Adoptar: el viaje con tu hijo al lugar donde lo adoptaste

Banchi acababa de celebrar su primer cumpleaños cuando se tomó esta foto. Sus padres adoptivos eligieron una fecha, el 1 de junio, por ser el día de 2004 en que la conocieron. Entonces tenía siete años «muy vividos», dicen. Cuatro meses atrás había visto morir a su madre en Godnar (Etiopía), a quien había cuidado al tiempo que trabajaba vendiendo té en un mercado. Llegó a Barcelona sin hablar palabra de catalán o castellano.

Dos años después, integrada ya en su nueva ciudad, volvió a visitar su país de origen con su familia adoptiva. «El viaje de retorno lo recomiendo mucho. Pude ver a mi hermano [mayor de edad], a amigas de mi madre, el orfelinato… Me animó mucho que mis padres quisieran hacerlo», cuenta la ahora adolescente, pizpireta y enérgica, al otro lado del teléfono.

«Hasta entonces ni había oído mencionar el tema de los viajes de retorno ni se ocurría hablar con nadie del tema. Lo de las adopciones en España no hace tanto que es una cosa corriente, sobre todo las internacionales. Y tampoco hay tantos niños que hayan sido adoptados mayores, que es para los que el viaje de retorno tiene más sentido», explica la madre de Banchi, Virginia Figueras, arquitecta de 56 años.

La experiencia conlleva un esfuerzo económico que no está a la altura de todos los bolsillos, sobre todo porque el proceso de adopción internacional ya exige al menos 18.000 euros, según el portal especializado adopcion.org. Pero más allá del dinero, el viaje también requiere una preparación emocional.

En casa de Banchi, la idea fue consensuada entre ella, sus padres y sus dos hermanas mayores. Etiopía y la adopción eran temas habituales de conversación y la posibilidad de volver, cuenta, surgió de forma natural.

En aquellos días y en la misma ciudad, su amiga Ennatu preparaba un viaje similar con sus padres. Las familias decidieron hacerlo juntas: querían visitar las mismas zonas de Etiopía, porque las niñas habían vivido en los mismos pueblos y barrios, e incluso habían pasado por el mismo orfanato antes de tener nuevos padres. Compartir la experiencia les permitiría luego enfrentarse juntas a preguntas del tipo «¿por qué te has ido con esa gente?», «¿cómo estás en Barcelona?» o «¿son estos tus nuevos padres?».

Volver a aquel edificio donde un par de años atrás ambas llegaban huérfanas fue unos de los momentos más emotivos del viaje. «La responsable del lugar era entonces Sister Mariska, una india de Calculta que veía morir a unas tres personas al  día. Nos dijo que nunca nada la había impresionado tanto en los cuatro años que llevaba al frente del centro como ver entrar por la puerta a dos niñas que ella misma había enviado a su centro en Addis Abeba, la capital, para intentar que fuesen adoptadas», relata por escrito Anna Soler Pont, la madre de Ennatu.

«Lloraban hasta el guía y el conductor», añade su marido, Ricard Domingo, que se ocupa con su pareja de una editorial y que ahora está al frente de la Asociacón de Familias de Niños y Niñas y Niñas de Etiopía (AFNE). «En las adopciones internacionales hay un componente cultural que no hay en la nacionales. Las preguntas que se hagan los hijos puede que no sean sólo sobre quiénes fueron sus padres, sino también sobre sus raíces culturales», dice.

Y apunta: «El tema de la identidad es una etapa que tiene especial importancia a medida que entran en la adolescencia. A la pregunta ‘¿de dónde eres?’ tendrán que responder a lo largo de su vida. Y primero se tendrán que dar una repuesta a ellos mismos». El viaje de retorno, indica, también les puede ayudar a «poner las cosa en su sitio y acabar de pasar el duelo», en el caso de los niños adoptados tras quedar huérfanos.

Alfonso Colodrón, piscoterapeuta y autor del libro La adopción, un viaje de ida y vuelta, es padre de dos niñas nacidas en China, que ahora tienen 16 y 13 años. Volverá en algún momento a visitar el país con ellas si económicamente tiene la opción. Y si sus hijas están de acuerdo. «La mayor tiene ese deseo. La menor, ninguno. No quiero que sea ni una imposición ni un ritual. Hay niños que lo han pasado tan mal que no quieren saber nada, mientras que otros no tienen recuerdos traumáticos», comenta.

Banchi, que aún habla amárico gracias a que lo practica una vez a la semana en clases particulares, viajará a Etiopía por tercera vez este verano. Vuelve con Ennatu y los padres de ésta. Pasarán unos días colaborando en un centro financiado por AFNE. «Volver es algo que recomiendo», repite con la misma energía con la que habla de los olores y los sabores de la comida etíope o del lago Tana. Y añade: «Si el niño no está del todo entusiasmado con la idea, los padres pueden ayudar a entusiasmar, porque puede que más adelante el niño se arrepienta. Es importante que los padres también quieran ver Etiopía, aunque les puede dar miedo por ‘x’ razones y eso es fatal».

Fuente: Huffingtonpost

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