La conspiración del silencio. La adopción en perspectiva psicoanalítica.

Hemos encontrado estas interesantes reflexiones sobre el proceso de la adopción desde una perspectiva psicoanalítica. La autora es Julia Casamadrid P., Doctora en Psicología, UNAM. Psicoanalista titular de la Asociación Psicoanalítica Mexicana.

Algunas reflexiones sobre el proceso de la adopción. La conspiración del silencio.

La tragedia de Edipo comienza cuando el Coro Griego le aconseja a Edipo que consulte al ciego Tiresias quien, al igual que Apolo lee el porvenir, para conocer quién es el asesino de Layo y de esta manera salvar a la ciudad de Cadmo de las desgracias que la aquejan.
Y Tiresias, el ciego adivino le dice a Edipo:

“Aunque tú seas rey te contestaré lo mismo que si fuera tu igual, pues derecho tengo a ello. No soy esclavo tuyo, sino de Apolo. Y voy a hablar, porque me has injuriado llamándome ciego. Tú tienes muy buena vista y no ves el abismo de males en que estás sumido, ni conoces el palacio en que habitas, ni los seres con quienes vives. ¿Sabes, por ventura, de quién eres hijo?”

No, Edipo no lo sabía en aquel momento. Edipo, el que pudo adivinar los enigmas de la Esfinge, el que pudo callar al monstruo valiéndose solamente de su ingenio, desconocía lo que le es dado saber a cualquier ser humano: sus orígenes.

Aquellos a quien Edipo reconocía como sus padres: Pólibo, el corintio y la doria Mérope, habían sabido guardar con gran esmero ese secreto. Un secreto que desencadenó la tragedia que en el oráculo de Delfos, Apolo había augurado “…..y te reconocerás a la vez hermano y padre de tus propios hijos; hijo y marido de la mujer que te parió y comarido y asesino de tu padre, le había Apolo revelado a Edipo” (Sófocles, 1983).

Layo, Yocasta, Pólibo, Mérope y Edipo, todos ellos actores de una tragedia. De un drama que se desencadena a partir de un secreto: del secreto de la adopción. La adopción de Edipo vivida como un trauma “indecible”, como experiencia traumática no elaborada, como objeto psíquico parcialmente simbolizado. Trauma “indecible” que se encuentra presente psíquicamente en aquellos que lo han vivido, pero que no ha podido ser sujeto de una representación verbal (Tisseron, et al. 1997).

Y es que la adopción, por tocar el origen de una identidad potencialmente amenazada, no se nombra. En la adopción se mezclan, se confunden, la debilidad y lo grandioso de la naturaleza humana. En el proceso de la adopción está en juego el amor y el odio, la aceptación y el rechazo, la fertilidad y la infertilidad; pares antitéticos presentes en alguno de los personajes que se encuentran unidos en este drama por una carencia compartida, el de no poder vivir a plenitud el tener un hijo biológico.

¿De quién de estos actores hablar? ¿De Layo y Yocasta, padres biológicos de Edipo, filicidas temerosos, quienes lo abandonan y lo mandan matar, por temor a la profecía de que el destino de Layo era morir a manos de un hijo que tendría con Yocasta? ¿De Pólibo y Mérope, padres adoptivos de Edipo, quienes por no poder engendrar a un hijo aceptan de un pastor al niño abandonado, a quien aman y a quien le guardan el secreto de su origen? ¿De Edipo? Ese niño abandonado, ese hombre confundido y atormentado quien lleno de remordimientos se quita la vista, y quien dice con dolor: “que estallen los lamentos, que yo quiero conocer mi origen, aunque éste sea de lo más humilde”.

Una tragedia y cinco personajes. Los padres adoptivos, los padres biológicos y el niño. Cada uno de ellos inmersos en sus circunstancias, viviendo con intensidad el mismo drama. El drama de la vida representado en un escenario de farsa.

Acerca de los padres adoptivos

Nacer, crecer, reproducirse y morir es el dictum de la vida. Procrear un hijo por lo tanto, es un eslabón más de esa cadena, es lo esperado. El ser fértil le significa al hombre y a la mujer la posibilidad de formar parte de este vital engranaje, y con ello poder integrar su propia historia. Con la maternidad y la paternidad se da el último paso para completar la identificación psicosexual, porque la confianza y seguridad de tener la capacidad de reproducirse es parte de la imagen del self del hombre y de la mujer. (Pines, 1993). Ser infértil por el contrario, representa una amenaza al sentido de identidad de la pareja, a su sexualidad y a sus habilidades parentales. La infertilidad daña la autoestima de la pareja y les genera sentimientos de enojo, culpabilidad, tristeza y debilidad, produciéndoles una herida difícil de sanar.

Existen varias razones para adoptar, pero la primera causa que induce al proceso de la adopción es cuando la adopción surge como una alternativa a la infertilidad de la pareja (Mendoza, 1999), como una posibilidad de resarcir al hombre y a la mujer de lo que la naturaleza les negó: la oportunidad de ser padres. Con la adopción, los padres adoptivos viven en una situación paradójica generadora de sentimientos ambivalentes y contradictorios; el niño adoptado al mismo tiempo que rescata a la pareja de su incapacidad de tener hijos, se convierte en el recordatorio viviente de su infertilidad.

La adopción es un acto humano de crecimiento y de amor. Brinda la posibilidad de vivir la maravillosa experiencia de ser madre y de ser padre y de experimentar la alegría tierna de contemplar el crecimiento del hijo. Pero no se puede olvidar que la adopción, cuando surge como una alternativa a la infertilidad de la pareja, es sólo una enmienda, y que como tal, el hombre y la mujer se ven expuestos a situaciones de carencia y de conflicto psicológicas y sociales (Casamadrid, 1998). No se puede negar que la fase preadoptiva en estos casos, es una etapa matizada de depresión, de heridas narcisistas y con frecuencia de amenazas diversas al vínculo conyugal.
La madre adoptiva no puede experimentar el proceso biológico del embarazo, el dolce far nïente, la dulce espera de no hacer nada. La madre adoptiva no puede vivir la agradable introversión de la preñez, ni desarrollar una íntima relación con su hijo dentro de su vientre. No tiene la experiencia catártica, alegre y dolorosa del parto, ni la descarga de los sentimientos de culpa a través del sufrimiento que lo acompañan. Ni puede la madre adoptiva experimentar la íntima reunión con el recién nacido a través de la lactancia (Anthony y Benedek, 1983; Deutsch, 1960).

El bebé imaginario y el bebé fantasmático a que hace mención Lebovici (1988; 1998), son representaciones psíquicas preconscientes e inconscientes que se ven matizadas por la vivencia física del embarazo y por los conflictos edípicos inconscientes de la madre. Las representaciones imaginarias y fantasmáticas del hijo que no es engendrado por la pareja parental, presentarán ciertas características que harán más compleja su elaboración y que tendrán importantes repercusiones en el vínculo madre-padre-bebé y en los procesos de filiación y afiliación. Con la adopción, el hombre y la mujer se ven privados de la realización del deseo narcisista de la inmortalidad física. Con la adopción el fantasma del niño biológico perfecto que ellos hubieran podido tener, camina al lado del niño adoptado. Con la adopción, la narrativa de la historia transgeneracional de los padres adoptivos se ve truncada.

La inseguridad que genera el hecho de no haber engendrado a ese hijo, provoca en los padres adoptivos sentimientos de incapacidad, miedo, culpa y ambivalencia. Y es así, que acompañando al amor hacia el hijo adoptivo, coexiste un temor a que la madre biológica reclame al niño y una culpa ante sus propios padres por no haber podido dar continuidad a su historia generacional, sentimientos que contaminan el afecto hacia al niño que ahora está entre sus brazos.

De aquí la importancia de que la pareja parental trabaje el duelo por la situación de infertilidad enfatizando la caída de lo ideal, de la separación, de las pérdidas, de su narcisismo (Barriguete y Salinas, 2000).

Acerca de los padres biológicos

Y con relación a los padres biológicos: ¿Cómo entender la decisión de unos padres de dar en adopción a su hijo? ¿Cómo poder sobrevivir al dolor y a la vergüenza de no haberlo podido conservar a su lado? Es cierto, es un triunfo de eros sobre thánatos; aborto o adopción habría sido la alternativa. Pero las heridas psicológicas, las huellas que esta decisión deja en ellos, difícilmente se elaboran. ¿Se podrá en algún momento de la existencia olvidar al hijo dado en adopción? Seguramente que no. La culpa, la vergüenza, el dolor, caminarán siempre a su lado. El fantasma de ese hijo vivirá junto a ellos. La madre y el hijo engendrado se mantendrán siempre unidos por esas experiencias prenatales compartidas, por esas fantasías que acompañan al embarazo, por esas vivencias del parto. ¿Cómo vivir entonces con la amenaza perenne del retorno de lo reprimido? La madre biológica del niño dado en adopción y el padre que se esconde detrás de ella, difícilmente podrán elaborar este trauma.

Acerca del niño adoptado

Y en el quinto personaje de este drama, en el niño adoptado, también en él los traumas y los fantasmas pueden habitar. Saber que se forma parte de dos familias genera diversos conflictos y puede dificultar algunos procesos psicológicos, por ejemplo en la elaboración de la novela familiar y en el proceso de integración de la madre escindida en buena y mala.

En el caso de los niños adoptados, la creación de la novela familiar que Freud (1909) menciona es necesario fantasear para liberarse de la autoridad de los padres y en donde los niños sustituyen al padre o a la madre por otros superiores, no se restringe en estos niños tan sólo a una fantasía, sino que esta fantasía tiene visos de realidad que afectará su elaboración.

Lograr la integración de la madre escindida en buena y mala, de suyo es un proceso difícil y que lleva tiempo elaborar, pero el esfuerzo psíquico requerido en el caso de la adopción es mucho mayor, la presencia de dos pares de padres hace difícil el integrar las imágenes de buena y mala madre en una, dificultando sus posteriores identificaciones y la formación del superyó (Brinch, 1980; Weider 1977).

Miedo a una fragmentación, sentimientos de ansiedad básica, retraimiento en la fantasía, alteración en la percepción, negación como mecanismo defensivo predominante, son algunas características que frecuentemente conforman el self del adoptado.

Una historia sin prehistoria. Un futuro sin pasado. Esa es la realidad en la que vive el niño adoptado. Su sentido de identidad es difuso, poco claro, porque su historia sólo empieza cuando entra a formar parte de la familia que lo adopta; sus raíces, su prehistoria, las tiene vedadas, las tiene prohibidas. Al niño adoptado se le cortan así sus orígenes biológicos e históricos. Realmente resulta difícil para quien conoce a su madre, imaginar lo que es no saber quien es la mujer que lo trajo al mundo. Difícilmente se puede imaginar, porque esto al igual que la muerte, es inimaginable.

El niño adoptado es al mismo tiempo elegido y rechazado, amado y odiado, rescatado y abandonado, lo que puede generar sentimientos contradictorios que dificultan la coherencia y cohesión de la integración de su self.

La conspiración del silencio

En este drama, cuando no se ha comunicado al niño/a su adopción, todos los personajes viven situaciones traumáticas y para poder enfrentarse a ellas, se ven obligados a convertirse defensivamente en maestros en el manejo de la negación: el niño aprende a vivir como si hubiera nacido de los padres que lo criaron, los padres adoptivos viven como si el hijo adoptado fuera el hijo que nunca pudieron engendrar, y los padres biológicos viven como si nunca hubieran tenido un hijo. Y así, utilizando este mecanismo defensivo, las situaciones traumáticas que acompañan a la infertilidad y a la adopción se pueden llegar a suprimir, pero no necesariamente a resolver.

Los traumas no resueltos de la adopción se van acumulando lentamente en los cinco protagonistas de este drama, favoreciendo que en cualquier momento puedan emerger los fantasmas que rondan a la adopción e inunden iracundos el entorno relacional de los personajes. Ante esta amenaza, los padres biológicos, los padres adoptivos y el niño adoptado construyen a manera de protección una muralla de silencio alrededor de la adopción, confiando inocentemente poder contener sus ataques.

Esta conspiración del silencio que surge alrededor de la adopción cobra un precio muy alto; exige al niño adoptado, a los padres biológicos y a los padres adoptivos, vivir ocultando y negando su dolor, su pérdida y su enojo. Se les obliga a vivir una doble vida, a representar una farsa en donde subterráneamente y contrario a lo que abiertamente expresan, viven un mundo de fantasías y miedos imposibles de compartir (Lifton, 1994).

Acerca del secreto

Es el silencio, el secreto, lo que no se puede nombrar, lo que no se puede decir, lo que se calla pero que está más presente que las palabras y con más fuerza, es con frecuencia lo que subyace al proceso de la adopción. En la adopción, los secretos existen: cuando se oculta que el hijo es adoptado, cuando se desconoce la existencia de los padres biológicos del niño, cuando se esconden las circunstancias de la adopción.

Tisseron (1997) menciona que existen ciertas influencias intergeneracionales como son entre otras, los duelos no resueltos y las vergüenzas familiares encubiertas, que al ser silenciadas y no elaboradas, pueden traer como consecuencia su expresión en patologías psíquicas o físicas en los descendientes. Menciona que cuando en una generación no se hace el trabajo de elaboración psíquica de una situación traumática, trae como consecuencia un clivaje que va a constituir para las generaciones ulteriores, una verdadera prehistoria de su historia personal. Estas situaciones pueden ser “indecibles”, “innombrables” o “impensables”.

El autor denomina “indecible” a aquella situación que está presente psíquicamente en quienes la han vivido, pero de la cual no se puede hablar, frecuentemente por tratarse de un secreto vergonzoso.

La situación “innombrable” se presenta en la generación siguiente a la que sabe el secreto, es la generación que desconoce el secreto “indecible” de la generación que la precede, por lo que estos acontecimientos se convierten en “innombrables”, es decir no pueden ser objeto de ninguna representación verbal.

Los acontecimientos “impensables” son aquellos que se ligan a un secreto cuya existencia ignoran los descendientes de dos generaciones, y que pueden provocar en ellos sensaciones y emociones que se consideran bizarras e inexplicables.
Karpel (citado en Lifton, 1994) menciona que existen tres tipos de secretos: El secreto individual, que corresponde al secreto que una persona guarda de las otras. El secreto interno que es el que algunos miembros de la familia conocen y guardan de algún otro miembro de la familia, y el secreto compartido, el secreto que todos los miembros de la familia se unen para guardarlo de cualquier persona ajena al clan familiar.

El secreto de la adopción puede entonces dependiendo del caso, pertenecer a alguna de las categorías aquí mencionadas. Pero más importante que la clasificación y que el secreto mismo, son las huellas que el secreto deja y las consecuencias de las múltiples estrategias que emplean la familia y las generaciones sucesivas para adaptarse a él.

¿Pero cuándo decirle al hijo que es adoptado? ¿Qué decirle? Tenemos que reconocer que no existe el mejor momento para decirle a un hijo que es adoptado, sino el momento menos traumático. Autores como Helen Deutsch (1960) mencionan que si la madre no devalúa a su maternidad adoptiva y goza sin inhibiciones sus tendencias maternales con relación a su hijo adoptado, encontrará intuitivamente el momento adecuado de comentarle acerca de su adopción. Es una cuestión predominantemente de tacto y empatía nos dice la autora.

Winnicott (1993) recomienda que se le diga al niño lo antes posible que él es adoptado, y menciona que la madre adoptiva encontrará la forma más adecuada para decírselo. La constante ansiedad que produce el engaño es más intolerable que el momento de pánico que acompaña a la primera manifestación de la verdad, escribe Winnicott.

Bowlby (1979), al igual que Deutsch y Winnicott, considera esencial que se le diga al niño que es adoptado y confía que si los padres pueden admitir la realidad y no tienen que aferrarse a la fantasía de haber procreado al niño, podrán criarlo de una manera satisfactoria.

La decisión de cuándo decirle al hijo que es adoptado debe de ser tomada considerando las circunstancias muy particulares de cada caso. De una manera general se considera que la edad adecuada es en la temprana latencia, después de haber pasado la fase edípica.

De acuerdo a varios autores (Weider, 1977; 1978; Frankel, 1991) decirle al niño que es adoptado entre los 2 y 4 años de edad es incompatible con lo que se considera conveniente para el desarrollo psicosexual de un niño de esta edad. El conocimiento de su adopción en esta época puede promover la instauración de reacciones defensivas que afecten algunas funciones cognitivas, sus relaciones de objeto, la formación del superyó y el desarrollo de la fantasía. Saberlo en esta edad cuando los niños están trabajando en la instauración de su autoestima e intentando encontrar su lugar en su familia puede ser muy dañino. El niño de esta edad tiene que sentirse un miembro muy querido de la familia, y el saber que es adoptado puede resultarle difícil de elaborar.

Por lo tanto, la mejor edad para decirle al niño que es adoptado es entre los 6 y 8 años. Durante la latencia el niño tiene una mayor capacidad para entender esta información y la elaboración del duelo de saberse adoptado se podrá ir elaborando en la tardía latencia, entre los 8 y 10 años, época en que las gratificaciones sociales le permitirán compensar la depresión que esta noticia trae consigo. Mantener este secreto hasta la adolescencia o la vida adulta puede causar heridas muy difíciles de sanar (Schechter, 1967).

Pero la tarea más importante no es encontrar el momento para decirle al hijo que es adoptado, sino tener la capacidad de estar sensiblemente alerta a lo largo de su vida, de los momentos cuando los diferentes significados de ser adoptado, el emocional, fantaseado y práctico, emerjan en la vida del niño y requieran de una explicación, clarificación, soporte y dirección de los padres adoptivos (Nickman, 1985).

Edipo, en la tragedia de Sófocles, exige saber sus orígenes y las circunstancias de su adopción, no importa quién llore, no importa qué tan humildes sean sus padres, no importa cuáles sean las consecuencias. Él quiere saber, él quiere recono-cerse en su historia.
Atreverse a saber lo que el inconsciente ya sabe, a ponerle palabras a lo que es innombrable, a dejar de esconderse tras esa muralla llamada negación, es uno de los puntos más importantes en el análisis del adoptado. Durante el proceso analítico se revive la fantasía inconsciente universal de ser adoptado, por lo que con el trabajo psicoanalítico y en la relación transferencial, el paciente adoptado tiene la oportunidad de elaborar sus duelos y de rescribir su historia, pero una historia ahora libre de secretos que lo contamine a él y a sus generaciones por venir. Esta es la riqueza del psicoanálisis, ésta es la posibilidad de cambio que promete la vivencia de la experiencia psicoanalítica.

Trabajo leído en el XXXIX Congreso Nacional de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Mexicana el 2 de diciembre de 1999 en la Universidad Intercontinental, México, D. F. Versión ampliada.

Fuente: Asociación Psicoanalítica Mexicana

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One comment to “La conspiración del silencio. La adopción en perspectiva psicoanalítica.”
One comment to “La conspiración del silencio. La adopción en perspectiva psicoanalítica.”
  1. La adolescencia de un niño adoptado representa a menudo un período difícil en el que los conflictos naturales de esta edad se incrementan por la situación de adopción.
    Y ya que en este post se habla de Edipo, quiero resaltar que Edipo fue un niño adoptado, lo que, aun siendo hijo de rey, no dejó de crearle algunos problemas…

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