El triunfo de ser padres en Rusia

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«Pàvel es nuestro hijo y no vamos a volver a España sin él». Mónica Lario y Francisco Oliva han pasado dos meses de calvario, pero su ejemplo da esperanza a las más de 500 familias de españoles que han iniciado los trámites de adopción de un niño ruso. Procesos que se han paralizado por una exigencia del Kremlin tan exigente como absurda y que, hasta que no se ratifique un acuerdo bilateral entre ambos países, no se resolverán. Esta situación ha provocado mucha intranquilidad entre los adoptantes, que temen que sus hijos, que ya les han sido asignados y a los que ya conocen, sean reasignados a otras familias rusas.

Esta pareja de barceloneses comenzó su aventura hace dos años. Con 33 años ella y 32 él, no habían podido tener hijos y, después de meditarlo mucho, se lanzaron a la aventura de la adopción. Después de entregar la documentación, pasar por psicólogos y enfrentarse a un informe de idoneidad, llegó la primera gran noticia. Les asignaron a Pàvel, un niño de tres años que se encontraba en una «casa−cuna» (institución en la que se encuentran niños abandonados al nacer o a cuyos padres les han quitado la custodia) de Krasnoyarsk –un pueblo cercano a Mongolia–. La carta iba acompañada por una pequeña foto del chico y «cuatro líneas» del informe médico. En mayo de este año se produjo el primer encuentro. «El primer día ya nos llamaba papá y mamá», recuerda Mónica. En ese momento, la pareja ya se sentía como una familia, pero quedaba el trámite de presentar la documentación para el juicio de asignación. El 16 de agosto recibieron la noticia de que en diez días debían estar en Moscú. El juicio estaba programado para el 3 de septiembre. Lo que iba a ser un viaje de mero trámite, se convirtió en una lucha contra el sinsentido que ha durado cerca de dos meses.

Tres días después de aterrizar en la capital rusa, el Tribunal Supremo decidió suspender todos los procesos de los adoptantes procedentes de países en los que está permitido el matrimonio homosexual. Para ello, argumentan que necesitan garantías suficientes de que los niños no van a acabar en una familia de homosexuales en el caso de que el menor acabara tutelado por el Estado. Este mazazo no influyó en el ánimo de la pareja. En su segunda visita a Pàvel, los reconoció, salió corriendo hacia ellos y «se fue a los brazos de su papá», confiesa Mónica.

El juicio iba a ser un mero trámite. «Fue todo perfecto y cuando estaba a punto de acabar, la jueza nos dijo que no había acuerdo bilateral y exigía la documentación de la Generalitat que asegurara que el niño no iba a ser recolocado en una familia gay». Al no existir dicho papel, la magistrada decidió aplazar el juicio. El Ejecutivo catalán envió un documento que tampoco sirvió. «Llegaron a decirnos que volviéramos a España porque el documento no llegaba. Hicimos la maleta, pero la volvimos a deshacer porque pensamos que si volvíamos nos iba a pasar lo mismo que al resto de familias y decidimos luchar. Habíamos ido a por Pàvel y no lo íbamos a volver a dejar allí. Íbamos a verle todos los días y pasábamos con él una hora o hora y media. No podíamos dejarlo abandonado otra vez». La magistrada de Krasnoyarsk es la única de Rusia que ha dado sentencias positivas, la de Mónica y la de otra pareja de Zaragoza. «Le preguntaba todos los días a nuestro representante si habíamos vuelto a España. Creo que eso ha sido muy favorable para nosotros», explica.

Mónica y Kiko son conscientes de que su lucha les ha valido el apelativo de «los héroes de Krasnoyarsk» que le han puesto el resto de familias adoptantes que esperan una solución. Por ello, esta pareja quiere que sigan su ejemplo: «Lo principal es la perseverancia. La situación que hay ahora es difícil y parece que va a tardar seis meses en solucionarse, pero hay que insistir. Es muy duro, pero hay que pelear por esos niños, que son tus hijos».

Fuente: http://www.entornointeligente.com/

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