Viaje hacia los hijos más deseados

Este artículo es de hace años, pero sigue siendo interesante pues la realidad no ha cambiado demasiado. Se publicó con motivo de la edición del libro «Los hijos más deseados» de Pilar Cernuda y Margarita Sáenz-Díez.

No se trata de dar hijos a los padres que no los tienen. Lo que importa es buscar padres para los niños condenados a crecer solos. Ése es el sentido de la adopción, aunque a veces las apariencias puedan desmentirlo. Es también el principal argumento que recorre el libro que han escrito las periodistas Pilar Cernuda y Margarita Sáenz-Diez, Los hijos más deseados (EL PAÍS-Aguilar). Cernuda tiene una niña adoptiva y Sáenz-Díez tres chicos. El libro se ha planteado como un viaje útil a la geografía de la adopción: las autoras analizan los aspectos legales y burocráticos y también las motivaciones reales o imaginarias que empujan a adoptar. Lo primero que recuerdan es que la proporción entre hijos sin padres y adultos dispuestos a adoptar es desigual. Y no en cuanto al número, sino en relación con las posibilidades reales. Muchos de los hijos de la calle de los países más pobres no son aptos para la adopción, bien porque sus padres biológicos mantengan la tutela o porque las leyes del país no favorezcan que sus niños, que representan su futuro, salgan al exterior.

Esperas

Los adoptantes tienen que ajustar sus deseos a la oferta real -también legal-, y aceptar que los hijos no se eligen. Las autoras insisten, sin embargo, en que esos niños disponibles en instituciones siempre buscan unos padres. «Las esperas legales, siempre angustiosas, entre uno y dos años en la adopción internacional, la más común en nuestros días, tienen un sentido: encontrar padres adecuados para un niño concreto, y no al revés», afirma Sáenz-Diez. Antes, los futuros padres deben disponer de un certificado de idoneidad expedido por su respectiva comunidad autónoma que acredite estabilidad psicológica y social para llevar a cabo la adopción. El informe psicológico puede hacerse ahora de forma privada, solicitándolo -pagando unas 100.000 pesetas- a un psicólogo colegiado, aunque sea la Comunidad quien expida o no la idoneidad.

Las ECAI (Entidades Colaboradoras para la Adopción Internacional) facilitan los trámites en el extranjero, pero no todas funcionan satisfactoriamente. «Algunas olvidan su carácter no lucrativo y encarecen el proceso con cursos de formación innecesarios», dice Sáenz-Diez. En Madrid y en Barcelona ha habido ya dos casos de ECAI bajo sospecha. La madrileña, que opera con Rusia, fue suspendida el mes pasado.

Quienes adopten en Rusia han de afrontar, además, ciertos inconvenientes: «En los informes de los niños es habitual leer que los pequeños presentan problemas psíquicos. A menudo se trata de un puro formalismo para facilitar su salida, pero invalida cualquier reclamación posterior en caso de ser cierto», agrega Sáenz-Diez. Con el certificado de idoneidad en mano, quien cuente con recursos o pericia para moverse en los países con los que España tiene convenio, puede buscar de forma más directa. Así encontró Pilar Cernuda a su hija, un bebé que ahora tiene siete años: «Con un bebé la adaptación es más fácil, pero la edad no es una condición de éxito, depende de los padres». Ninguno de los tres hijos de Sáenz-Diez era bebé cuando fue adoptado, pero ella no siente que la edad tenga importancia.

Los organismos competentes suelen buscar parejas sólidas. Pero ¿se discrimina por ese motivo a los solteros? ¿No resulta más estable la decisión de una sola persona que la de una pareja que puede romperse? «Hablar de discriminación es mucho, pero algunos países dan prioridad a las parejas», admite Cernuda. «La adopción de solteros está perfectamente reconocida y que el niño crezca en una familia monoparental es ya algo habitual. El soltero puede ser un excelente padre cuando el niño es mayor o en casos de acogida . Para un niño que ha crecido solo, el referente de un padre-hermano mayor o una madre-hermana mayor es muy positivo», dice Cernuda. Para asumir ese papel hay que tener una personalidad madura. Y olvidarse del cuento de hadas del bebé perfecto que llega al regazo del adoptante «caído de un cocotero», ironiza Sáenz-Diez.

 

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