos en miniatura. Se dedica muy poco tiempo o nada a jugar, merendar juntos, leer, ir al campo… Convivir y vincularse. Más allá de funcionar y cumplir con tu obligación. Lo primero es crear el vínculo, la unión, ese sentirse sentidos del que tanto hablamos pero tan poco cultivamos. A mí me parece preocupante el escaso tiempo que se dedica a los niños y lo mucho que se les aparca con la excusa de que es bueno que haga tal o cual actividad. Cuando lo prioritario es enseñarle a ser y estar. Vínculo=permanencia.
Otra manera de enseñar y educar al niño es mediante la calma y la tranquilidad. Los padres, a menudo estresados ellos, con las prisas del día a día, no son conscientes de que ya van crispados por el niño. Estar serenos y tranquilos, pero firmes en nuestras manifestaciones, es muy importante. Hace pocos días un padre me decía que cuando se calma él, consigue calmar a su hijo. Muchas de las veces, problemas de ira, de agresividad… se conducen mucho mejor si damos una buena estructura al hijo (un orden predecible) y le regulamos con las palabras, tranquilizándole y ayudándole a parar haciendo que suelte el acelerador. Óscar Pérez-Muga expone magistralmente en nuestro libro “Todo niño viene con un pan bajo el brazo” cómo se puede tratar a los niños en función de su perfil de apego, y cómo a los niños más punitivos es mejor ayudarles a parar (él pone la excelente metáfora del coche) no de un frenazo en seco (castigo) sino ayudándoles con palabras calmantes a que bajen y paren soltando el acelerador. A fin de cuentas no debemos olvidar que ahí está su gran déficit pues carecieron de figuras de apego estables que actuaran como filtro estabilizador y por ello no controlan sus emociones y conductas. ¡Cuantos conflictos irían mucho mejor si nos calmamos y calmamos a los hijos! Pero no lo hacemos porque mantenemos muchas ideas preconcebidas tales como que no quiere hacer lo que debe hacer o nos toma el pelo, pero no nos lo planteamos como un problema de regulación y de que el niño no se sabe contener y hemos de enseñarle.
Otra táctica son las medidas reparatorias que rarísima vez me encuentro con padres o familias que las hagan. Si causa un daño o no hace algo bien, ha de reparar sus acciones haciendo algo positivo por la persona agraviada. O si rompió algo o no cumplió con su obligación, ha de arreglarlo o hacer algún trabajo que beneficie a la familia. Les ayuda a conectar con los demás, a desarrollar la empatía y aprender que lo mismo que pueden dañar es posible reparar. Es cierto que los niños se suelen negar, pero si les ayudamos y nos lo tomamos con paciencia, lo podemos conseguir.
Cuando no hacen buen uso de las cosas, se puede acordar con ellos una medida de protección. Nada se les quita, puesto que es suyo. Pero sí se acuerda guardarlo hasta que sea el momento apropiado o cuando aprenda a hacer un buen manejo de esa cosa.
Soy consciente de que es realmente muy difícil y que no hay un camino sencillo y una receta para todos (cada caso requiere un estudio propio), para tratar las conductas negativas de los niños con trastornos del apego. La aceptación fundamental del niño o joven (aceptarle siempre como persona, pero las conductas negativas no se toleran si dañan a las personas o a las cosas); la calma y la tranquilidad (elegir el momento en el cual el menor esté más receptivo a hablar; a veces es mejor dejar pasar la tormenta y esperar a que se estabilice); valorar desapasionadamente muchas de las conductas a las que les damos excesiva importancia (que se ponga determinada ropa o que no coma determinados alimentos, por ejemplo); la metacomunicación empática (“algo te debe de pasar para comportarte hoy así, vamos a calmarnos y luego hablamos”); enseñarles las cosas y acompañarles (¿cuánto grado de dependencia tiene el niño para hacer las cosas?); no dar por supuesto que saben todo lo que tienen que hacer; tener paciencia y perseverancia; ayudarles a reparar; regular a los niños enseñándoles a soltar el acelerador y no frenándoles con castigos o amenazas; no castigar físicamente jamás (ni tampoco con otro tipo de castigos); ser tolerantes; usar el sentido del humor; apreciarles y agradecerles su colaboración y sus logros; darles oportunidades para volver a empezar; y mantener siempre preservado el vínculo («aunque nos enfademos te quiero y te acepto siempre; y siempre te querré y te cuidaré») “¡Si eso ya lo sabe!” – dicen algunos padres. Pero necesita oírlo una y otra vez.
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