La adopción no es sólo cuestión de cariño.

Hace todavía pocos años, la adopción se percibía normalmente como la última opción y se convertía en una realidad casi traumática para las parejas que no podían lograr la concepción biológica de un hijo.

Con el transcurso del tiempo, el auge de la solidaridad con los países en vías de desarrollo y la superación de ciertos convencionalismos, la adopción ha ido, paulatinamente, mereciendo una mayor aceptación social, lo que no obsta para que aún subsistan mitos y prejuicios con relación al niño o niña nuevo integrante de la familia y a sus orígenes. Anteriormente, esta situación generaba reservas frente al hijo o hija adoptados, a los que con frecuencia se les ocultaba su origen, tan distinto al de sus hermanos y amigos, e incluso el propio hecho de la adopción. Los principales motivos de esta nada recomendable actitud de los padres eran, muy probablemente, dos. Por un lado, evitar al niño adoptado los problemas de integración que puede sufrir un «hijo diferente». Por otro, y por qué no decirlo, descartar la posibilidad de que los adoptados, en un futuro, pudieran interesarse por su familia biológica o incluso pretender conocerla o irse a vivir con ella.

Afortunadamente, los prejuicios que anteriormente caracterizaban, y frenaban, los procesos de adopción, van desapareciendo. Ya casi nadie se extraña (al menos, en las grandes urbes) de ver niños negros, asiáticos o sudamericanos con sus hermanos y padres adoptivos occidentales. Dentro de esta tendencia a la normalización de la adopción, figuran las regulaciones legales al respecto, la asunción de competencias por parte de las instituciones públicas, y se ha dotado de un nuevo marco jurídico de protección al menor que también ha redundado en su beneficio.

¿La adopción como caridad?

Hace algunas décadas, se concebía la adopción como una solución al maltrato o abandono de los niños; en consonancia, se creó un marco asistencial altruista que consideraba la adopción como un acto de caridad o solidaridad con los niños abandonados a su suerte, al proporcionarles este sistema unos padres que deseaban incorporarlo a su familia y acogerlo como si fueran sus propios hijos o, en su caso, como a un hijo más. Hoy, sin embargo, se vive y se siente la adopción como un medio para poder disfrutar de la experiencia de tener un hijo, el hijo que biológicamente nos ha sido negado concebir; por ello, va configurándose una visión más humana, consciente y responsable de la adopción, respondiendo como principal motivación al deseo auténtico de un hijo, del niño por sí mismo. Así, los adoptados pasan a erigirse en protagonistas porque ofrecen, a quienes les acogen, el ansiado privilegio de ser padres.

En los últimos años, las solicitudes de adopción han experimentado un espectacular auge, del cual es buena muestra la espera de varios años para hacerse con un niño en adopción.

Dejemos un tiempo de reflexión

En muchos casos, la adopción es la última opción que se baraja tras recorrer un largo camino en busca del primer hijo biológico. Conviene saber que, en prevención de desarreglos emocionales en la familia, el cierre de ese camino natural y la apertura a la nueva alternativa no deberían ser simultáneos. Hay que dejar transcurrir un poco de tiempo; encarar la nueva realidad con una buena disposición anímica así lo exige. La dolorosa situación que supone ir aceptando que no se puede conseguir la paternidad biológica, que nuestro hijo no se va a parecer a nosotros y que habremos de explicar a los demás lo que nos ocurre, requiere su tiempo. Para que el conflicto interno se resuelva, la frustración desaparezca y para que se asuma dicha realidad gozosamente y sin traumas. Sólo cuando nos hemos mentalizado positivamente, podemos comenzar a desarrollar el estado afectivo que requiere el trascendental paso de adoptar un niño.

Lo más frecuente es que las personas en espera de adopción vivan con ansiedad todo el proceso hasta verlo culminado. La espera en la asignación de un menor es un factor que debe valorarse en clave positiva y con mucha paciencia.

¿Por qué es tan difícil adoptar un niño?

Es una pregunta recurrente, porque todos sabemos que hay centros de acogida que cuentan con niños en espera a ser adoptados. En nuestro país, un menor sólo puede ser adoptado cuando su filiación es conocida, cuando los padres biológicos dan su conformidad para la adopción o cuando están privados de la patria potestad o están incursos en causas de privación de ésta.

Por ello, si bien es cierto que hay niños internos en centros de acogida la situación de éstos se circunscribe a dos motivos concretos: los que tienen una familia que está siendo apoyada por las instituciones para mitigar las situaciones que generan la desprotección del niño, para quienes la estancia temporal en una familia distinta, «educadora,» es mucho más beneficiosa que el internamiento en un centro.

O, en el segundo caso, se trata de niños con necesidades especiales por sus discapacidades físicas, psíquicas o sensoriales que, a pesar de encontrarse en situación legal de adoptabilidad, no ven atendidas (a juicio de quienes deciden al respecto) por los solicitantes de adopción sus particulares necesidades de integración familiar.

Cuando los niños provienen de otros países

Asistimos, por otro lado, a un vertiginoso incremento de solicitudes de adopción internacional. Estas adopciones tienen características propias, como la tramitación legal, los orígenes del niño, los motivos de su situación o la integración familiar y adaptación a la nueva unidad de convivencia. América Latina, Europa central y oriental, Vietnam, Yugoslavia, Rwanda y Burundi son los ámbitos geográficos sobre los que recaen mayoritariamente las adopciones solicitadas desde nuestro país.

Deviene imprescindible conocer el entorno geográfico, social, económico y cultural de los países de origen de los menores, dado que les ayudará a entender mejor a sus futuros hijos, a respetar la pluralidad de culturas y a no perder el contacto con las raíces que tarde o temprano los menores desearán conocer. Así pues, hay que adecuar progresivamente las condiciones que el niño necesita de cara al descubrimiento de su identidad original, que irá elaborando a lo largo de todo el proceso de crecimiento.

La evolución de la familia adoptiva en las primeras fases es muy importante para asegurar la integración del niño, porque es en esos pasos previos cuando comienza la adaptación del pequeño a su nuevo núcleo familiar y la vinculación afectiva entre los nuevos padres y los hijos adoptivos. Por eso se imparten cursos de formación que proporcionan a los futuros padres y madres las habilidades necesarias para la educación de los hijos adoptados, siempre desde el profundo respeto a su proyecto de vida y de adopción y mediante de una metodología participativa que conduzca a la reflexión. Estos cursos no es son una lección magistral sobre «cómo convertirse en padres perfectos», sólo tratan de facilitar el camino y despejar las dudas y cuantas inquietudes existan.

Cómo ser un buen padre adoptivo

Si bien las etapas previas a la adopción son esenciales y la preparación de los padres es conveniente para el éxito de la adopción, el factor decisivo es su actitud cara al nuevo hijo. Los factores que más influyen en la adaptación e integración familiar son la capacidad de los padres adoptivos, la edad del niño y las experiencias que ha tenido éste en el inicio de su vida. Por otra parte, el desarrollo de la personalidad del niño dependerá en gran medida de tres factores: en primer lugar, de los cuidados y la atención que recibe, el hecho de que se sienta seguro e integrado en su familia adoptiva.

También influye la espontaneidad, el clima de confianza y serenidad que se haya generado en la familia a la hora de hablar sobre el proceso de adopción. Y por último, la información sobre los orígenes y pasado del niño, que sus padres irán transmitiéndole de forma gradual y en función de su edad y capacidad.

Además sería interesante que los nuevos padres compartan dos convicciones: una, que la paternidad es una función cultural: llevar un hijo en el vientre no hace a una madre. Los roles parentales se aprenden al tener un hijo. Lo que hace que surja el amor no es la similitud genética sino el trato, la convivencia, el darse el uno al otro. Y, en segundo lugar, sepamos que la adopción no produce psicopatologías específicas en los hijos ni en los padres: un hijo adoptado puede vivir feliz e integrado en su nueva familia y sus padres y hermanos pueden asimismo asumir sin problema alguno la situación.

Las dificultades de las adopciones

Pueden provenir de un mal manejo de la información sobre el origen del niño o de la falta de asunción de los padres de su imposibilidad de procrear o de otras circunstancias familiares. En algunas familias se padece un desmesurado temor a perder el hijo adoptivo, o una dificultad para ponerle límites y para hablarle de su origen. Uno de los temas que más preocupan a los padres adoptivos es hablar con su hijo sobre su origen, sobre cómo y cuándo transcurrieron sus primeros días, meses o años, y, muy especialmente cuando se trata de comentar cosas sobre la familia biológica del pequeño. El temor de que en el futuro el adoptado pueda interesarse por sus padres naturales e incluso intentar comunicarse con ellos, atenaza a muchos padres adoptivos, que temen la pérdida de su hijo. Es importante que le trasmitan que si bien no estuvo en su útero de su madre adoptiva, sí hubo un útero que lo contuvo. Y que fueron engendrados como cualquier otro ser humano.

Respecto a por qué fueron entregados, no debemos transmitir la idea de abandono, sino de entrega responsable y cuidadosa, con cuidado de no hacerle sentir despreciable. Los adoptados necesitan saber, y que se les recuerde cada vez que haga falta, que son respetables y que sus padres también lo fueron. Es recomendable, por tanto, disponer del expediente familiar del niño o niña en el momento de la entrega, para asegurarse de contar con todos los datos en el momento en que sea necesario. El respeto por su identidad incluye el respeto por su nombre de origen. Es un detalle que no debemos despreciar.

Algunos expertos opinan que se debe informar al niño cuando es pequeño, ya que así tiene la oportunidad de aceptar la idea y asumir positivamente que ha sido adoptado. Sin embargo, otros creen que esta revelación a una edad temprana puede confundirle, ya que podría no entender la situación. En cualquier caso, todos los especialistas coinciden en que los niños han de enterarse de su adopción de boca de sus padres adoptivos. Esto ayuda a que el mensaje de la adopción sea positivo y permite que el niño confíe en sus padres. Si el niño se entera de la adopción, intencional o accidentalmente, de boca de otra persona, puede sentir ira y desconfianza hacia sus padres y ver la adopción como negativa o vergonzosa, ya que se mantuvo en secreto. Los niños querrán saberlo todo acerca de su adopción y los padres deben estimular este proceso. Si los padres hablan con franqueza, es menos probable que surjan dificultades.

Los adolescentes o niños no muy pequeños, al ser adoptados pasan por una etapa de lucha por su identidad, preguntándose a sí mismos cómo encajan en su nueva familia, con sus compañeros y con el resto del mundo. Es razonable, por tanto, que muestren un marcado interés por sus padres biológicos. Esto no significa que rechacen a los padres adoptivos, que deben explicarle que es entendible y muy natural ese deseo, y, después, satisfacer esa necesidad. Se les debe proporcionar, con mucho tacto y mediante un diálogo de apoyo, la información sobre su familia biológica. El punto en común con los que pueden procrear, es que van construyendo un espacio para el hijo, deseos para él, van pensando en la forma que querrían educarlo, replanteándose su crianza.

Lo importante es hacer sentir al niño, que él y nosotros somos adoptados. Dos partes que se unieron: una es el padre/madre que lo es gracias a él y otra es el hijo, que es tal porque nosotros somos sus padres.

Fuente: Eroski Consumer

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