El tutor de resiliencia

La resiliencia no es más que aquella capacidad tan antigua como la misma humanidad de sobrellevar adversidades y de salir fortalecidos de ella. No nos constituye en “superhombres”, nos convierte en seres sensibles al dolor, al sufrimiento y a la adversidad pero que no sucumben frente a ellos, que no se dejan vencer por ellos, que se enfrentan a ellos, los resuelven si pueden y, si no es posible, encuentran en esa dificultad una oportunidad para crecer, para ser mejores.

Como somos seres sociales por naturaleza y por cultura, precisamos de los otros: para poder nacer, crecer, adaptarnos a nuestro ambiente, desarrollarnos, aprender y evolucionar. Para poder “estar resilientes” precisamos de la interacción con el ambiente. Solos no podemos.

Por eso, la sociedad crea las instituciones sociales: comenzando con la familia, primer grupo humano con el mandato de llevar a cabo esta primera socialización y de crear los vínculos primarios, los básicos, los fundamentales. Después aparecen las otras instituciones: la familia extensa y los amigos. Luego, la escuela, las instituciones encargadas de la administración de otros aspectos importantes como la salud, la justicia y el bienestar social, constituidas por el Estado, representado por los gobiernos.


Entonces, por definición, la resiliencia tendrá lugar sólo si existe una interacción con el ambiente que permita una adaptación positiva en contextos de adversidad.

La resiliencia sociocultural es una mirada dentro de la teoría de la resiliencia que pone el foco en lo social y en lo cultural. Dentro de este marco podemos decir que, para llevar a cabo esa interacción, el ámbito social y cultural ofrece referentes al individuo, llamados “otros significativos” o “tutores de resiliencia”.

Al igual que los tutores que ayudan al crecimiento de un árbol, le permiten a la persona contar con alguien que le haga sentir valiosa, digna de amor y respeto, y que le ayude a generar una autoestima positiva a través del fomento de las fuentes de la resiliencia individual: “yo soy…”, “yo estoy…”, “yo tengo…”, “yo puedo…”, “yo hago…”. Las fuentes de resiliencia sociocultural son las mismas pero con el pronombre “nosotros”.

Estos tutores, para ser verdaderos generadores de resiliencia, tienen que poseer tres cualidades fundamentales:

  • Amor incondicional: amar a la persona plenamente, sanamente.
  • Presencia: tienen que estar “presentes”, activa, real y concretamente en la vida del sujeto, ser parte de la misma interactuando constantemente con él.
  • Plasticidad: tiene que poseer la capacidad de adaptación a situaciones nuevas y cambiantes, sobre todo en los tiempos en que vivimos, tan vertiginosos y de cambios tan acelerados y bruscos.

Estos “otros significativos” tienen que poseer una escala de valores positiva, que sea coherente con la del ambiente. Como delegados del entorno, deben poder mostrar cómo “hacer” las cosas para alcanzar determinados resultados, con una conducta tan ejemplar como las palabras.

Así, con acciones motivadas por valores, se alcanza el “sentido de la vida”, que guiará la existencia humana, que sólo tiene como destino final la trascendencia, una dimensión espiritual que es parte de la esencia humana y que nos diferencia como especie.

Cada sociedad valoriza y jerarquiza la manera de acceder a esa trascendencia a través de escalas de valores y pautas culturales que no pueden discutirse o denigrarse, siempre y cuando no sean perjudiciales para las personas. Por eso el concepto de resiliencia no tiene una lectura universal y unidireccional, no es una verdad absoluta y categórica uniforme, sino que es respetuosa con las diversidades sociales y culturales propias de cada lugar y tiempo en la historia humana. Uno “está” (no “es”) resiliente cuando, a pesar de las dificultades y problemas, se adapta activamente de acuerdo a las pautas propias de una etapa de desarrollo, de la cultura y de la sociedad.

El tutor primero, natural y fundamental es la madre. Su apego es básico para el feliz desarrollo humano. Si no existiera esta figura de amor, cualquier persona que dé los primeros cuidados al bebé desde su nacimiento con verdadero amor puede reemplazar esa falta. Después, cada una de las figuras que aparezcan en la vida de un niño puede convertirse en tutor de resiliencia. Los maestros, al realizar su tarea vocacionalmente y tal como debe hacerse, son un generador de resiliencia y autoestima positiva. Los encargados de la salud también, ya que son los colaboradores para llegar a un estado de bienestar y equilibrio psicofísico y social.

En definitiva, cualquier persona que entre en la vida de un individuo, cumpliendo su rol con los valores y con las características antes descritas se convertirá en un “otro significativo”, en un “tutor de resiliencia”, y todo ámbito en el que se mueva generará un “espacio de resiliencia”.
Este espacio sociocultural, este “Espacio R”, es como un campo magnético, en el que la fuerza fundamental es la resiliencia y todo el que lo atraviese verá como esta capacidad se fomenta en su vida, como si hubiera entrado en una verdadera usina, una “Usina R”.

Si todos los actores socioculturales asumen sus responsabilidades y funciones con amor, responsabilidad, vocación, alegría, resiliencia y pasión se convertirán en “Tutores R”, en capataces de verdaderas “Usinas R”. Todo un desafío que garantiza, no un futuro de vanos éxitos garantizados, pero sí un porvenir esperanzador y promisorio…

Por María Gabriela Simpson
María Gabriela Simpson es argentina, docente, periodista, grafoanalista, investigadora y capacitadora en el tema Resiliencia. Autora de publicaciones sobre el tema, como Resiliencia en el aula, un camino posible, Resiliencia sociocultural, del yo puedo al nosotros podemos de Ed. Bonum y de Claves para generar resiliencia, próximo a editarse, presentados en varios países de Latinoamérica.

Fuente: FAROS St. Joan de Déu

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