En 1981, una joven mujer kʹiché se marcha para siempre de Paquí, una aldea de Totonicapán. Embarazada, con una niña pequeña en los brazos, huye de la violencia y la miseria. En la capital del país a donde llega, se dedica al servicio doméstico para familias acomodadas.
En una casa, conoce a la directora de uno de los principales orfanatos privados de la ciudad. La institución se dedica, además de acoger a niños perdidos o desamparados, a dar a los más pequeños en adopción a familias extranjeras. La directora, al ver a la mujer de Totonicapán embarazada, no deja pasar la oportunidad: logra convencerla de que es demasiado pobre para mantener a otro bebé. “Será mejor para vos y la criatura darla en adopción”, le explica.
La mujer kʹiché, quien nunca había pensado en desprenderse de sus hijos, se deja convencer. Poniendo su pulgar mojado en tinta, firma todos los documentos que la directora le presenta.
Nace una niña. Menos de dos meses después, una pareja francesa la adopta, por medio de una organización especializada en adopciones.
Treinta y dos años después, la niña se ha convertido en una hermosa mujer, casada, madre de una niña de cinco años y una bebé de 10 meses. Estudió mercadeo, trabajó varios años en una agencia inmobiliaria y ahora se dedica a cuidar a sus hijos. Vive cerca de Lyon, tercera ciudad de Francia. Se llama Julia Noblanc.
La búsqueda de las raíces
Al igual que muchos adoptados, Julia quiso saber de dónde era originaria, cuáles eran sus raíces, quién era la mujer que le había dado la vida. “De pequeña, no pregunté nada a mis padres, pero a los ocho años, pedí que me dejaran leer mi carpeta de adopción. Esta contenía datos sobre mi madre biológica, mi acta de nacimiento, y las resoluciones de abandono y de adopción”, recuerda.
Una persona que no tiene dudas sobre su origen, que sabe quiénes son sus padres y dónde y cuando nació, no le tiene particular apego a un acta de nacimiento o una cédula. Son papeles, nada más. Para una persona adoptada es diferente. La carpeta de adopción que contiene documentos oficiales redactados en un país lejano, reviste un valor especial. Es como un tesoro. “Nos gusta releer la carpeta de adopción. Es como si nos contaran nuestro nacimiento. Es nuestra historia, el principio de nuestra vida”.
Trágico es, para un adoptado, cuando sus padres le esconden su carpeta. Tal vez quieran protegerlo, o de alguna forma, hacerle olvidar el drama de su origen. No se dan cuenta de la importancia que tiene para una persona tener alguna certeza sobre su proveniencia.
Julia leyó su carpeta. Los papeles confirmaban que era de Guatemala, de origen maya, que había nacido en un departamento de extraño nombre, Totonicapán ―aunque luego supo que no era cierto― y esto sació su curiosidad. Tuvo una adolescencia relativamente plácida. La idea de buscar a sus padres biológicos pasó por su mente, pero como algo lejano y extremadamente complicado.
Cuando cumplió 24 años, conoció a una guatemalteca que vivía cerca de su casa. Se hicieron amigas. Julia empezó a oír hablar de su país de origen. Guatemala se convirtió en algo más que un país del Tercer Mundo donde hubo una guerra. Un día, su amiga le propuso empezar la búsqueda de sus padres biológicos. Julia aceptó y le entregó sus documentos de adopción.
Cuando un joven adoptado decide buscar a sus padres originales, debe esperar toda clase de obstáculos. No es fácil localizar a una persona desconocida, en un país distante del que se sabe poco, cuyo idioma y códigos no se manejan. Si se trata de buscar en Guatemala, la situación puede tornarse desesperante y reservar terribles noticias: innumerables adopciones hechas en el país están marcadas por fuertes irregularidades. Tanto en los orfanatos nacionales como en los privados, era costumbre agilizar los trámites inventando nombres, apellidos, fechas y lugares de nacimiento o utilizando presta nombres que se presentaban ante jueces o notarios como los padres del niño. No vacilaron en borrar, cuando fue necesario, el nombre de los padres de los documentos oficiales, tal y como lo muestra el informe Las adopciones y los derechos humanos de la niñez guatemalteca realizado por la Dirección de los Archivos de la Paz en 2009.
Estas prácticas permitían en algunos casos borrar ilícitos, el robo de un menor por ejemplo. En los años ochenta, cientos de niños fueron capturados por el ejército en zonas de combate y trasladados a la capital, desde donde se les buscó una familia adoptiva fuera del país. Muchas familias guatemaltecas siguen buscando a sus hijos, sin sospechar que hoy son ciudadanos de países europeos o norteamericanos.
En este contexto, Julia tuvo muchísima suerte. El padre de su amiga, simplemente llamó por teléfono a las personas que llevaban el apellido de su madre radicadas en Totonicapán y que aparecían en la guía telefónica. En una casa, una persona que resultó ser el tío de Julia, contestó que sí, que era familiar de la mujer a quien buscaba. Un problema, sin embargo: ella ya no vivía en el país.
Si Guatemala, con su guerra, desigualdad y pobreza, expulsó a Julia al nacer, cuatro años más tarde, también expulsó a la madre. Tuvo que emigrar a México, en donde permaneció 20 años.
Los familiares en Totonicapán anotaron los datos de Julia, y unos meses más tarde, en 2005, ésta recibió la llamada de su madre biológica. Le hablaba desde los Estados Unidos, adonde acababa de llegar, cruzando sin documentos la frontera. Es donde reside actualmente.
Fue el inicio de una extraña relación: no exactamente una relación madre-hija, ni una relación de amistad… Una relación entre dos personas extrañas, que pertenecen a dos culturas diferentes y que, sin embargo, algo muy profundo une. Relación que se fue construyendo, por teléfono y correo primero, y luego con dos visitas de Julia a Estados Unidos.
“Cuando la volví a encontrar, me tomó mucho tiempo hacerle comprender que no había vuelto para echarle la culpa. Ella me pedía perdón, me pedía que no le guardara rencor. Yo le decía que no venía para acusarla de nada. Poco a poco, se tranquilizó, y pudo contarme la historia tal y como la percibió ella”.
Descubrió que su madre no la había olvidado. Que, por la culpa que sentía, no había hablado a nadie de su hija: ni los familiares en Totonicapán y ni siquiera la hermana mayor de Julia sabían de su existencia.
“Antes creía que mi madre ya no pensaba en mí, que se había olvidado de mí. Es lo que creen muchos adoptados. Pero, aunque mi madre haya traído al mundo a cinco niños, no se puede olvidar así de fácil. Tomé conciencia de esto con la llegada de mis dos hijas”. Aún cuando la adopción es consentida por la madre, ésta puede constituir un evento traumático. Miles de mujeres están en esta situación en Guatemala. Marco Antonio Garavito, de la Liga Guatemalteca de Higiene Mental, afirma que en el país no existe ningún proyecto de acompañamiento destinado a estas madres que dieron a su hijo en adopción. “Esto tiene efectos, como un sentimiento de culpa muy fuerte, pero sigue siendo un tema oculto”, afirma el investigador.
Para Julia, haber encontrado a su madre biológica ha supuesto un gran alivio, una alegría, y a la vez un cambio de perspectiva que aún no ha dimensionado del todo. Para su madre también, aunque a veces persistan puntos de fricción difíciles de entender para quien no lo ha vivido. “Incluso hoy en día, ella no acepta que no la llame mamá. Es una elección personal. Me niego a llamarla mamá, porque si no voy a acabar esquizofrénica. ‘Yo ya tengo una familia, tengo un papá y una mamá. Tú eres mi madre, la que me trajo al mundo. No te considero ni más ni menos por esto’. Yo la llamo por su nombre, pero no le gusta mucho. De alguna manera la entiendo”.
La voz de los adoptados
Esta búsqueda de las raíces no es fácil sicológicamente. Para Julia, y para todos los adoptados que la emprenden, constituye una montaña rusa de emociones y sentimientos encontrados. Entre la curiosidad, la necesidad vital de reencontrarse con su identidad, la angustia frente a lo desconocido, el miedo a ser rechazado una vez más, la incertidumbre de si los familiares están vivos o muertos, muchos jóvenes se quedan a medio camino. Camino que es mejor no intentar recorrer solo.
Julia admite que en su búsqueda, tuvo el apoyo total de su marido y de sus padres adoptivos y que en esto también fue afortunada. Muchos adoptados se han encontrado en fuerte contradicción con sus padres adoptivos.
Además de sostenerle el ánimo en el día a día, sus padres y su marido viajaron con ella a Estados Unidos para conocer a su otra familia, y también a Guatemala, para descubrir su lugar de origen.
Julia también obtuvo un apoyo invaluable de la asociación francesa llamada “La voz de los adoptados”. Creada en 2005 por dos chicas de origen peruano, la asociación es el vínculo que reúne a una comunidad de unos 200 adoptados franceses cuyos orígenes son locales o de países tan diversos como Vietnam, Chile, Brasil, Haití, y por supuesto Guatemala.
Julia encontró en esa asociación a otros adoptados en su misma situación. Ya no estaba sola. Las preguntas que la atormentaban, ya se las habían hecho muchos. Sus emociones, sus inseguridades, eran las que habían experimentado otros. “La adopción es algo muy íntimo, y a veces, no quieres hablarlo con tus padres o con tus hermanos. Entre adoptados, nos entendemos de forma instintiva”.
Desde 2005, Julia se ha involucrado de lleno en la asociación. Ella es la responsable del grupo de adoptados de origen guatemalteco. Ahora le toca a ella apoyar a otros adoptados en su búsqueda
“La voz de los adoptados” los ayuda con la traducción de documentos, y sobre todo, con contactos en el país de origen. En el caso de Guatemala, el contacto es la Liga Guatemalteca de Higiene Mental dirigida por Marco Antonio Garavito. “Cuando yo empecé mi búsqueda, todo era improvisado. Nunca pensé que sería tan estremecedor. Para mi familia biológica también lo fue, ya que no pensaban que un día volvería. Por eso es importante trabajar con gente formada en el tema de la búsqueda de personas. Marco es un apoyo valioso, ya que él habla con las familias, y las prepara para el reencuentro”.
Como la búsqueda de la familia original conlleva muchas consecuencias para el adoptado, la asociación ha fijado algunas condiciones para brindar su apoyo. Por ejemplo, no se ayuda a los que visiblemente son demasiado frágiles sicológicamente, los que no han logrado ponerse en paz con su adopción o los que no reciben ningún apoyo por parte de su familia. Tampoco acepta ayudar a los menores de edad. “Esta búsqueda es como un viaje iniciático en el que hay que ir paso a paso”.
Otro trabajo que realiza la asociación, y que interesa particularmente a Julia, es el de informar y alertar a las autoridades francesas y a las parejas que quieren adoptar niños, sobre las adopciones irregulares que ocurren en muchos países.
En Guatemala, durante muchos años, las adopciones constituyeron un negocio muy lucrativo alrededor del cual se crearon poderosas redes. Tomar conciencia de esto, fue, para Julia y muchos adoptados, un golpe muy fuerte.
La carpeta de adopción de Julia presentaba algunas cosas extrañas, por ejemplo, que su acta de nacimiento dice que nació en la aldea Paquí, cuando, según su madre, nació en el hospital Roosevelt, en la ciudad capital. No aparece tampoco el nombre de su padre. Padre del que sólo sabe que no quiso hacerse cargo de su familia y que, posteriormente, fue asesinado por el ejército.
Por las huellas digitales de su madre sobre los documentos de adopción, Julia también entendió que la directora del orfanato se había aprovechado de una mujer analfabeta y vulnerable.
Pero lo que pasó unos meses después de su adopción resulta aún más inquietante. Sus padres recibieron, por parte de la asociación que medió su adopción, una carta que decía que una prima de Julia esperaba también una nueva familia. La pareja francesa se alegró, y contestó que estaba dispuesta a recibirla también. Sin embargo, poco después les indicaron que la niña ya no estaba disponible. No fue hasta muchos años después, cuando Julia se reunió con su madre adoptiva, que pudo completar esta historia: su tía solía dejar a su hija en el mismo orfanato para que la cuidaran mientras trabajaba. No era su intención abandonarla ni darla en adopción. Aún así, en el orfanato empezaron a buscar en donde colocar a la pequeña. Cuando la mujer se dio cuenta de esto, rápidamente retiró a su hija de la institución.
“A mí me pareció muy extraño, pero desde ese entonces, he conocido a otros adoptados a los que lo mismo ocurrió. Su madre los había dejado en un orfanato como si fuera una guardería, y cuando volvían, ya no estaban. Los directores sabían que extranjeros podían pagar muy caro por bebés”.
Desde que colabora con la voz de los adoptados, Julia ha estudiado varias carpetas, y escuchado testimonios que narran irregularidades graves, de las que algunos adoptados no tienen conciencia. “Cuando hablo con adoptados más jóvenes, veo que no saben todo esto. Una vez hablé con una chica adoptada que quería que la ayudara a encontrar a su familia. ‘Cuéntame tu historia, le dije ¿en qué orfanato estuviste?’. ‘Oh, no estuve en un orfanato. El juez que me guardó en su casa junto con otros niños en lo que se hacía la adopción’. ¿Cómo puede ser que un juez, la autoridad jurídica, se improvise familia temporal? ¡Pero a esta chica no le parecía raro!”.
Julia explica que su asociación busca informar y dar a conocer el tema en Francia, pero no hacer denuncias concretas. Es por eso que prefiere que no se mencione el nombre del orfanato que la dio en adopción, ni el de la asociación adoptista que sirvió de intermediario. Ambas instituciones aún existen.
La sospecha de que un delito grave dio origen a su adopción ha desequilibrado a algunos adoptados. Incluso, su relación con sus padres adoptivos se ha degradado ya que los acusan de ser cómplices, voluntaria o involuntariamente, de este delito.
En todo caso, las adopciones irregulares son aún un tema muy difícil de abordar con los padres, incluso con las más abiertos y comprensivos. En el caso de Francia, es obligatorio, para las parejas que querían adoptar, hacerlo por medio de una asociación especializada. Las familias adoptivas ni siquiera venían a Guatemala. Esto explica por qué la mayoría de ellos nunca supieron en qué condiciones se hacían las adopciones en el país. “Ellos querían adoptar a un niño para darle una vida mejor, y no para robar a un niño en otro país. Es por eso que es muy difícil hablar con los padres del tema de las adopciones irregulares”.
Julia lo experimentó hablando con sus padres adoptivos. Padres que ella considera como modélicos tanto en la ética como por el apoyo que ha recibido ellos. “Hablando de eso, mi madre me hizo un comentario que nunca me había hecho antes. ‘¿Por qué? ¿No eres feliz? Tienes dos hijas, un marido, ¿no eres feliz?’. Le dije que no tenía nada que ver con eso. En los años ochenta les explicaron que yo era un bebé y que no me iba a acordar de nada, que partía de cero. Pero hay estudios que muestran que un bebé, por supuesto no se va a acordar conscientemente, pero igual quedan secuelas porque no es normal separar a un bebé de su madre. Claro que sí, la mujer en que me he convertido, la madre en que me he convertido es feliz. Sinceramente, no cambiaría mi lugar por el de nadie más en el mundo. Pero aunque soy feliz ahora, el bebé que un día fui aún no entiende por qué lo separaron de su madre”.
“Por haber traído al mundo a dos niñas, entiendo muchas cosas. No se puede convencer a una madre que no tiene los recursos financieros o materiales para cuidar a sus hijos, y que estarán mejor en un país extranjero con personas que no conoce. Esto no es estar en contra de la adopción. Yo no estoy en contra de la adopción. Pero debe ser una medida de protección de la niñez, y en los años ochenta, no existía el Convenio de la Haya, y el interés superior del niño no era considerado”.
Este convenio estipula que las adopciones nacionales deben ser privilegiadas sobre las internacionales, y que en todo caso, es el interés del niño el que debe prevalecer. Fue suscrito por Guatemala en 2007 después de una férrea oposición de un lobby de abogados adoptistas liderados por Susana Luarca, quien ahora guarda prisión acusada de haber dado en adopción a una niña robada, y haber falsificado un test de ADN. El juicio debería empezar este año.
Dificultades de un adoptado
Además de ayudar a los adoptados a reencontrarse con su familia biológica, la asociación organiza foros de discusión sobre temas relacionados con la adopción, tales como la adolescencia de los adoptados, periodo muy conflictivo y difícil de sobrellevar, o la paternidad de los adoptados. Abordan también los problemas que pueden encontrar los adoptados, niños o adultos, en su día a día. Uno de ellos, el racismo, que afecta más a los que viven en ciudades pequeñas o pueblos. Discriminación difícil de aceptar para personas que, a pesar de su color de piel, son de cultura francesa.
“En lo personal, no me fue tan mal, aunque muchas veces me costaba entender por qué me hacían ver diferente, cuando yo intentaba estar integrada. Pero otros adoptados sí han oído palabras hirientes, cosas como ‘vuélvete a tu país’, o ‘tus papás no te querían y por eso te abandonaron’. Los niños pueden ser duros entre ellos”.
Tan hirientes como las palabras racistas, las palabras de lástima y compasión, que también suelen oír, “como si tuviéramos una enfermedad incurable”.
No es de extrañar que muchos adoptados tengan problemas para asimilar su adopción. Lucía Pinto, guatemalteca amiga de Julia, colaboradora de La voz de los adoptados, dice de ellos: “Son chicos con muchas inseguridades. Admiro mucho a Julia, porque es muy sensata, muy madura. Pero influyó haber conocido a su familia biológica, tener relación con ellos y conocer las causas de su adopción. Esto le quitó una carga grande. Pero los que no han encontrado sus raíces y no saben qué sucedió con sus vidas, son chicos inestables y muy inseguros. Aunque hayan sido felices, aunque reconozcan que han tenido una vida plena y sepan que, de haber crecido en Guatemala, no hubieran tenido las mismas oportunidades, son a veces chicos muy retraídos o muy violentos. Personalmente, creo que sí les trae consecuencias estas adopciones si no saben el por qué”.
Crisis de identidad
La voz de los adoptados también intenta ayudar a quienes lo deseen, en la búsqueda de sus raíces, la cual tiene dos componentes, tal como lo explica Julia: “Está la búsqueda de la familia y también la búsqueda cultural: los adoptados buscan impregnarse del mundo latino, conocer latinos, bailar en discotecas latinas, vestirse con cosas típicamente latinas”. Muchos adoptados intentan aprender el idioma de su país de origen, y conocer un poco más de su historia.
“Muchos adoptados están orgullosos de haber nacido fuera y lo reivindican. Algunos, hasta se presentan como guatemaltecos. Cuando veo a adoptados que nunca han ido a Guatemala y que están súper orgullosos de ser de allá, me incomoda. Es como taparse los ojos. No seremos nunca totalmente de aquí, ni totalmente de allá”, explica Julia. Cuando vino a Guatemala, se sorprendió de que los guatemaltecos no la reconocieran como compatriota y le preguntaran dónde había aprendido español. Peor aún: a ella y su familia, los llamaban “gringos”. Esto a pesar de sus inconfundibles rasgos mayas. “Somos de cultura francesa, europea. Comemos como franceses, nos vestimos como franceses. Hay que ser honesto con un uno mismo”.
Julia vino una vez a Guatemala con su familia. Estuvo en Totonicapán, aunque no llegó hasta la aldea de su madre. Admite que, para un primer contacto, organizó un viaje por los lugares más turísticos, Antigua, el lago de Atitlán, para irse con una buena impresión del país. Quisiera conocer mejor, venir un día con sus hijas “que tienen algo de allí, aunque sólo sea genéticamente”, pero lamenta no tener familia a quien visitar, puesto que están en Estados Unidos. Paradojas de las migraciones a las que los guatemaltecos han sido forzados…
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