Los nombres de nuestros hijos adoptados

De un artículo de Mercedes Monjo, psicóloga y psicoanalista, extraído del blog de Ernesto Maruri, psicólogo y psicoanalista.

El nombre del niño adoptado es el único equipaje, en el sentido simbólico del término, que lleva consigo cuando llega a un nuevo hogar. Es algo que lo arropa y lo viste como una segunda piel. Es el nexo de unión entre el antes y el ahora, lo que le da continuidad. (…)

Hay que respetar su historia previa para que pueda hacer “el pase” de un lugar a otro. ¿Cómo va a hacer ese pase si a medio camino le quitamos el nombre que lo identifica? ¿Quién es este niño al que se ha ido a buscar si no se le deja ser él mismo y se le pide que sea otro niño, un niño nuevo, sustituto quizás del hijo idealizado de unos padres que no lo han podido tener biológicamente? (…) Cuanto más se respete su identidad (…), más fuertes y duraderos serán los vínculos paterno-filiales. (…)

Hay también otros motivos por los que los padres adoptivos cambian el nombre de sus hijos: vienen de un país lejano y el nombre es de difícil pronunciación o bien tiene una connotación negativa en nuestra lengua. Pero en este caso podría hacerse, en complicidad con el niño, una modificación del nombre (un diminutivo, acortarlo cuando se le llama familiarmente, etc.) o añadir un nuevo nombre al que ya tiene, como si se tratara de un nombre compuesto: el niño conserva el nombre propio de origen porque le pertenece, y sus padres actuales lo significan con un nuevo nombre, que añaden al anterior, al igual que le dan el apellido.

Modificar o añadir un nuevo nombre no es lo mismo que cambiar. Modificar o añadir implica respetar y aceptar al niño con sus orígenes y su historia y darle al mismo tiempo una abertura hacia un presente y futuro nuevos. Y también dar una oportunidad a que el propio niño o niña escoja cómo quiere que se le llame. (…)

El cambio de nombre de los niños tiene que ver con la inseguridad y los miedos de sus padres adoptivos. Es un intento de “borrar”, olvidar, no saber de sus orígenes. Es no reconocer el hecho diferencial de su nacimiento. Es no querer que nada recuerde a “aquellos” que le pusieron el nombre. Pero esta posición no beneficia a los niños, al revés, puede ser un elemento más de la dificultad en la integración a su nueva familia.

Más allá de las excepciones que pudiera haber y del estudio siempre caso por caso, solamente en niños recién nacidos o bebés de muy pocos meses, que aún no se han identificado con su nombre, podría aceptarse un cambio.

Fuente: Blog de Ernesto Maruri

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