El conflicto árabe-israelí no es sólo el escenario sobre el cual se desarrolla la acción de El otro hijo (Le fils de l’autre), el film de la francesa Lorraine Lévy que Mirada dará a conocer mañana. También está estrechamente ligado al drama de identidad por el que atraviesan los dos jóvenes protagonistas y sus respectivas familias, una palestina y la otra, judía. De todos modos, no era la cuestión política lo que estimulaba principalmente el interés de la realizadora, sino un tema que ha estado presente en sus dos anteriores films ( Mes amis, mes amours y La première fois que j’ai eu 20 ans ), así como en casi todas sus obras desde que se inició en el teatro, y la televisión, donde ha desarrollado parte de su carrera: la familia. «Es casi una obsesión para mí -confiesa-, en el sentido de que es en ella, en la relación entre padres e hijos, en la infancia y en el entorno en que hemos sido criados, donde reside la génesis de quienes somos.»
La historia que le fue acercada por un socio de su productora, Virginie Lacombe, exponía el raro caso (no tan raro si se piensa en las condiciones en que se produjo) de dos bebes que por error fueron intercambiados a poco de nacer y sólo llegaron a enterarse de esa confusión cuando ya habían superado los años de la niñez y la adolescencia.
El desdichado episodio había tenido lugar durante la Guerra del Golfo, en 1991, cuando el caos que sobrevino al lanzamiento de misiles Scud sobre la ciudad israelí de Haifa obligó a la evacuación de varios recién nacidos de una maternidad. La infortunada confusión sólo queda en evidencia varios años después, cuando uno de ellos, Joseph, el presunto hijo del matrimonio formado por un coronel israelí y una médica de origen francés, pasa por la revisión médica para cumplir con su servicio militar y los datos de su examen de sangre indican que no coinciden con los de sus padres, sino con los de otro bebe varón nacido por esos mismos días en la misma clínica, hijo de padres palestinos y también evacuado de urgencia.
No cuesta imaginar qué es lo que fascinó a Lévy de la extraña historia: «Apunta directamente al tipo de interrogantes que suelo formularme acerca del microcosmos familiar y de su determinante influencia en la formación de cada persona», dice. Los dos protagonistas han vivido vidas diferentes. Uno, el que convivió con la familia palestina, Yacir, ha dejado el modesto nido familiar para ir a estudiar a Francia, desde donde acaba de volver; piensa cursar medicina y proyecta una imagen pragmática y madura, lo que también se percibe en el modo en que asimila la sorpresiva noticia de que ha vivido bajo otra identidad, noticia que sus padres (adoptivos) han demorado en confesarle; Joseph, criado en el confortable ambiente de un hogar de profesionales en Tel Aviv, está habituado a la contención y la protección familiar. A la súbita frustración que supone no poder integrarse el ejército se suma el golpe de sentirse casi brutalmente apartado de la confesión en la que creció. En comparación con el otro se lo ve más inmaduro, más desprotegido, casi como un chico; poco preparado para enfrentar el compromiso de asumir una nueva historia, nuevos lazos familiares, otra vida. Para ellos, tanto como para sus padres, resulta muy arduo aceptar la revelación. Hay quienes la rechazan y quienes preferirían ignorarla, si bien son las dos mujeres las que se muestran más dispuestas a comprender tanto la impensada situación como los sentimientos de los otros, los que hasta ayer veían como enemigos y ahora están pasando por su misma situación.
De eso se trata el film, de comprender al otro, subraya la directora, más que de aproximarse a este prolongado conflicto entre palestinos e israelíes que parecería no tener fin. Aunque reconoce que habiendo rodado en Israel y con un elenco en el que algunos europeos -los franceses Emmanuelle Devos, Pascal Elbé y Joseph Struk, por ejemplo, que encarnan a la pareja judía y al muchacho que ellos criaron como hijo, o el belga Mehdi Dehbi, como Yacir- se mezclan con actores reclutados en los territorios donde transcurrió el rodaje. «De alguna manera también entre los miembros del equipo de filmación se reprodujo ese proceso del que queríamos hablar en la película. Incluso en términos de lenguaje, ya que esa convivencia, que duró alrededor un mes, tanto en la ficción como en la realidad se alternaban los diálogos en francés, inglés, árabe y hebreo.»
«La idea que le propusieron y que ella misma desarrolló en el guión con Noam Fitoussi y Nathalie Saugeon le dio otra oportunidad para examinar nuevamente el tema de la identidad y aproximarse a la idea de que todos los individuos tenemos la chance de renacer varias veces en el curso de una existencia en la medida en que la vida nos expone a otras ideas, otras creencias, otras filosofías y cada cambio nos va convirtiendo en alguien distinto de quien éramos en un comienzo. Uno es más que un ser entero.»
Fuente: http://www.lanacion.com.ar