La maternidad adoptiva

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Sin duda alguna, la madre se hace madre, a medida que ejerce su función.

Las miles de mujeres que han tenido la maravillosa experiencia de adoptar a un hijo o una hija, saben con exactitud que es la mirada de aquellos niños, la que dio inicio a su reconocimiento como madre.

El proceso de adopción es un período en que se mezcla la ansiedad por las evaluaciones, la esperanza ligada al cumplimiento de un sueño y las expectativas, tanto en relación con las características del niño/a como con los logros de una integración familiar, que promueva positivamente su desarrollo.

El período de espera, comúnmente mayor a los nueve meses de gestación biológica, culmina con la llegada de un bebé o un/a niño/a, que ha estado durante un tiempo variable, requiriendo de los cuidados de adultos que lo protejan y amen para toda la vida; formando parte de una familia, que le aporte una identidad y desarrollo específico, estando atentos a sus necesidades y requerimientos particulares.

Ese momento de encuentro, tiene una cualidad única, de entrelazar eventos mágicos, afectivos, formales y judiciales, los que dan inicio a un lazo profundo que durará al menos, el resto de la vida. Bajo circunstancias muy disímiles, la madre mira y cobija en sus brazos a ese niño/a por primera vez, manifestando una «explosión amorosa» que sella este acto de amor incondicional y da inicio a un compromiso de cuidado para siempre.

Madre y padre, reciben a este hijo «del corazón», que en realidad es amado no sólo desde este órgano sino desde las entrañas, desde cada célula del cuerpo y desde el alma. El amor producido en la adopción no se diferencia en absoluto del surgido a partir de la maternidad y paternidad biológica.

Las distinciones pertenecen a otro ámbito, y son referidas principalmente al conocimiento de la existencia de otros progenitores, que le dieron origen y a quienes se les agradece haber conservado su vida, más allá de las circunstancias que los llevaron a entregarlo en adopción. Se reconoce que esta existencia tendrá que ser informada al niño o niña, a medida que crece, haciéndolo participe de la verdad respecto a su origen. La historia de su llegada es transmitida desde el amor, el respeto y la honestidad, fomentando valores que le permitirán crecer en un clima de confianza, comprensión y perdón.

La madre irá aprendiendo en la práctica de su maternaje, de qué manera lidiar con la historia de vida de su hijo/a, anterior a su llegada, el desconocimiento de su carga genética y los temores asociados a la decisión posterior de conocer detalles acerca de su nacimiento, pero todo ello estará fundamentado en la vivencia central y concreta que es madre quien cría, contiene, enseña, educa, apoya y acompaña, en un ambiente de amor y protección.

Columnista: Nicole Chaigneau V

Fuente: http://www.diarioaysen.cl

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