Generación adoptada

Yao

Yao Ferrer Pellicer tiene 20 años y a veces ni siquiera se acuerda de que su aspecto lo evidencia: «¿Cómo lo has sabido?», pregunta a quienes la interrogan sobre su origen chino. Ella es una catalana adoptada en China. No fue la primera en Catalunya: fue la segunda. Tenía 3 años. Ser adoptada extranjera en una sociedad en la que apenas había casos similares le obligó a pagar un precio: la diferencia no se perdona fácilmente. Así que tuvo que aguantar a algún pesado e incluso cambiar de colegio. Pero eso ya es historia: Yao es una catalana más, que ha digerido su experiencia y que explica que no es un proceso sencillo. Hasta hace dos o tres años, cuenta, no llegó a una conclusión positiva: «Vi que no tenia por qué juzgar a mi madre biológica, y dar gracias por que no abortó».

Ahora, los adoptados suelen tener compañeros adoptados en el colegio, cuando no en su clase. Después de Yao llegó el boom de la adopción internacional, que duró una década. Ahora el grueso de los catalanes adoptados en el extranjero están a punto de llegar a la adolescencia. Algunos de los progenitores que han apostado por esta vía hablan de su experiencia, sin esconder la complejidad que puede encerrar, los miedos y la realidad indiscutible de que, al final, los padres de un niño son aquellos que se levantan por la noche cuando despierta con tos, sed, miedo o ganas de ir al lavabo.

ANTES DEL AVIÓN / «La visión de los padres es para los hijos adoptados la de una película empezada: ‘Fuimos a buscarte en avión’. ¿Y antes? El gran miedo erróneo es el miedo a hablar de la familia biológica, de los orígenes. Te fuimos a buscar en avión va bien cuando son pequeños, después ya no. ¿Y antes del avión qué pasó?». Así se explica Francesc Acero, presidente de la Asociación de Familias Adoptantes en China (AFAC).

Él y su mujer, Fina Miró, adoptaron a Abril, que tiene nueve años. «Los padres solemos decir: ‘Adoptamos a una niña. Las hijas suelen decir: ‘Soy adoptada’». Para unos es algo pasado, para otros, presente. Acero habla de la «mochila» de los adoptados, sus vivencias, de la que Yao dice: «Todos la llevan, unos la saben llevar mejor y otros, peor». Fina Miró alude a «la herida que les acompañará toda la vida», la del abandono que sufrieron. Y Yao, a su lado, precisa: «Tienes que intentar cerrarla, que no te haga daño. Primero te da rabia. Quieres saber quiénes eran».

Es el asunto de los orígenes, de si conviene escarbar en ellos. Buscar respuestas. Los interrogados responden de una forma similar: el ritmo lo tienen que marcar los hijos. Que se haga lo que ellos quieran. Algunos quieren escarbar, otros menos. Yao, por ejemplo, ha decidido no mirar atrás: «Corres el riesgo de no sentirte de aquí ni de allí». Pero advierte contra la manipulación: «No hay que decir mentiras». Yao vino con tres años y algo sabe de su vida allí: en su orfanato, con tres años, se ocupaba de niños menores que ella: «Cambiaba pañales, sabía atar zapatos».

Acero advierte de que los orígenes no son solo la familia biológica, también el país, la gente, la cultura. Él apuesta por una edad: cree que si un niño o una niña adoptados no han hablado del tema a los seis años, conviene estimularlo. La suya no quería saber nada de la cuestión hasta que volvieron a China a acompañar a otra familia que iba a adoptar. Ese viaje sirvió para desbloquear el tema. Aunque ha pasado el tiempo, todavía Acero y Abril se topan con la típica señora mayor que, probablemente bienintencionada, proclama gritando: «¿Me entiendes?». Un día el padre se cansó y dijo: «Qué, Abril, ¿le contamos nuestra vida a esta señora?». Y la niña lo miró agradecida, cansada ya de tanta pregunta.

CASOS AISLADOS / Aunque parezca mentira y se trate solamente de casos aislados, todavía quedan, al parecer, padres que ocultan a sus hijos su condición de adoptados. Además de escrúpulos, ello requiere que el aspecto físico lo permita. Josep Lluís Esteban, que conoce alguno, lo comenta sorprendido. Padre de dos hijas de 8 y 13 años adoptadas en Rusia, se le ve seguro del terreno que pisa: «En casa se habla del tema con toda normalidad». Ni se esconde, ni se magnifica, dice. Por ejemplo, un día la mayor pidió su certificado de nacimiento y se le mostró. La misma hija que vivió un duelo por su madre biológica: «No fue cosa de un día».

HOSTILIDAD Y SEGURIDAD / «No hay que esconder respuestas ni promover que se busquen. Es la niña o el niño quien tiene que hacerlo, no los padres», dice Esteban. Eso sí, «las preguntas se responden todas, en función de la información que se tiene y de la edad del niño».

C., que preserva su identidad, abunda en el miedo de los padres adoptantes a la competencia con los biológicos. Es madre de una niña de 9 años adoptada en México que suele aludir a su pasado, a sus padres biológicos, a que estaba mejor allí, a que no quiso ser adoptada, a que allí tenía teléfono móvil y era mejor tratada. Todo fábulas. Pero la lectura es positiva: «La psicóloga afirma que esa hostilidad demuestra un vínculo, prueba que la niña ya sabe que esta familia no la va a rechazar».

Fuente: elperiodico.com

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