Ser padres es un gran reto y toda una suerte

Hemos encontrado estas preciosas reflexiones en la Revista «Familias, Pediatras y Adolescentes en la Red. Mejores padres, mejores hijos» sobre la paternidad adoptiva y biológica.

 

A veces pienso en la suerte que ha tenido mi hijo David de cuatro meses, de haber nacido en el seno de una familia en la que desde el primer momento, desde que nació, le hemos podido dedicar todo el cariño, el amor y la atención que se merece. ¡Qué importantes son estos primeros meses de vida en la vida de un niño!

A mi hija mayor, Esther, la tuvimos con quince meses, ahora tiene cuatro años. Personalmente pienso con nostalgia en el tiempo de la vida de Esther que no he podido disfrutar y veo como ese primer año de su vida en un orfanato chino ha marcado su personalidad. Es una verdadera superviviente. Ahora entiendo mucho mejor algunas de sus reacciones. Ella ha tenido que aprender a sentirse querida, a responder a los besos, a pensar que aquellos que le dicen te quiero no la van a abandonar, con todo lo que ello conlleva.

El vínculo que tan fácilmente se teje entre una madre y un hijo biológico, en nuestro caso y con nuestra hija, no ha sido tan fácil. Muchas veces he llorado frente al rechazo que he sentido al intentar besar a mi hija. ¡Cuánto hubiera querido abrazarla y cobijarla entre mis brazos! Cuántas veces ha estado “malita” y no la he podido abrazar, pues prefería acariciar su pañuelo “quitamiedos” que sentirse entre mis brazos. Cuántos besos le podía haber dado, cuántas caricias le han faltado, qué importante es sentirse amado y decirle a un hijo te quiero desde el primer momento, desde que lo sientes en tu interior, desde que lo conoces. Desde el primer momento en que nos la entregaron se empezó a tejer un vínculo entre nosotros y ella, un vínculo que ha ido creciendo día a día y que ahora ya puedo decir que es lo suficientemente fuerte como para poder abrazarla y que no me rechace, para poder abrazar a mi hija y que ella sienta la seguridad de que yo soy su madre y que no la voy a abandonar, que la quiero tanto como a su hermano y que nunca los podré dejar de querer.

Esta es mi hija. Este es mi hijo. Al principio te asaltan dudas, ¿seré capaz de quererlos como se merecen?, ¿les daré todo el cariño que necesitan?

Se quiere por igual a todos los hijos, biológicos o adoptados porque con independencia de cuál sea el modo en que lleguen a tu vida son tus hijos, los quieres porque están unidos a ti y tú a ellos, porque el amor de madre es incondicional.

Con David, nuestro segundo hijo estamos viviendo la experiencia de ser padres biológicos, el criar a un hijo desde el primer momento, desde el nacimiento. Los miedos y las dudas que te embargan en el primer momento son los mismos que cuando se está a la espera de un hijo adoptivo: estará sano, irá todo bien, qué carita tendrá. Después aparecen otras preocupaciones, al principio no quería mamar, después que está por debajo del peso, que si está resfriado desde el primer día, que siempre está al bracito de algún familiar y nos lo van a malcriar. Una serie de cosas que te unen a tu hijo, por las que todos pasamos, y a las que no les damos importancia. Sin embargo estas cosas las echas de menos cuando te las has perdido, como nos ocurre a nosotros con nuestra hija. Esther llegó a nuestras vidas con quince meses y ya comía longanizas, huevos, tallarines… no se quejaba de nada, no lloraba, no expresaba cariño ni felicidad, no sabía llorar. Para ella éramos unos cuidadores más. Pero…qué pronto un niño se acostumbra al cariño y al amor. En apenas un par de meses ya lo éramos todo para ella. Gracias a Esther nos habíamos convertido en una familia.

Y por qué no, gracias a mi hija ha llegado mi hijo. Ante la imposibilidad de tener un hijo, ahora tengo dos. David, otro superviviente a su manera, llegó contra todo pronóstico a nuestras vidas y su hermana nos ha enseñado a quererlo aún más, a valorar la importancia de todo aquello que le decimos, de los besos que le damos, los abrazos, las caricias. De lo importante que es decir a las personas con las que vives, y en especial a tus hijos, te quiero, ¡todos los días!; y también lo importantes que son las normas para los niños. La seguridad que les da el hecho de saber que todos los días hay unas normas y unas rutinas, que hay alguien que te da un beso pero que también te corrige un mal comportamiento, que te riñe cuando has hecho algo que no está bien, que te pide que te laves las manos antes de comer, que a las 8 tienes que estar en la cama. Porque , aunque parezca mentira, los niños entienden que esos límites están ahí porque a alguien le “importas”, alguien se preocupa por ti, alguien se molesta en decirte lo que está bien y lo que está mal. Alguien que te quiere y que son tus padres.

Fuente: FAMIPED

 

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