Hacerse mayor en un centro de menores

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Si algo sorprende de Youssef, un joven de 19 años, es su tremenda ilusión por salir adelante y lograr su sueño de montar su propia peluquería. Como la férrea voluntad de Lis (nombre ficticio) por terminar la carrera de Derecho a sus 24 años. Y la lucha de Ousmane Berthe, 20 años, que en la búsquedad de un destino mejor encontró su vocación: quiere estudiar Enfermería «para devolver a los demás toda la ayuda que he recibido». A Sonia, 22 años, su sabiduría y equilibrio le han conducido hasta la carrera de Económicas, convencida de que podrá «tener más salidas profesionales».

Hasta aquí podrían ser los deseos de cualquier chico de esas edades, de no ser porque estos cuatro jóvenes llevan sobre sus espaldas una mochila de experiencias muy poco positivas y sobre las que les hace muy poca gracia hablar. Comparten además una vivencia única: durante años han sido tutelados por administraciones autonómicas viviendo en centros de protección de menores. Superando difíciles situaciones familiares han logrado coger un camino. Desde luego, no sin un tremendo esfuerzo.

Mejor o peor, todos han afrontado su mayoría de edad, a veces con angustia, en otras ocasiones con preocupación. Con incertidumbre por no saber qué les deparará un futuro sin los educadores y sin el centro que les arroparon en la infancia y adolescencia. Con miedo por verse sin techo, sin comida y sin un lugar adonde regresar a partir de los 18 años. «Cuando se acerca esa fecha, los chicos se ponen muy nerviosos», explica María Teresa Montes, coordinadora de los centros de menores de la Comunidad de Madrid.

Y no es para menos. «Cuando un menor de edad no tiene ningún adulto de referencia, automáticamente se ponen en marcha los servicios de protección y se le da una protección. Con la mayoría de edad esa situación de desamparo desaparece y se extingue la ley de protección del menor. Pero se arbitran otros mecanismos», explica el juez de menores Luis Carlos Nieto.

Valerse por sí mismos

Por eso, desde los 16 años, los adolescentes que residen en estos centros comienzan una formación para una vida adulta. En el caso de Madrid, y también en otras comunidades, educadores, profesores, tutores, orientadores… se vuelcan en prepararles para esa difícil transición. «Enseñándoles el cuidado y respeto por uno mismo, normas de convivencia, el sentido de la responsabilidad, el esfuerzo del trabajo…», dice Montes. Desde ordenar un armario o aprender a cocinar, hasta solicitar la tarjeta sanitaria o abrir una cuenta corriente. Además, acceden a programas de inserción laboral que les encaminan hacia un oficio o una profesión. «Intentamos no dejar a ningún chico en la calle. Casi todos salen adelante y es un porcentaje muy bajo el que sufre un fracaso absoluto», asegura Montes.

Algunos vuelven con sus familias de origen, otros siguen en familias de acogida, pero los que no tienen esas posibilidades, cumplidos los 18, disponen de recursos gestionados por ONG, asociaciones y fundaciones. Aunque podrían existir muchos más. Comparten pisos bajo la supervisión de un orientador, entran en programas de autonomía para jóvenes ex tutelados, si continúan estudiando acceden a becas que les permiten permanecer en los centros de protección a cambio de ayudar a los educadores…

Algunos de estos chicos tienen sus fantasmas, de los que son conscientes y que no disimulan. No obstante, todos hacen gala de un discurso templado y comprometido, que revela la madurez de un adulto: de la persona que siente tener en las manos las riendas de su propia vida. Hoy son todo un ejemplo, una esperanza, para otros muchos niños que en el futuro deberán coger su camino.

Youssef, 19 años. Su sueño: tener una peluquería

Youssef contagia la chispa de la juventud, de sonrisa fresca y turnos de voz serenos que no revelan que llegó a Algeciras desde Tánger en los bajos de un camión. Tenía quince años. «No quiero vivir como he vivido en Tánger con mi familia —afirma—. Quiero ofrecer un futuro mejor cuando construya mi propia familia».

Un buen día la Policía le rescató de las calles de Madrid. La Comunidad de Madrid le tuteló en un centro de protección de menores. Quizás ahí empezó, sin saberlo, su buena estrella. Fue entonces cuando comenzó su formación: talleres de electricidad, de restauración, de peluquería… Mientras los educadores le preparaban para afrontar una vida adulta cuando cumpliera la mayoría de edad. Una etapa que Youssef vivió con «angustia y miedo a no conseguir un trabajo ni papeles. Y pensando que, a los 18, estaría otra vez en la calle».

No fue así. Ahora, con otros tres chicos, comparte un piso para ex tutelados que gestiona la Fundación Tomillo. Forma parte de un programa —supervisado por la Comunidad de Madrid— para lograr la autonomía sociolaboral y económica. «Si no tuviera este programa estaría en la calle», dice.

Trabaja los fines de semana como ayudante en una peluquería, mientras sigue formándose en esta profesión. Así obtiene unos pequeños ahorros, otra de las capacidades que tienen muy desarrollada estos chicos. «Cuando salga del programa tendré dinero para pagar algunos meses de alquiler», asegura.

Youssef no se siente solo. Y parece ser así, «los compañeros de piso se cuidan unos a otros», sostiene Belén Conte, de la Fundación Tomillo. «También llamo a mi mentora (una voluntaria) —sonríe— cuando tengo dudas sobre algún medicamento o sobre cualquier cosa. Ella me acompaña al cine, sale conmigo, aprendo de ella… Es como mi tía».

Lis, 24 años. Termina Derecho

Tampoco Lis quiere recordar lo que fue de ella antes de los 13 años, la edad en la que ingresó en un centro de protección de menores de la Comunidad de Madrid. Hoy con 24 años y en 5º de Derecho no habla de su madre, a su padre ni le menciona. Le queda el recuerdo de su hermano, que regresó a Ecuador. «Yo no quería pasar por la misma situación que pasé con mi familia, quiero un futuro mejor».

Trabaja como educadora becaria en un centro de menores. Tiene un hogar y a cambio ayuda en el cuidado de los más pequeños. Más otros trabajos eventuales que le han permitido también unos ahorros. Si hay algo que Lis deje claro es su firme propósito de estudiar, quizá porque le ha costado mucho alcanzar lo que ahora tiene. «Tuve problemas de adaptación en el centro. Era una persona aislada y bloqueda emocionalmente», recuerda.

Una buena familia de acogida creyó en ella. «La madre me sacó del bloqueo, me hizo fuerte y me dio ánimos para hacer cosas que creí que no podía hacer. Ellos me apoyaron, me dieron una motivación para seguir estudiando, me decían que tenía toda la capacidad para estudiar». Y no perdió esa oportunidad.

Lis no esconde sus fantasmas: «Yo no tengo un vínculo familiar, me he sentido sola y he aprendido a hacerme fuerte. Al final, siempre tienes la necesidad de una familia. A veces tengo miedo de caer en los mismos errores de la familia que tuve, de no ser una buena madre o una buena esposa. Tengo miedo a equivocarme, pero tendré que ir superándolo. Hay que vivir para ser feliz y no debo estar determinada por mi rigidez».

Sonia, 22 años. En 2º de Económicas

Se siente arropada, querida, por su pareja, por sus amigos del trabajo, por los educadores, por los niños a los que cuida… «Tengo de todo», afirma. Su madre falleció y los problemas económicos de su familia le condujeron a un centro de protección de menores de Madrid con 13 años. «Me costó adaptarme, porque era algo difrente y no estaba acostumbrada. Pero los educadores hicieron un buen trabajo conmigo. Cuando llegas al centro estás un poco perdido y se trata de que, a pesar de todo, los chicos no pierdan el rumbo».

Comenzó a trabajar con 16 años en una cafetería, lo que le permitió tener unos pequeños ahorros e independizarse a los 18 a un piso compartido. A los 20 solicitó una beca para seguir en el centro y poder estudiar. Cursa 2º de Económicas. Mientras, sigue trabajando en la cafetería y ayuda en el cuidado de los más pequeños del centro. «Les llevo al colegio o les recojo, ayudo a la hora de acostarles…»

«Quiero tener más salidas profesionales. No soy diferente, soy una persona normal, en mi círculo de amigos casi todos trabajan y estudian, también me divierto, salgo los fines de semana, tengo pareja, viajo… Es algo que yo he elegido».

Ousmane Berthe, 20 años. Quiere ser enfermero

Le conocen como «Berete» y es todo agradecimiento por la ayuda recibida. A su tutora, a quien adora; a sus compañeros; a sus educadores, que le han enseñado todo lo necesario para afrontar la vida a partir de la mayoría de edad; a la Junta de Andalucía; a sus profesores, «que me daban clases de refuerzo, fuera del horario escolar, para aprender español»… «Son como mi familia».

Llegó en patera a España a los 16 años, tras un peregrinar por muchas tierras desde Costa de Marfil. «He viajado tanto… Aquí no tengo familia, pero no tengo miedo, ¿por qué? No puedes tener miedo a la vida cotidiana».

esembarcó sin conocer una palabra de español. Pero eso no le impidió estudiar Bachillerato, aprobar Selectividad, ahora hace un curso de formación profesional en salud ambiental… Todo su anhelo y todas sus fuerzas se concentran en encontrar un trabajo que le permita pagarse la universidad y estudiar Enfermería. «La única forma de devolver todo lo que he recibido es ayudando a otros. Y no quiero perder mis estudios». Mientras tanto, vive en el Centro de Acogida de Menores Piedras Redondas de Almería trabajando como becario ayudante.

En Andalucía, también tienen apoyos

La mayor parte de las Comunidades autónomas tienen sistemas similares al de Madrid para dar salidas a los chicos cuando cumplen 18 años en un centro de protección de menores. En Andalucía, el Programa de Mayoría de Edad (P+18) les ofrece una serie de herramientas que les ayudan a conseguir su autonomía: pisos en los que viven varios jóvenes supervisados por un orientador, donde se les proporciona una atención integral que cubre sus necesidades básicas; una red de centros de día donde se realiza un seguimiento constante a los chicos; programas de integración social y laboral a partir de los 16 años… Se trata de una atención integral que está logrando un gran éxito.

En 2011, P+18 atendió a 1.919 jóvenes. El 66% terminó el programa con un empleo y/o con recursos económicos para vivir de forma independiente. El 56,3% se marchó a una vivienda conocida, bien comprada, alquilada, de alquiler compartido o a una vivienda con familiares.

Fuente: ABC.es

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