Como ‘en familia’ en ningún sitio

familias de acogida

La Rioja cuenta con veintidós familias acogedoras, es decir, que están dispuestas a recibir en su hogar a uno de los 131 niños cuya guarda legal pertenece a la administración autonómica.
En la actualidad son diez los menores de edad que disfrutan de esa situación en un hogar que los recibe con los brazos abiertos, tras superar un proceso en modo alguno sencillo y a sabiendas de que la acogida tiene, antes o después, un punto y final.
Nere, María Antonia, Mapy, Fernando y Arancha forman parte de ese grupo de madres y padres acogedores que no dudan en reconocer que todos y cada uno de los niños que han pasado por sus hogares han contribuido, sin duda, a enriquecerlos en todos los sentidos.
Los cinco forman parte de AFAAR, Asociación de Familias Adoptantes y de Acogimiento en La Rioja. Nacida en el año 1991, a lo largo de sus más de cuatro lustros de andadura no ha cejado en su labor de informar, formar y apoyar a quienes deciden adoptar (o acoger) a un menor, centrando sus esfuerzos en mejorar cualquiera de los aspectos relacionados con estos procesos.
Su presidenta, Nerea Solo de Zaldívar, es ya una experta en eso de ver aumentada su familia. La primera vez fue hace quince años y se produjo ‘a lo grande’. «Teníamos un hijo de cuatro años, la segunda estaba en camino, y acogimos a cuatro niños: éramos muy jóvenes, vivíamos en el pueblo, en una casa muy grande y la experiencia fue muy bonita», recuerda. «Los pequeños estuvieron durante un mes y medio, mientras su madre arreglaba su situación», añade. Luego tuvieron a una niña durante los fines de semana y vacaciones, «con un corto período de residencia continua cuando cerraron el piso de Adoratrices».
Cuatro años y medio después llegó otro niño, «pero ni él ni nosotros superamos el período de adaptación. Luego llegó Jorge, un adolescente de catorce años que vivió con nosotros durante uno», va explicando.
También presente en esta cita con AFAAR, Jorge habla de esta experiencia y la define como «muy positiva». Tuvo que irse a vivir temporalmente con Nere y su familia porque padece una enfermedad renal «y mi madre, por cuestiones laborales, se vio en la imposibilidad de dedicarme el tiempo y el cuidado que precisaba en ese momento». Tras ese año, en el que Jorge vivió con Nere, «la relación con toda la familia fue muy buena. Ella me inculcó responsabilidad, porque yo tampoco me cuidaba todo lo que debía», reconoce.
Reina de la casa
El hogar de María Antonia recibió hace unos años a un bebé de siete meses, y en la actualidad todos viven volcados en otra pequeña llegada hace cinco semanas, con solo cuatro meses de edad. «Ahora está hasta más guapa», asegura orgullosa. «No quiero decir con esto que los niños no estén perfectamente atendidos en una institución, pero la familia aporta un calor difícil de igualar, ese apego tan necesario para que un bebé se desarrolle bien». Ni que decir tiene que sus tres hermanos ‘acogedores’ de 17, 15 y 11 años, la tienen como centro de atención. «Es imprescindible que estos niños estén en un hogar», insiste María Antonia.
Otro caso es el de Mapy y su marido. Tienen desde hace año y medio a un ‘terremotillo’ que llegó con 17 meses. «Ha pasado con nosotros más de la mitad de su vida», apunta satisfecha la mamá de acogida. «No tenemos hijos y nos decidimos por el acogimiento: ahora tenemos con nosotros a una princesita», dice con orgullo al hablar de la niña.
¿Por qué se decidieron por esta opción? Mapy asegura que se sintieron familia de acogida al ver tantos niños que se ven separados de hogar por distintas circunstancias «y ser conscientes de que nosotros podíamos darles ese referente, ese entorno de amor tan necesario».
Se muestra encantada con la experiencia: «Es una maravilla, disfrutamos en todo momento, no ya por lo que damos, sino por todo lo que nos aporta ella». Asegura que la experiencia humaniza y está «llena de sentimientos».
Permanente o urgente
El caso de Arancha es diferente: ella vivía sola, así que la familia formada con su hija de acogida de 15 años es monoparental. Su primera experiencia fue un caso de urgencia, «por lo que no pasamos por un período de acoplamiento. Tenía diez años y permaneció en casa tres meses». Describe los primeros días como «una vorágine: era un cohete. Su madre no quería que estuviera en un piso de acogida, porque ella misma había pasado por ello». Un año después llegó la menor que vive con ella desde hace ya tres años: «Tiene diecisiete años y es un acogimiento permanente: hasta que ella quiera».
Fernando y su mujer responden a un perfil diferente. Ellos , ya jubilados, reciben a niños en situación urgente, «por lo que su acogimiento es inmediato, pero la estancia suele ser breve», explica. «Mi mujer se muestra más fuerte, pero yo siempre llevo mal las despedidas», reconoce.
Fuente: El Correo
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