Similitudes entre la madre biológica y la adoptiva

Existen dos procesos totalmente diferentes en cuanto al hecho de tener un hijo: la gestación y la espera de un hijo adoptivo. Sin embargo, en el fondo hay un mismo sentimiento, que es el de ser padres, y ese sentimiento es igual para todos. Una madre biológica vive el embarazo y la espera como un acontecimiento que provoca en ella sentimientos encontrados: por un lado es motivo de alegría e ilusión, pero por otro es origen de muchos temores. Durante el primer mes los cambios emocionales se manifiestan, y aunque no hay signos físicos que evidencien el embarazo, la futura mamá se empieza a sentir cansada, con sueño, un poco confusa, más sensible de lo normal…

Sobre todo si es el primer embarazo, es normal que experimente estrés e inseguridad emocional, ya que al principio no se está segura de estar esperando un hijo, y habrá momentos de dudas y desconcierto hasta llegar a asumir la nueva situación. La maternidad de una mamá adoptiva no es muy diferente a la de una mamá biológica: tiene exactamente la misma ilusión y la misma alegría. Al principio se empieza el proceso con entusiasmo, aunque se está un poco expectante sobre cómo saldrá todo, pero se vive con mucha intensidad; todo es esperanza y ganas de tenerlo pronto cerca.

El embarazo biológico

En el caso del embarazo, la seguridad y, en cierto modo, la tranquilidad en todo lo que se está experimentando aparece con la primera ecografía: el hecho de oír el corazón del feto y ver lo que está ocurriendo por dentro. Todo esto ayuda a aceptar con más alegría las pequeñas molestias que van apareciendo. En las primeras ecografías se le empieza a sentir como un miembro más del cuerpo, por lo que se vive con mucha emoción; todo lo que se siente en ese momento, son sensaciones y sentimientos únicos, porque realmente es cuando de verdad la mamá se lo empieza a creer: tiene un ser creciendo y formándose dentro de ella.

Durante los meses de embarazo la madre siente que el bebé la oye, se toca la tripa para que la sienta, cuida su alimentación para no perjudicarlo e intenta no darse ningún golpe ni resentirse para protegerlo mejor. Es algo muy frágil y no quiere que nada salga mal, por eso se cuida e intenta no hacer ningún exceso. El último mes es el que se hace más largo y más pesado; todo lo que ha estado ocurriendo durante los ocho meses anteriores ha sido algo novedoso y lo ha estado viviendo con mucha emoción e intensidad, descubriendo cada día algo nuevo. Sin embargo, cuando se va acercando la hora del parto, empiezan a surgir otros sentimientos: nerviosismo, miedo al parto, temor a que venga mal, a que no salga todo lo bien que se desea… Afortunadamente, todos esos temores quedan aparcados cuando por fin se ve la cara del hijo, y en él, cosas y rasgos que se habían estado imaginando durante el embarazo.

Una mamá biológica me comenta que no cree que haya distinción entre ella y otra madre adoptiva, ya que ambas tienen una misma ilusión: «poder abrazar a su hijo y darle todo el amor que tienen dentro de ellas». Pero dice también que la mamá biológica tiene que esperar 9 meses para ver a su hijo y la adoptiva no sabe cuanto tiempo tendrá que esperar, por lo que comenta que a lo mejor la otra madre tiene más miedo, ya que no está determinado el tiempo de espera.

El embarazo de la mamá adoptiva

Los primeros meses, una mamá adoptiva se empieza a fijar en niños que puedan ser de la misma raza o cultura a la que su hijo va a pertenecer; pregunta un millón de dudas, lee un montón de libros y artículos que tengan que ver con todo lo que una adopción conlleva, y aunque no siente al bebé en su tripita, lo siente en su corazón y en su pensamiento, siendo cada día que pasa más alentador, porque sabe que cada vez falta menos. Las reuniones (tanto si se va por ECAI, las que allí se dan, o si se va por libre, las que se hacen con las demás parejas de padres adoptivos) serían como las ecografías: en ellas lo enseñan todo sobre la cultura del niño, sobre las costumbres que se tienen en ese país: cómo viven, cómo son los orfanatos… y todo esto despierta más el interés y las ganas de que llegue el día, aunque también surjan dudas y miedos. Cada reunión es un movimiento del niño dentro de cada mamá; lo sienten más cercano, y de la misma manera que cuando se va al ginecólogo y éste dice que todo va bien, en estos encuentros sucede lo mismo. Las mamás salen de las reuniones ilusionadas, motivadas. Empiezan a preparar cosas, a comprar lo que vaya haciendo falta, y así pasan los meses de espera, como todas las mamás del mundo. Imaginan la cara de su hijo, se preguntan cómo será, si estará bien, si la adaptación será buena, si encontrará en él rasgos que se asemejen a los suyos… son muchos los interrogantes que surgen, al igual que en el caso de las mamás biológicas. Cuando llega el final del proceso, como en un embarazo biológico, empiezan a estar más nerviosas,y cuando por fin llega el día y ven la cara de su hijo, todos esos miedos que habían acumulado se convierten en alegría al ver que todo está bien. Ahí es cuando llega la sensación de que la espera ha valido la pena.

Las mamás adoptivas se creen incomprendidas, porque al hablar con la gente, nadie entiende cómo pueden sentir como si estuvieran embarazadas, pero cuando se reúnen con familias que están en la misma situación y comparten lo que cada una de estas familias vive, se sienten identificadas y mucho más seguras de que lo que sienten es cierto y no una locura. La verdad es que están embarazadas, y aunque no les crece un ser pequeñito durante nueve meses en la tripa, ese ser crece en su corazón, y todo el tiempo que habían ansiado ese momento las llena completamente de felicidad, como llenaría a cualquier padre o madre, biológicos o adoptivos, que hayan estado esperando a un hijo tan deseado.

La maternidad no es el hecho de llevar a tu hijo o a tu hija nueve meses en tu vientre o en tus entrañas, sino el hecho de desearlo, ese deseo que nos mueve a cada uno de nosotros a ser madres y padres.

Fuente: Revista Niños de Hoy

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