Colombia: Una fundación con oportunidades para menores abandonados y maltratados

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El muchacho, de 15 años, amasa la harina con la que preparará el pan para él y sus 86 compañeros de la Fundación Nuevo Futuro de Colombia, en las colinas de La Calera (Cundinamarca).

Se levanta el tapabocas y deja ver que es un niño que se está convirtiendo en hombre. Despacio, y en tono bajo, cuenta que lleva cuatro años y medio en el sistema de protección del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), al que llegó porque sus padres lo maltrataban.

Recuerda que entró a la lista de espera de adopciones, pero no lo adoptaron porque, entonces, tenía más de 11 años. Ya era un niño grande. En todo este tiempo ha pasado por cinco instituciones del ICBF, donde ha convivido con otros niños y jóvenes con historias similares a la suya. De todos esos lugares, admite, se ha escapado.

A Nuevo Futuro llegó hace un año. Pero de allí, cuenta con alegría, nunca se le ha ocurrido la idea de evadirse. “Es que esto no es una institución común y corriente: es un hogar donde nos tratan con cariño y respeto”, dice mientras les da forma a unas galletas de coco.

Por esta fundación, que nació hace 21 años y trabaja de la mano con el ICBF– con el apoyo de un grupo de voluntarios y benefactores–, han pasado cerca de dos mil niños y jóvenes –de 3 a 18 años– que fueron abandonados por sus familias biológicas, o que sufrieron el maltrato o negligencia de sus padres. “Todo aquí funciona con la calidez de un hogar, con cariño pero con normas; aquí ayudamos a los niños a construir sus sueños”, dice Fanny Gutiérrez de Sarmiento, presidenta de la fundación.

Los niños están distribuidos en seis casas en La Calera y una más en Cartagena, donde los formadores son un hombre y una mujer –esposos– que representan la figura de la mamá y el papá. Ligia Navarrete y Carlos Eduardo Esguerra son los ‘papás’ de un grupo de niños. Hace 11 años aceptaron este trabajo, en el que, dicen, han ayudado a criar a unos 600 niños y jóvenes.

“Nosotros los vemos como hijos, y ellos nos ven como papás. Aquí vivimos en plena armonía, como una familia de verdad”, comenta Ligia. “Nosotros tenemos cinco hijos (biológicos), pero a todos estos niños los sentimos como si fueran nuestros hijos”, dice su esposo Carlos Eduardo.

Pero además de esta figura de ‘papá’ y ‘mamá’, cuentan con psicólogos, trabajadores sociales y pedagogos que los ayudan en su recuperación emocional, van a estudiar a colegios del pueblo y reciben todo lo necesario para su crianza y educación. También aprenden sobre panadería, a elaborar artesanías y a cuidar las huertas. Las niñas aprenden a hacer manualidades y a coser.

“Estos niños llegan con mucho dolor, con traumas. Pero aquí los acogemos de verdad, los integramos y los impulsamos para que crean que el futuro puede ser mejor”, comenta Fanny Gutiérrez de Sarmiento al destacar que el proceso no termina cuando cumplen la mayoría de edad. Allí los acompañan en la creación de su proyecto de vida y los apoyan para que puedan tener una educación técnica y, en algunos casos, profesional. “Estos niños no son casos perdidos, como muchos podrían pensar. Lo que necesitan es cariño y cuidado, sentirse amados e importantes”, añade.

Los jóvenes de esta fundación tienen su propia banda de rock. El vocalista tiene 17 años. Llegó a los 3 años al sistema de protección y, al igual que la mayoría de sus compañeros, ha crecido en varias instituciones del Estado. Pero en Nuevo Futuro, asegura, encontró el hogar que nunca tuvo y siempre soñó. “Aquí todos somos como hermanos, vivimos muy felices”, dice el joven, estudiante de teatro musical.

Fuente: El tiempo.com

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