La adopción tiene también una cara amarga

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El largo “embarazo” de Beatriz H. tardó cuatro años en fraguarse. Hace apenas tres años acabó su estado de buena esperanza con la llegada de Marta, después de un largo viaje a China. “Llevaba muchísimo tiempo preparándome para aquel momento y cuando la vi por primera vez sentí una ternura indescriptible. Se colgó de mi cuello, como si estuviese deseando que alguien la quisiera», recuerda con emoción esta madre adoptiva… pero el cuento de hadas no duró mucho.

Los problemas llegaron cuando el 18 de julio tomaron un avión de vuelta a territorio español y la hiperactividad de la pequeña se destapó como el detonante de una pesadilla. “Marta, con sólo tres añitos, demostró ser un terremoto dispuesto acabar conmigo», recuerda Beatríz H. «Su actividad era frenética, tenía pataletas constantes y se hacía pis en todas partes, como si estuviese enfadada con nosotros por haberla traído a casa”, lamenta. La barrera idiomática hizo que la comunicación se complicara entre adoptantes y adoptada, que parecían no comprenderse. “Entiendo que se sintiera perdida en un mundo extraño entre gente que no conocía, pero yo no estaba preparada para aceptar eso», admite Beatriz H.. «Fue muy duro para mí saber que no podía quedarme embarazada y reconozco que, en vez de gestar un bebé, fui haciendo crecer en mi interior grandes expectativas”, dice en un acto de contrición.

Un 1,5% de las adopciones internacionales se rompen en los primeros años, según un estudio de Ana Berástegui, doctora en Psicología e investigadora en el Instituto de la Familia de la Universidad de Comillas. La experiencia de países con mayor tradición en adopciones, como Holanda, constata que pasados de cinco a ocho años de convivencia, cuando el menor entra en la adolescencia, las rupturas de la estructura familiar aumentan. El boom de las adopciones se produjo en España entre 2004 y 2006, de manera que el plazo comienza a cumplirse y con él aparecen las primeras fisuras.

Jesús Palacios, catedrático de Psicología Evolutiva de la Universidad de Sevilla y experto en adopciones, asegura que el candor de las parejas que recurren por primera vez a la adopción para formar una familia, acaba pasándoles factura. “Los padres tienen la ingenua ilusión de que el amor lo puede todo, pero no es así. Los niños adoptados tienen una historia detrás, han vivido en la adversidad emocional, y eso les marca”, declara el catedrático. Palacios considera que la clave para que la ecuación funcione es aceptar la incertidumbre y atender las necesidades del niño sin caer en la tentación de hacerlo encajar en el modelo de hijo que nos hubiese gustado que fuese.

Las dificultades de la paternidad no son exclusivas de los adoptantes, pero sí conllevan ciertas peculiaridades. “La familia tiene que asumir que la Administración fisgará en su vida, que los hijos pueden ejercer su derecho a buscar a sus padres biológicos, o que pueden sufrir problemas por sus orígenes”, advierte Berástegui. «Los menores adoptados muestran a menudo una conducta desafiante. Intentan demostrar su independencia una y otra vez», añade.

Los nuevos padres de Marta decidieron escolarizarla con la esperanza de que el sistema educativo pudiera encauzar su energía desbordante y convirtieron su agenda en un periplo agotador que aún incluye clases de chino, actividades deportivas y música. “En la escuela ha demostrado ser una niña sociable que no tiene problema para acatar las normas ni para integrarse en el grupo, pero con nosotros era completamente diferente”, cuenta Beatriz H., que requirió el apoyo psicológico de los servicios post-adopción de la Comunidad de Madrid para crear vínculos con la pequeña.

“Recuerdo que necesitaba la ayuda de dos mamás para traerla a casa, porque se iba con cualquiera que no fuese yo», relata afectada. «No había manera de que quitase la mano de la cerradura para que pudiese abrir y no consentía ni que le quitase el abrigo cuando llegábamos a casa”, comenta. El día a día entre madre e hija fue intoxicándose hasta que Beatriz H. se partió. “Empecé a sentir que no servía para ser madre, porque Marta no quería siquiera que la abrazase. Rechazaba cualquier tipo de demostración de cariño y eso me destrozaba», relata la adoptante madrileña con los ojos enrojecidos. «Un día no pude más y rompí a llorar delante de la niña que, sorprendentemente, dejó de patalear, abandonó su rincón y vino a abrazarme por primera vez en seis meses”, dice con una sonrisa triste.

Son pocas las familias que reconocen tener estas dificultades, pero esta madrileña no ha sido la única. Entre un 2,4% y un 4,3% de las familias con hijos adoptados reconoce que no se sienten unidos emocionalmente, mientras que otro 15% se muestra insatisfecho a pesar de vivir en el mismo techo y vive en una atmósfera de continua dificultad, según los datos que maneja el Instituto Madrileño del Menor y la Familia.

“La mayoría llegan hambrientos de cariño y estabilidad, pero otros huyen de cualquier del contacto físico porque no saben dar ni recibir cariño”, explica Palacios, que trabaja con padres adoptivos para que frenen sus deseos de convertirlos en una réplica urgente de hijos biológicos. «Los niños necesitan tiempo para descubrir que se encuentran en un entorno distinto, donde pueden bajar la guardia y deshacerse de las estrategias que han empleado durante años para superar el abandono”, agrega.

A pesar de que estas dificultadas adaptativas son más comunes entre los niños que han sido adoptados después de los cinco años, son pocos los adoptantes que no se han sentido desorientados en su nuevo rol de padres y por este motivo se han unido en asociaciones que los vinculan a otros en su misma situación. Ese es el caso de Teresa O. que actualmente colabora con la Federación La Luna y que ha sido representante de CORA, una coordinadora de organizaciones en defensa de la adopción y el acogimiento. Tiene una hija biológica de diez años y un hijo adoptivo de nueve, que llegó de Haití cuando sólo tenía un par de días y que ha tenido que enfrentarse al racismo desde primaria. “Los profesores no deberían minimizar el problema de la xenofobia en las escuelas porque los críos se sienten desprotegidos y terminan por tomarse la justicia por su mano, como nos ha pasado con Juanjo”, comenta herida después de haber recibido la última nota de la tutora del niño, en la que reza: “Se observa una mejoría en clase, pero en el patio sigue sin saber controlarse”.

Esta madre confiesa haberse sentido sola en la post-adopción. “Las familias adoptantes nos volcamos en el proceso de adaptación y es posible que protejamos en exceso a nuestros hijos, pero lo cierto es que los colegios no están preparados para integrar a estos niños. Ellos se esfuerzan en aprender pronto el idioma del país, pero siguen sintiendo un desnivel en las aulas con respecto a otros chicos de su edad”, denuncia.

Isabel C. no está dispuesta a aceptar los tópicos. Tiene a un hijo adolescente de origen latinoamericano que trajo a casa un suspenso masivo en la última evaluación, pero ella no culpa al sistema de su fracaso escolar. “Aquí lo tienes, enganchado al tuenti», dice por teléfono mientras lo contempla desde el marco de la puerta. Las teorías de los psicólogos que defienden los hijos adoptivos suelen tener problemas de aprendizaje, dificultades de atención fija y bajo rendimiento escolar debido a la falta de estímulos y una alimentación deficiente en su infancia temprana. Ella deja al margen las teorías deterministas de los más fatalistas y, en vez de resignarse, ha comenzado a llevarlo a una psicóloga y a reforzar sus sesiones de estudio con clases particulares.

«Cuesta un triunfo que se siente a estudiar pero, al margen de eso, mi hijo es un niño educado del que me siento orgullosa y no me supone ningún trauma que repita 2º de ESO si eso sirve para que se ponga las pilas de una vez. No creo eso tenga nada que ver con sus orígenes, por mucho que se empeñen en crear una leyenda triste sobre los adoptados”, dictamina. «Los padres somos los primeros que tenemos que dejarnos de drama. Nadie dijo que fuera fácil, un hijo requiere muchas ganas y mucha energía, pero no hay nada que no se arregle con ganas», expone con positividad.

Aurora Muñoz

Fuente: Zoom News

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