¿Asunto de niños o de adultos?

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Los adultos tenemos recursos psicológicos suficientes para tolerar mejor las frustraciones. Somos capaces de postergar la satisfacción de nuestras necesidades, de resolver dificultades personales como la de nuestra propia infertilidad como individuos, como parejas. Podemos buscar alternativas, solicitar apoyo especializado, movilizar y alinear recursos a favor de nuestros intereses, proyectos o deseos.

Pero los niños y niñas que esperan por una familia, ellos en realidad no esperan. A ellos les pasa el tiempo, que es algo muy distinto.

El tiempo de un niño es por demás, un recurso limitado e infinitamente valioso, es un tiempo único y vital para su desarrollo, para su constitución como personas, como ciudadanos. En la espera de los niños y niñas, se pierden enormes oportunidades de vida. Sin embargo, indefectiblemente deben adaptarse, con toda la capacidad de adaptación de la que dispone un ser humano, a vivir como normal y continuada su propia tragedia; la de su injusta realidad, la de no tener familia. Y deben adaptarse a eso, porque sencillamente no están en capacidad de esperar o de extrañar, algo que no conocen. Ellos, en busca de seguridad, de certidumbre, asumen que el mundo que conocen y en el que se desenvuelven, es naturalmente el que les toca asumir como suyo. Viven sí, el vacío, la sensación de andar incompletos, el dolor de una ausencia no identificada, de una pérdida que deja su impronta. Eso que vivencian, eso es exactamente lo que termina por ser su identidad, por ser su Yo.

Se trata entonces, de la vivencia de un adulto en busca de hijos, versus la peculiar vivencia de un niño en situación de desamparo.

Pero si analizamos, cómo se construye social y culturalmente la adopción como institución, podremos constatar que el interés preeminente y dominante, resulta ser siempre el interés del adulto, en abierta supremacía por sobre el reconocido Interés Superior del Niño. Circunstancia que se da en medio de un “liberalismo salvaje”,  a través de la “mano invisible” del un “mercado” que hace que, los niños y niñas, aún teniendo jurídicamente reconocido y consagrado el DERECHO A SU FAMILIA, vean subordinado tan precioso derecho, a los intereses de aquellos adultos que necesitan “tener” sus hijos. De allí que se presente el falso problema, de que no haya niños para adopción, cuando en realidad, lo que sucede es que no disponemos, ni tampoco procuramos los padres y las madres adecuados, para quienes hoy día esperan por SU familia.

El derecho a familia, de esos niños y niñas reales, increpa a toda una sociedad para que, con sentido de equidad, garanticemos y restablezcamos prioritariamente ése derecho fundamental para los más vulnerables. Los adultos estamos a cargo, por ende, tenemos  más responsabilidad.

José Gregorio Fernández

Fuente: proadopcion.org

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