«El que quiera una vida fácil, que no acoja a un niño… ni tenga familia»

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«¿Te llamo mamá?». A los cuatro años, y tras perder a su madre con tres, ésa era la principal duda de Ainhoa. Su hermana, Nuria, de doce, optó por los nombres de pila, pero ella quería entregarse plenamente a su segunda oportunidad.

Carmen y Javier son desde hace seis años sus padres. Las han cuidado a las dos, a los tres, porque Álvaro –que pasó de hijo único al segundo de tres hermanos y empezó por cederles su habitación a las niñas– también tenía que seguir creciendo. Ahora, con diez, la pequeña hace los deberes e intenta convencer de que tiene edad para irse al parque con sus amigas. La mayor, realiza vuelos cortos sin supervisión, más cortos de lo que reclaman sus 19 años. Álvaro tiene los estudios y esa virtud de estar sin que se note a la que se hizo cuando la atención se desvió de sus andanzas.

«Él fue quien mejor se portó entonces. Se adaptó mejor que nosotros y nos ayudó mucho. Los hijos biológicos juegan un papel fundamental», asegura Carmen. Ellos sabían que querían más hijos pero tuvieron la intuición de que no llegarían a un segundo por la vía «tradicional», y empezaron por plantearse la adopción. Un cartel les hizo replantearse todo. «Lo consultamos con Álvaro. Primero le dijimos lo de tener un hermano. Luego le explicamos el acogimiento, le hablamos de uno y llegaron dos, dos niñas encima –recuerda con humor–. Eso supuso hasta que se cambiara de habitación, lo hizo con mucha ilusión».

Desde el cuarto cumpleaños de Ainhoa, han crecido juntos, se han peleado juntos y se quieren-odian según ondee el viento. «Han tenido sus baches, pero como hermanos», admite Carmen, restándole importancia.

Para ella, en la balanza de los miedos, la incertidumbre pesa mucho cuando se toma una decisión de ese calado. «A lo que te vas a enfrentar no lo sabes hasta que no los tienes … exactamente igual que cuando es uno biológico». «La gente quiere niños sin problemas y eso es que no existe. El que quiera una vida fácil que no se meta en esto, ni en nada, que no tenga familia. Son problemas que pasan con tus hijos también». En eso coincide el matrimonio.

«Cuando tienes un hijo tienes que estar preparado, que puede ocurrir que no lo estés; cuando vas a acoger, igual. Porque va a venir una persona a tu casa, a la que vas a criar, que ha sufrido… y tienes que tener en cuenta todos esos factores. Pero no tiene nada de misión, simplemente te apetece hacerlo por el motivo que sea». Así lo ve Javier, el padre, que insiste en la necesidad de desterrar ese «halo de santidad» que se les confiere a las familias acogedoras. Y confirma: son una especie común, no tienen nada de extraordinario. Ninguno. «Somos unas personas que queríamos un hijo, no somos misioneros…». En este punto, y si tienen que poner un pero al proceso que vivieron, es precisamente que ese deseo de ser padres jugara en su contra. «Eso debería cambiar, no entiendo que pueda ser desfavorable de cara a la Administración», lamenta.

Siempre juntas

Nuria y Ainhoa, cuya tutela depende de la Junta de Andalucía, están en régimen de acogimiento permanente. Ser hermanas dificultaba su caso y pasaron un año en centros de protección. Tienen una tercera, mayor de edad cuando se produjo la situación de desamparo, con la que han mantenido siempre el contacto. Éste es un punto fundamental del acogimiento: seguir viendo a la familia biológica, siempre que las circunstancias lo aconsejen.

¿Y si vuelven con ellos? «El temor que tiene mucha gente a que después se vayan, en nuestro caso, creo que era más psicológico que real». Sin embargo, Carmen señala que ante la posibilidad de que pudieran marcharse con su hermana, «hay que estar preparado. Pero los hijos también se van en algún momento…». Bajo su prisma, no parece haber contratiempo insalvable. «El agobio es que vayan a un sitio peor, pero si vuelven con su familia y están bien… De todas formas, no me imagino que rompiéramos el vínculo». El mismo escollo tienen que superar al inicio algunos parientes biológicos: admitir que estarán mejor con otras personas. Prima el bien del menor. En ello trabajan al unísono las familias, la Consejería de Igualdad y Bienestar Social y las fundaciones colaboradoras. Tres frentes para minimizar los escollos que el camino pone a los niños para distraerlos de su infancia. Aún así, las dificultades en ocasiones se imponen. Carmen también tiene solución a eso: «Hay veces que queremos tenerlo controlado todo y que sea perfecto. Pues no».

Mayores de siete años, hermanos o enfermos: urgen 200 familias

En Andalucía hay casi cuatro mil menores del Sistema de Protección de la Junta que disfrutan de un ambiente familiar, según datos de la Consejería de Igualdad y Bienestar Social. La inmensa mayoría, 3.322, se encuentran en acogimiento familiar y 657, en proceso de adopción. Ellos, puede decirse, tienen sus necesidades más inmediatas cubiertas. Pero otros 1.355 niños y niñas con edades inferiores a los 15 años aguardan en la amplia red de centros de protección regionales el paso adelante de una familia susceptible de convertirse en la suya. Y de entre ese amplio número, sobre 218 pesa una especial urgencia. Son los calificados como «con necesidades especiales». Los motivos son diversos: tener más de siete años, padecer alguna discapacidad física, psíquica o una enfermedad crónica o ser varios hermanos. En Sevilla vive el grupo más amplio. Y ahí es donde la Fundación Márgenes y Vínculos colabora con la consejería asesorando y formando a las personas candidatas. La directora del programa, María Ángeles Míguez, anima a quienes «tengan motivación de ayudar» a acudir a ellos para informarse y valorar una decisión que cambia vidas. Las de unos niños desprovistos de su derecho fundamental a crecer al calor de un buen hogar.

Fuente: La Razón

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