«La ignorancia es la noche de la mente: pero una noche sin luna y sin estrellas», enseñaba Confucio. Esta máxima del filósofo chino universal ilustra la oscuridad en que se sumían mis pensamientos por la impotencia que sentí durante todo el tiempo que se alargó el procedimiento de adopción. Preocupación por desconocer el paradero de la niña que se convertiría en mi hija, por no saber si los cuidados que estaría recibiendo eran o no los adecuados, y por la impotencia de no poder conocer su estado de salud. Preocupación y desasosiego que día a día se acrecentaba.
Estábamos dando los primeros pasos que nos llevarían hasta Mei Xiu Di, pero en aquellos días yo no podía ni siquiera imaginar que la que sería mi hija llevaba ya más de un año en este mundo y que, sin que ninguno lo supiéramos, nos estaba esperando en el “Wuchuan Social Welfare Institute”, uno de los orfanatos de la región de Guangdong, al sur de China.
Todavía pasaría mucho tiempo antes de que supiéramos de su existencia y, sin embargo, conforme pasaban los días y mientras resolvíamos todos los trámites del proceso, la idea de que mi hija ya existía y la posibilidad de que no estuviera cuidada y alimentada como yo deseaba golpeaba mi cabeza.
En otros momentos, la imagen mental que me atormentaba era que, quizá en ese mismo instante, mi hija estaba siendo depositada en algunos de los lugares en los que con frecuencia las madres llevan a las niñas para que sean recogidas con prontitud y llevadas a un orfanato.
Con frecuencia visitaba páginas de Internet sobre temas de adopción en China y me animaba saber que las historias solían acabar bien, pero a veces, entre álbumes de niñas chinas guapísimas e historias con buen fin, se entrecruzaban otras historias horribles que prefiero no recordar.
Además, durante la espera se sucedieron catástrofes naturales en ese país que aumentaron mis temores: Inundaciones, huracanes, tsunamis, olas de frío… también la fiebre aviar, fueron algunos de los desastres que sucedieron en China durante nuestra espera. A la preocupación de si estos acontecimientos podrían afectar a mi hija de alguna forma se sumaba la inquietud por el riesgo de no poder viajar a la zona por los efectos de estas calamidades.
Estos sucesos no coartaban nuestro deseo ni nuestra intención de ir a China a por una hija, sino que acrecentaba aun más las ganas de recogerla cuanto antes.
A veces, aquellos que llevamos una vida anodina, ajena a cualquier circunstancia que implique aventura y evitando el menor riesgo, nos convertimos en valientes a ojos de los demás. En marzo de 2008 una familia que conocemos viajó a China a la zona del Tíbet en plena revuelta, su futura hija se encontraba en una de las ciudades más afectadas por la violencia. Pocas semanas antes no podían ni imaginarse que estarían en mitad de una zona tan conflictiva, pero recoger a su hija era su primera prioridad, aunque fuera en el fin del mundo. Allá fueron sin pensarlo, y les aseguro que no son héroes, sino simplemente padres.
Estas inquietudes me acompañaron durante todo el tiempo, y no me abandonaron hasta que tuve a mi hija en brazos.
Todo comenzó como una pequeña desazón pero fue en inexorable aumento y muy pronto se convirtió en mi principal motivo de inquietud y preocupación. El resto de problemas que me afectaban hubiera quedado en un remoto segundo plano de no ser por la grave enfermedad que sufría mi suegro desde hacía tiempo y la no menos grave que mi madre comenzaba a padecer y cuyos desenlaces fueron los peores.
Mientras escribía este capítulo conocí la terrible noticia del fortísimo movimiento sísmico que ha asolado una gran parte de China, y que ha afectado principalmente a la provincia de Sichuan. Cuando vi en la prensa la magnitud del desastre pensé primero en la población que está sufriendo las consecuencias del cataclismo, pero igualmente mis pensamientos también se dirigieron hacia esos padres adoptantes que tienen allí a su futura hija y que, impotentes, están a la espera de poder partir para recogerlas. Estoy seguro de que a ellos no les frenará ningún terremoto por fuerte que sea.
