Y ahora que ya estamos en casa ¿qué?

La Asociación de Estudio y Seguimiento de la Adopción Internacional “Hijos de la Esperanza”, formada por un equipo médico con gran experiencia en adopción, ofrece una serie de pautas una vez que estamos ya en casa con nuestro nuevo hij@.

Acabáis de llegar a casa, estáis cansados por el viaje, por el cambio de horario (jet-lag) y por tantas emociones vividas. Habéis legalizado la situación con la firma de múltiples documentos y se terminaron las urgencias, los cambios de planes y los olvidos de última hora.

Todo lo material está preparado en casa: el cuarto del niño, los juguetes, las cremas y lociones, los elementos del baño… pero ahora comienza de verdad una adopción que se cerrará cuando vuestro nuevo hijo decida que sois los padres que cualquier niño hubiera querido tener, el momento en que él os “adopte a vosotros”. A veces el proceso puede ser largo y costoso, por eso debéis conocer las dificultades de la vinculación en estos casos.


Muchos padres piensan que la fuerza del cariño es suficiente para superar todas las necesidades especiales de estos menores. Pero lo cierto es que tanto la familia como los propios niños deben hacer un gran esfuerzo de mutua adaptación.

Generalmente se ha pensado que aportándoles un entorno ordenado y afectivo se podrán cerrar las heridas del pasado y subsanar todas las dificultades, pero la mayor parte de las familias adoptivas acaban solicitando apoyo especializado en algún momento del desarrollo de sus hijos adoptados. Ser padre y/o madre adoptante implica una serie de aspectos que requieren que dicha experiencia se aborde con el mayor conocimiento y preparación posible, a fin de contribuir al bienestar de todos.

Aunque hay importantes diferencias en función de factores como la edad en que han sido adoptados, sus vivencias antes de la adopción y las características particulares de cada niño, la experiencia muestra que la mayor parte de los menores vienen emocionalmente dañados como consecuencia de las situaciones de abandono y las pérdidas que han vivido.

Ser adoptado es una característica que les hace especiales, su relación con vosotros tendrá connotaciones especiales, por lo tanto tienen necesidades diferentes a otros niños. Sus sentimientos son diferentes a los de los niños que han sido criados por sus padres biológicos. La cuestión de ser adoptado volverá a surgir, consciente o inconscientemente, en diversos momentos del crecimiento y desarrollo de esa persona. Y también sabemos lo importante que es tener en consideración no sólo la vida interior de la persona adoptada, sino también el contexto social en el que crezca.

Si se trata de un bebé…

En general, los niños institucionalizados han vivido carencias afectivas y físicas que suelen ir acompañadas de retrasos en su desarrollo físico y psicomotriz. Son niños que se encuentran por debajo de los logros esperables para su edad cronológica y eso lo podemos ver fácilmente por comparación con los niños criados en nuestro entorno. Muchos de ellos presentan dificultades para la alimentación, para sostener y movilizar la cabeza o extremidades, en la deambulación o la marcha.

Son retrasos en el desarrollo psicomotor por la falta de estimulación adecuada, pero donde quizá más se advierte ese retraso es en el lenguaje. A esa dificultad de base se añade el aprendizaje de un nuevo idioma.    Prepararse a fondo en la psicología de los niños de estas edades, en las peculiaridades propias de los niños adoptados durante estas fases de la adaptación es fundamental para generar confianza en los futuros padres y augurar una grata adaptación en los menores.

Sin duda, el cuidado, la atención, la estimulación, el afecto y la estabilidad emocional que le proporciona su nueva familia son de fundamental importancia para el adecuado desarrollo del pequeño. Poco a poco, sus progresos lo harán equipararse a cualquier otro niño de su edad. Habitualmente se considera que pasado el primer año de convivencia con la nueva familia en un ambiente afectivo y enriquecedor es tiempo suficiente para recuperar ese déficit con el que vienen.    Sin embargo, en algunas ocasiones estas dificultades pueden persistir en el tiempo y será necesario realizar una consulta.

Los indicadores que deben poner a los padres en alerta son :

•Si a los 6 meses no muestra interés ni intención de coger objetos, o no usa alguna de sus manos.

•Si a los 9 meses no se sostiene sentado, no parlotea, o no se interesa por mirar o tocar los objetos.

•Si a los 12 meses no es capaz de sostenerse de pie asido a un mueble (aunque no camine), no explora nuevos juguetes o no busca la comunicación con los adultos.

•Si a los 18 meses aún no camina o desconoce el nombre de personas que le son familiares.

Estos indicadores no suponen en sí mismos la presencia de patologías, pero señalan la necesidad de realizar una consulta para su evaluación y recibir la orientación familiar y el tratamiento necesario para que el niño desarrolle sin dificultades todas sus potencialidades.

Cuando se trata de un niño más mayorcito

Los padres os encontráis frente a un niño » educado por otros » al que gradualmente debéis sentir como parte de «vosotros». Son adopciones más complejas, que requieren un mayor equilibrio emocional por parte de los padres, que deberán ayudar al niño a comprender las circunstancias particulares que vivió, ayudándolo a integrarlas a las nuevas experiencias que construirán juntos.

El niño llega a la adopción, en estos casos, después de haber convivido durante un período de tiempo con su familia biológica, con una familia de acogida, en el hogar o el orfanato, lugares en los que ha establecido vínculos afectivos con las personas que se encargaban de su cuidado.

La separación es por tanto una circunstancia especial, que puede producirse de forma voluntaria :

– la familia biológica renuncia al niño y lo entrega para su adopción

o involuntaria:

– como es el caso de la orfandad o tras la intervención de la autoridad, cuando determina la privación de la patria potestad por motivos graves.

La adaptación de un niño adoptado que ya haya cumplido los tres años, no es más difícil. Simplemente es diferente en algunas de sus características. Para quien sí puede ser más difícil es para los padres, sobretodo en aquellos casos de una primera paternidad.

El primer paso para facilitar su adaptación consiste en aceptar la idea de que el encuentro con un niño con una historia anterior que a veces ha durado años, quizás con recuerdos y vivencias no gratas, que tal vez irán reapareciendo de una forma u otra en la nueva vida.

Generalmente, cuando el niño inicia la convivencia con la nueva familia, los padres suelen hacer referencia a su buena adaptación, (Etapa de luna de miel de la adopción); desde el primer momento os llama «mamá» y «papá» y no hace referencia a los recuerdos de su vida anterior, como si no hubiera existido lo vivido anteriormente. Sólo parece interesado en vivir el presente, necesita padres y se aferra a quien se ofrece a desempeñar ese papel.

Los niños que han permanecido mucho tiempo en instituciones, o que han vivido en diferentes hogares de acogida o han sido víctimas de malos tratos o abusos suelen tener mayor dificultad para entablar nuevas relaciones afectivas. Tanto más difícil será la situación cuantas más veces haya cambiado su entorno ya que ha debido romper repetidamente los vínculos afectivos que había establecido. Eso puede hacer que aumente su desconfianza e incluso rechace iniciar una nueva relación afectiva.

En ocasiones pueden mostrarse pasivos y deprimidos, en otras agresivos e incapaces de establecer vínculos con la nueva familia. Conductas que pueden resultar desalentadoras para los padres que no se encuentren suficientemente preparados para afrontar las circunstancias, e incluso en algunos casos esta dificultad del niño y la intolerancia de algunos padres puede llevar a la ruptura de la adopción.

Posteriormente, los niños comienzan a mostrar rabietas, estallidos, rebeliones. Una etapa de tensiones familiares que tiene como fin descubrir la capacidad de la nueva familia para contenerlo, asegurarse que no volverán a repetirse experiencias de abandono como las que vivió anteriormente, y que puede confiar que esta familia será suya para siempre. Por esta razón los pone a prueba durante un período. (Etapa de intento de una verdadera adaptación). Suele ser la etapa en que afloran los recuerdos y se puede mostrar más confiado para compartirlos con sus padres.

Si los padres pueden reconocer las emociones de su hijo, aceptarlas, intentar canalizarlas y sentirse en condiciones de poner los límites necesarios, podrán interpretar las agresiones de su hijo como parte de un modelo de aprendizaje que le ha resultado válido en situaciones anteriores y que se irá modificando en la medida en que el niño vaya aprendiendo que no son ni necesarias ni adecuadas en la nueva situación.

Cuando el niño puede comprobar que el cariño que le profesa su nueva familia es incondicional ya no necesitará «hacerse  el malo» porque no temerá una nueva situación de abandono. (Etapa de adaptación real).

 

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