Cuatro momentos críticos en la Adopción

1.-EL PRIMER VÍNCULO. Fundamental. El menor debe sentir que está en su nueva familia y crear vínculos afectivos. Cuanto más pequeño, más fácil.

2.-INFANCIA. Entre los 8 y los 9 años se produce un salto evolutivo. El menor empieza a entender el alcance de ser adoptado y se hace preguntas. ¿Por qué me abandonaron? ¿Tuve yo la culpa?

3.-ADOLESCENCIA. La cuestión regresa con más fuerza ante la necesidad del individuo de construirse a sí mismo: «É cando van en secreto a pedir os seus expedientes aos técnicos de menores», explica una experta.

4.-LA PRIMERA PAREJA/HIJO. Último brote de preguntas. La preparación adecuada de cada paso facilita el tránsito del siguiente.

Francisco tiene dos hijos adoptivos de 9 y 14 años. Ambos están pasando por edades difíciles y ambos se comportan de forma distinta: «A uno lo trajimos con cuatro años y el otro era un bebé. Del mayor no sabemos prácticamente nada de su vida anterior. Intuimos que fue difícil, pero no lo sabemos. Tiene problemas de aprendizaje y una cierta agresividad. Su hermano es completamente distinto. A los dos les respetamos sus ritmos», explica su padre.

Nueve años después, Francisco admite que no sabía francamente nada sobre el hecho adoptivo comparado con lo que ha ido aprendiendo: «Yo diría que el 90 % de los problemas con los que te encuentras son más o menos los mismos que los que afronta cualquier familia, pero existe una problemática intrínseca al hecho adoptivo que, unido al tema racial, puede suponer una complicación seria». Dice que a su mujer y a él no les está suponiendo un problema especial el crecimiento de sus hijos, la llegada de las preguntas:  «De momento, no lo han manifestado abiertamente, pero saben que, si quieren investigar sobre sus orígenes, tendrán todo nuestro apoyo. Sabemos que se sienten protegidos en ese aspecto».

Sensación perenne

Es lo que recomiendan los expertos, ofrecerse sin agobiar; responder a las preguntas con naturalidad. Con todo, Francisco dice que se ha ido dando cuenta de que algunas actitudes de sus hijos, responden a una sensación que nunca desaparecerá del todo: «Han sido abandonados y nunca se les va esa sensación, el miedo a que vuelva a suceder. Yo justifico algunas de sus reacciones en esa parte de su vida que no pueden llenar».

Hablando de sus hijos, Francisco no parece un padre preocupado: «Ni siquiera con el mayor, que es más rebelde. Quizás porque le veo avanzar. Él tiene sus problemas, sus explosiones, pero avanza. Y eso me tranquiliza. El pequeño se arregla mejor solo, es más brillante. Hasta demuestra más cariño». Pero de vez en cuando pregunta por su madre, por cómo sería, qué pudo haber pasado: «El mayor nunca toca el tema».

Las actitudes distintas de los dos hijos de Francisco muestran que los problemas inherentes al hecho adoptivo pueden tener manifestaciones muy diversas en función del menor. Pero que no exterioricen la inquietud que les supone ese déficit de información no quiere decir que no la sufran en igual medida. Francisco lo sabe porque es un axioma en las charlas a las que ha asistido. «En la asociación -Fran forma parte del colectivo de familias adoptantes Menoria-, nos reunimos un par de veces al año. Allí es donde cada uno pone de manifiesto sus inquietudes: muchos de estos chavales están ahora entre los 8 y los 10 años y estas cuestiones empiezan a surgir», sostiene.

Francisco espera que las tensiones que vayan surgiendo puedan solucionarse en casa: «Pensamos que si lo arreglamos entre todos, salimos reforzados. Pero si nos vemos en la necesidad de pedir ayuda, desde luego que lo haremos. También entiendo que habrá gente que tal vez no lo pueda manejar. Por eso es tan importante que nos dotemos de herramientas. Estos chavales no podrían resistir un segundo abandono».

Fuente: La Voz de Galicia

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