Ser espejo de identidades

Os transcribimos una preciosa y muy interesante entrada del blog de Pepa Horno que reproduce un artículo que escribió sobre su experiencia del proceso de construcción de la identidad de su hijo, como ejemplo de una identidad que tiene elementos diferentes en el sentido de menos comunes: un niño adoptado, familia monoparental etc…

 

Dicen que la identidad se construye con la suma de recuerdo y narración. Nos relatamos nuestra biografía para llegar a saber quienes somos. Pero esa narración la construimos desde el espejo de quienes nos aman y cuidan, y para esas personas amadas. Ser el espejo desde el que mi hijo configura su identidad es el mayor privilegio y también la más rotunda responsabilidad que he asumido en mi vida.

Mi privilegio no es sólo verle crecer, sino contemplar la aparición de un ser humano con identidad propia y diferenciada, no sólo a nivel físico, sino a nivel emocional y relacional. Es algo mágico ver a un bebé que depende de ti para todo convertirse en una persona capaz de manifestar su propio criterio. Sé que siempre tuvo criterio propio, pero el cambio de verle manifestarlo y defenderlo es fascinante.

Conversación con mi hijo a los 3 años:

-Mamá, ¿tú por qué eres una mamá?
-Cariño, no entiendo a qué te refieres, las mamás somos mamás y los niños son niños.
Pero dime: ¿Para ti qué es una mamá?
 -…-una mamá es… cuidar…dar cariño…y abrazar
– silencio, emocionada yo y abrazados
– Bueno, y en mi caso también reñir de vez en cuando, verdad?
 -Bueno, sí, eso también.

Mi hijo es un niño alegre, inquieto, cabezota, seductor, inteligente, sensible, rápido…y también es un niño adoptado por una madre sola que soy yo. Mi hijo es un niño que escala y salta como un saltimbanqui, que baila y ríe, que cuenta historias de animales antes de dormir, que habla sin parar y que te dice “estoy triste”, o “estoy rabioso” o “me duele” o “te quiero”, que acaricia y canta nuestra canción a los bebés que quiere, que adora a sus primos y a sus amigos, que se queda embobado ante un hormiguero… Mi hijo es todo eso y mucho más, y ha de aprender a construirse un relato de sí mismo donde quepa todo eso y donde unos datos no oculten, distorsionen o magnifiquen a otros.

Conversación con mi hijo a los 4 años:

-Tú cuando tenías cuatro años y eras pequeña, ¿Sabías hacer esto?
-No, cariño, yo nunca supe saltar como tú.
-Es que hay que ser un niño travieso como yo para saber hacerlo y saber trepar a los árboles.

Porque la identidad no es sólo los hechos que ocurrieron sino sobre todo el modo en que te cuentas aquellos hechos. Un relato que construyes y en el que he podido comprender que cuentan tanto las presencias como las ausencias y los silencios casi más que las palabras. Y un relato que permite “nombrar” el mundo, ponerle nombre a las cosas, a las personas, a los sentimientos, a las sensaciones…y depende de cómo los nombres el significado que acaben teniendo para ti. Y que hace consciente tu propia subjetividad, y desde ella puedes conectar y reconocer tus propias emociones, así como comprender las de los demás, sus sentimientos y su fragilidad.

Conversación de un amigo con mi hijo a los 4 años:

-Hay que buscarle una rata a la rata de Mario para que tenga una familia, porque si no la tiene se pondrá triste.
-Estamos de acuerdo en que tener una familia es lo más importante en la vida.
-Lo es. Yo la tengo, tengo a mi mamá, la encontré y desde entonces no he vuelto a estar triste.

Somos cuando existimos para alguien, y siento que la pregunta base de mi hijo no es “¿De dónde vengo?” sino “¿Para quién existo?”. Me doy cuenta de que mi hijo ha buscado esa certeza en sentir que existe para alguien. Y es desde mi opción de maternidad consciente, en ese saberme su espejo, desde donde decidí responderle todas las preguntas que me va haciendo en el mismo momento en que me las hace sin miedo, sin crear “temas tabú”, reconociendo el dolor cuando lo hay, dando lugar a las ausencias, honrando a quienes ya no están…

Conversación con mi hijo a los cuatro años:

– ¿Yo cómo nací, mamá?
-¿Qué quieres saber?
-¿Cómo salí de tu tripa?
-No, cariño, no saliste de la mía, sino de la de la mamá que..
-Sí, ya sé, la mamá que me llevó en la tripa y luego te buscó para que fueras mi mamá, ¿Pero cómo? ¿Cómo salí de su tripa?
-¡Ah, es eso lo que quieres saber! por la vagina
-¿Por la vagina?
-Sí, cariño, es igual que los bebés de muchos animales. Las mujeres llevan a los bebés unos meses en la tripa y luego cuando ya están listos, los expulsamos por la vagina que se ensancha mucho para que quepa la cabeza del bebé. Como E., que estuvimos ayer con ella, estuvo muchos meses en la tripa de L., tú la viste, hasta que luego nació.
-¿Y como la bebé de M.?
-Exacto, igual.
-Alááááá!!!- dijo, se me subió encima y se apoyó contra mi pecho.

Y en esa narración, en esa identidad que surge en mi hijo, hago yo también consciente mi educación en valores. Porque es en la narración de sí mismo y de nuestra historia juntos que le ofrezco en cada una de mis respuestas donde le trasmito mis propios valores. He intentado que él construya su identidad sobre tres pilares de vida: la alegría, el valor y el amor. El tiempo dirá si lo he conseguido. Quiero que mi hijo se sienta amado, se sienta capaz de ser feliz y viva su diferencia como algo valioso que le hace único. Quiero también que pueda dolerse de sus ausencias y viva la gratitud hacia sus presencias. Porque la emoción que más invade mi maternidad después del amor a mi hijo es la gratitud: por su existencia, por su llegada a mi vida, por su amor incondicional, por el regalo de despertarle cada día acariciándolo…

Y me doy cuenta de que conforme la identidad de mi hijo se crea, la mía se transforma. Porque soy otra persona desde que fui madre. Porque el amor transforma. No sólo a él, proporcionándole una identidad, un lugar en el mundo. Me cambia también a mí de una forma tan profunda que apenas ya si recuerdo cómo era yo antes de que llegara él, antes de empezar a mirar la vida a través de sus ojos y sentir que mi piel acaba en la suya.

Mi hijo me ha confrontado con mi cuerpo y mi memoria, con la necesidad de vivir desde mi piel, no desde la cabeza, ni siquiera desde el corazón, sino desde la piel. Me ha enseñado a honrar mi vida. Me ha mostrado mi propia fragilidad y me ha enseñado la compasión. Y es que él también es mi espejo. Porque aquellos a quienes elegimos amar configuran nuestra identidad, y eso le ocurrió a mi hijo cuando llegó con un año y me ocurrió a mí con treinta y cuatro. Somos espejo de identidades. Ocurre cada vez que amamos, y el cambio llega para quedarse.”

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