Niños que no juegan

terapia de juego

Por: Javier Salvatierra. Blog De mamas & de papas

Voy a hablar en este post, en referencia a un caso que conozco, de niños que no juegan. Esa desesperante sensación que te invade cuando un niño en edad de no pensar en otra cosa que en jugar y con una habitación llena de juguetes a su disposición y con espacio para usarlos, mariposea a tu alrededor mientras fríes unas croquetas al lamento de “Me aburroooooooooooo”.

Sé de buena tinta, porque lo he visto, que estos padres, Fulanito y Zutanita, se desesperan cuando ven a sus hijos, de dos y seis años, incapaces de entretenerse por sí solos, jugando en pareja o cada uno por su cuenta. Cuando se les acercan, zalameros o como almas en pena, lloriqueando su aburrimiento y tirándoles de las ropas para llevarlos consigo a jugar, esta pareja mira al cielo: “Pero ¿es que no sabéis jugar solos? ¿Cómo es posible que dos hermanos de vuestra edad, sanos, con un cuarto lleno de juguetes no sean capaces de entretenerse si no es acompañados de un adulto? ¡No me lo puedo creer! A vuestra edad, yo me entretenía con cualquier cosa, nunca me aburría (*). Y tenía menos juguetes que vosotros! ¡Venga, a jugar!” Y la regañina surte efecto momentáneamente, hasta que, a los pocos segundos, uno u otro vuelven a asomar por la cocina o por donde sea para quejarse de que no sabe qué hacer. Y vuelta a la desesperación, y a los nervios.

Sé que Fulanito y Zutanita han jugado, y juegan, mucho con sus hijos, y se tiran al suelo a la menor ocasión. Con los coches, con los muñecos, en las cabañas, con las comiditas, con lo que sea, han jugado mucho con los niños. Y es precisamente eso lo que les hace sentir culpabilidad. Piensan que los niños no son capaces de entretenerse por su cuenta precisamente porque siempre han estado presentes ellos en sus juegos. Creen que les han cercenado su imaginación, su habilidad para inventar sus propios entretenimientos, su capacidad de abismarse con un objeto, como hacen algunos niños, que parecen absorber la esencia de una pirindola a fuerza de estar toqueteándola durante minutos y minutos. En fin, que se echan la culpa y se prometen que, si tienen más hijos, no lo harán. Además, se mesan los cabellos rumiando por qué no juegan juntos, si es lo mejor del mundo, jugar con un hermano, tirarse al suelo, retozar, dar vueltas, asumir distintos personajes, fingir que uno cuida de otro, que uno es médico del otro. Y sí, aunque sea hasta que uno salga lastimado, que siempre pasa, que uno viene llorando porque el otro le ha pegado, porque se ha dado con no sé qué, porque ahora este no me deja ese juguete.

Como el tema me interesaba, decidi recurrir a Petra María Pérez, catedrática de Teoría de la Educación de la Universidad de Valencia y directora del Instituto de Creatividad e Innovaciones Educativas en esa universidad. Petra es miembro del Observatorio del Juego y autora de un estudio sobre familia y juego presentado en 2012. Además de una persona muy amable que me atendió al teléfono hace unos días.

Lo primero que me dice Petra es que es bastante normal que estos dos peques no jueguen juntos porque tienen edades muy dispares. Cuatro años a estas edades es un mundo, “están en etapas distintas de juego y no pueden ser buenos compañeros de juego”. Ya, Petra, pero es que ni juntos ni separados. Y ahí llegamos al quid de la cuestión. “Para los niños, lo ideal es el juego entre iguales”, entre niños de más o menos la misma edad. Es en ese juego en el que adquieren habilidades y competencias de carácter social, “moral”, como me decía Petra. Cuando un niño juega con otros de su edad, “aprende a respetar las reglas, por ejemplo, a soportar la derrota (a tolerar la frustración), a dilatar la gratificación (son capaces de augurar el éxito y esperar a que llegue, a sacrificar el disfrute inmediato y posponerlo para el futuro), a ponerse objetivos y lograr el éxito cooperativo (trabajar en equipo)”. Los paréntesis son míos.

Ya, pero como Petra señala en su estudio, no es frecuente que los niños, en casa, jueguen con iguales. Porque no tenemos demasiada relación con los vecinos, en general, y los niños no juegan con ellos, porque tenemos los hijos muy separados, como es el caso que contamos, porque no tienen tiempo, cargados de actividades extraescolares… Total, que apenas juegan con amigos en el poco tiempo del recreo en el cole.

A falta de iguales, Fulanito y Zutanita, como decíamos, han jugado mucho con sus hijos y ahora lo lamentan un poco. Para Petra, si bien no es ideal el juego con los padres (los dejamos ganar, “jugamos en función de sus necesidades”, dice), también es “estupendo” porque ayuda a reforzar los vínculos afectivos. Así que, venga, Fulanito y Zutanita, no os sintais mal.

Bueno, con menos sentimiento de culpa, quizá, pero volvemos al principio. ¿Qué hacemos en esas horas en que estamos en casa, cuando los padres no pueden jugar con ellos? ¿Les enchufamos la tele o el videojuego, que es la única manera de que nos dejen freir las dichosas croquetas? ¿O que aprendan a aburrirse? Para Petra, la segunda opción no es buena. “La infancia ha de ser una época maravillosa. No es bueno que se aburran”. No hay solución milagrosa. Me dice Petra que los videojuegos triunfan entre los niños porque son interactivos, el niño obtiene una respuesta a sus acciones, además de que propone retos que el chic@ ha de superar. Sin embargo, dejan poco espacio las consolas a algo que considera muy importante: La imaginación, que no sólo es clave para la creatividad, sino que tiene también una dimensión moral: “Cuando un niño es capaz de imaginar el daño que pueden hacer sus acciones, no las hace; cuando imaginan las consecuencias de hacer trampas en un juego, no las hacen. Con la imaginación son capaces de ponerse en el lugar del otro”.

No tienen un igual, no puedo jugar con ellos, no les dejo la consola, no les pongo la tele. ¿Entonces, qué hago? No hay mucho que se pueda hacer. El niño ha de encontrar su forma de entretenerse y probablemente, lo hará. Para Petra, en este punto es importante que tenga juguetes adecuados a su edad, interactivos sin ser consolas, que ofrezcan respuestas a lo que hace el niño. Me recomienda Petra una web, ludomecum, que orienta para este menester. Yo añado, porque alguna vez me ha funcionado, simplemente proponer un juego y dejarles a ellos solos para que lo desarrollen.

Y no hay que olvidar que, a veces, simplemente están cansados de jugar.

¿Os habéis visto en alguna situación parecida?

*(Nota del autor: Mentira)

Fuente: Blogs El País: De mamas & de papas

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