«La sonrisa es una verdadera fuerza vital –decía el escritor Orison Swett Marden –, la única capaz de mover lo inconmovible». Yo no era consciente de esta gran verdad hasta que Mei Xiu Di me sonrió.
A Tere y a mí siempre nos ha gustado viajar, aunque no lo hemos hecho tanto como hubiésemos deseado. Cuando éramos más jóvenes porque nuestros hijos biológicos llegaron bastante pronto. Entonces nos consolábamos pensando que cuando ellos fueran mayores aun tendríamos una magnífica edad para viajar. Pero ahora que nuestros dos hijos varones han crecido, tenemos a Eva Xiudi, que con sus cinco años hace que sea una locura pensar en hacer largos viajes. Sin embargo ha sido nuestra hija la que hizo que mi mujer y yo emprendiéramos un largo viaje que pocos años antes ni siquiera habíamos imaginado y que nunca podremos olvidar.
A veces planificábamos viajes sobre los mapas, y teníamos previsto otros muchos destinos antes que ir a China. Pero desde que sabíamos que teníamos una hija esperándonos en ese país no veíamos el momento de partir.
Por fin llegó el momento de la iniciar el viaje, que fue por sí mismo una pequeña aventura. La enorme distancia que nos tuvo tanto tiempo volando –acabé agotado porque durante todo el vuelo permanecí agarrado con fuerza al asiento para evitar que el avión se cayera –, el idioma tan extraño, la comida tan diferente… pero este no es un texto sobre viajes, así que sólo voy a mencionar algunos aspectos destacables del periplo.
El grupo lo formábamos trece familias que no nos conocíamos de nada, pero que sin embargo, en el aeropuerto de Madrid nos reconocimos rápidamente. El equipaje tan peculiar que incluía carritos para niños pequeños, y algo que se reflejaba en nuestros semblantes, desvelaban el motivo de nuestro viaje. Algunos nos dimos a conocer ya en la cola de facturación. Volamos de Madrid a Guangdong vía Ámsterdam y Beijing, y durante ese tiempo sólo teníamos un tema de conversación que ilustrábamos mostrando con orgullo las fotos de las hijas que nos estaban esperando. Durante la conversación nos enteramos de que todas las niñas provenían del orfanato de Jiangxi, a excepción de la nuestra que se encontraba en Wuchuan. Otra cosa que diferenciaba a nuestra hija de las demás era su edad, todas rondaban el año de vida, mientras que Mei Xiu Di ya había cumplido tres. Me inquietaban esas diferencias.
Hicimos escala en Beijing y allí nos esperaban dos jóvenes y simpáticas intérpretes nativas: Caty, que era la guía oficial, y Susana, una becaria estudiante de español. Durante la estancia en China nos acompañaron en todo momento.
De nuevo al avión y por fin llegamos a Guangdong. Lo primero que recuerdo tras tomar tierra fue una desagradable bofetada de calor y humedad que no nos abandonó hasta que regresamos a Beijing.
Caty nos dijo que se procedería a la entrega de las niñas al día siguiente y que no era necesario llevar los tres mil dólares de donativo para el orfanato, que el pago se haría un día después. Entonces, por seguridad, antes de ir a recogerla deje casi todo el dinero del viaje en la caja fuerte del hotel.
Aquella tarde la aprovechamos para ir al Carrefour a comprar carritos de niños y otros artículos para bebés.
Por fin llegó el gran día. Nos llevaron en autocar a las oficinas del Registro y allí esperamos a que las niñas llegaran. Caty se dirigió a mí para decirme que preparara el dinero del donativo. Me sobresalté y le dije que no lo tenía encima, que ella había dicho que no hacía falta hasta mañana. Me explicó que como nuestra hija era la única que venía de otro orfanato, los que la traían debían regresar ese mismo día y tenían que llevarse el dinero hoy mismo. Al ver nuestra angustia, inmediatamente dos familias a las que acabábamos de conocer durante el viaje pusieron a mi disposición el dinero suficiente para alcanzar la importante cifra del donativo. Por eso desde aquí mi agradecimiento a Jesús y Mercedes –padres de Belén y Lucía –, y a Juan y Elena –padres de Alicia y Yenyen –.
El acto de la entrega fue bastante informal y poco solemne. Las niñas fueron apareciendo de una en una por la puerta en brazos de sus cuidadoras y entregadas a sus nuevos padres, pero al mismo tiempo teníamos que firmar los documentos de la entrega, de manera que este acontecimiento tan importante se vio empañado por la insensible burocracia china. Sin embargo fueron momentos muy emocionantes y casi todos lloraban. Algunas parejas llevaban años persiguiendo la ilusión de ser padres por vez primera y al fin su sueño se estaba haciendo realidad, aunque para ello tuvieron que desplazarse a diez mil kilómetros de sus casas.
Tampoco en esta ocasión Tere y yo soltamos ni una lágrima, al igual que cuando nos enseñaron las fotos en la ECAI, y a pesar de que la emoción atenazaba mi garganta.
Mei Xiu Di fue la última niña en ser entregada y la única que entró por su propio pie. Venía de Wuchuan, una ciudad situada a más de doscientos kilómetros de Guangdong. Iba de la mano de una cuidadora y mirando asustada hacia arriba. La primera impresión que me produjo fue su tamaño, era bastante más pequeña de lo que aparentaba en las fotografías que nos enviaron y su altura no era la apropiada para su edad.
Traía el pelo muy corto, supongo que para evitar los parásitos, y su indumentaria consistía en un vestido blanco con frutas dibujadas, unas sandalias de color rosa con una flor amarilla, y colgada al cuello portaba una tarjeta de identificación. No traía nada más, ni una muñeca, ni un juguete. El vestido y las sandalias era todo lo que traía. Puede que esa fueran todas sus posesiones.
Tere se agachó a su lado ofreciéndole caramelos y juguetes mientras yo hacía fotos para recordar siempre ese momento. La niña rompió a llorar desconsoladamente e intentaba zafarse de Tere con una fuerza inusual en una niña de tres años que además estaba baja de peso y de estatura. En el forcejeo se arrancó la tarjeta de identificación que llevaba al cuello y durante los días siguientes no lo soltó ni un momento. Era lo único que tenía y no estaba dispuesta a dárselo a nadie.
Tuve que dejarlas a ambas mientras iba a firmar algunos documentos y a hacer entrega del donativo. A mi regreso ya estaba más tranquila, aunque en su rostro seguía reflejándose el miedo.
Esos primeros minutos tan terribles para ella los pasó en los brazos de Tere, imagino que esa fue la principal causa por la que durante el resto del viaje prefirió que fuera yo quien la llevara siempre en brazos. Esta preferencia por mí la manifestó durante algunos meses.
Muchas veces he pensado en aquel instante intentando ponerme en la piel de mi hija: una niña pequeña e indefensa que, tras un largo –e insólito para ella –viaje por carretera, está siendo entregada a unos desconocidos de rasgos extraños que además hablan de una forma que ella no puede entender. Todavía hoy, cuando veo las fotos que tomé ese día, se me saltan las lágrimas.
El regreso al hotel lo hicimos en un autocar. Yo iba en el lado de la ventanilla con la niña en brazos. Ella miraba los coches a través del cristal, también los edificios y la gente que pasaba; lo hacía con la curiosidad de descubrir cosas nuevas. Deduje que en sus tres años de vida apenas habría pisado la calle.
Acaricié su piel, que estaba demasiado áspera, y también percibí un extraño olor que me pareció desinfectante. Me pregunté cuánto tiempo haría que mi hija no tomaba un baño en condiciones. Quizá nunca lo había tomado.
Ya en la habitación del hotel la niña estaba inquieta y recelosa con mi mujer, así que para calmarla la tomé en brazos y la saqué a pasear por los amplios pasillos del hotel Dong Fang. Tere se quedó sola durante un rato. Nunca le pregunté por sus pensamientos en esos momentos, pero supongo que le asaltaron muchas dudas por el lío al que yo la había arrastrado y del que ya no había marcha atrás. Y me imagino que también aprovecharía para llorar.
Mei Xiu Di, a partir de ahora Eva Xiudi, iba en mis brazos desde donde miraba con asombro los escaparates de las tiendas, entonces me acerqué a su oído e intenté tranquilizarla hablándola con dulzura, y a sabiendas que no me entendería le dije:
—No te preocupes hija mía, ya están aquí contigo tu papá y tu mamá, y haremos lo imposible para que nunca te falte de nada —.
En ese momento estornudó, me miró y sonrió brevemente. Y yo, por fin, pude llorar.
Estornudó varias veces más y a cada estornudo le seguía una mirada y una sonrisa. Corrí exultante a la habitación para contárselo a Tere.
La niña estuvo retraída durante el resto del día y no quería comer, de hecho durante todo el viaje sólo comió galletas de bebé y patatas fritas de bolsa. Por la noche cayó rendida y, mientras dormía, Tere y yo la mirábamos fijamente con una mezcla de ternura y de incredulidad por lo insólito de la experiencia que estábamos viviendo.
También recuerdo que cuando la desnudamos para bañarla por vez primera los gritos de desesperación debieron oírse en toda China. Tres días más tarde también lloraba a la hora del baño, pero ahora para que no la sacara del agua.
Una tarde la pasamos tranquilamente en el hotel. Bajamos a la cafetería a tomar un refresco y nos pusieron un platito con frutos secos de los que Eva se comió un buen puñado. A pesar de que no era el alimento más idóneo para una niña de tres años, Tere y yo la dejábamos comer porque era de las pocas veces que lo estaba haciendo por iniciativa propia. Aquella noche la niña desarrolló un cuadro alérgico provocado por los cacahuetes. En los informes médicos que nos enviaron de China no nos advirtieron de que era alérgica a ese fruto seco.
La niña lo estaba pasando tan mal que no nos quedó otro remedio que llevarla a un hospital infantil. Nos acompañó Susana. Si bien la entrada del hospital nos causó una mala impresión porque los alrededores estaban ocupados por personas que dormían sobre el suelo, en el interior todo estaba correcto y limpio, y la atención fue rápida y eficaz. Eva fue reconocida por una doctora especialista en pediatría y en dermatología, cuya consulta tuvimos que abonar por un importe al cambio de aproximadamente sesenta céntimos de euros. El análisis de sangre, que estuvo listo en veinte minutos, nos costó unos dos euros. Y los medicamentos que compramos en el mismo hospital no llegaron a 3 euros. Afortunadamente todo quedó en un susto aunque durante el resto del viaje el rostro de Eva Xiudi estuvo marcado por las ronchas que la alergia le produjo.
Recoger a nuestra hija era el motivo primero y principal por el que íbamos a China, y el papeleo que en ese país había que formalizar así como en el Consulado español ocupó buena parte del tiempo que allí pasamos, aun así tuvimos la oportunidad de hacer algunas visitas turísticas.
Estuvimos en la increíble Ciudad Prohibida, donde entramos por la Puerta Meridiana a la que se accede por cinco puentes, yo, evidentemente, insistí en acceder por el puente de los funcionarios.
También visitamos los típicos callejones de Beijing, paseamos por el bellísimo Palacio de Verano y recorrimos algunos metros de la formidable Gran Muralla, entre otros sitios dignos de admiración.
Tengo un especial recuerdo del zoológico de Beijing porque al salir del espectáculo en el acuario mi hija se fijó en un flotador con forma de delfín que había en un kiosco. Lo señalaba con el dedo y no quería moverse de allí. Me di cuenta de que me lo estaba pidiendo y no pude negarme ni un segundo a darle su primer capricho. El flotador tuvo una vida muy breve, porque en el trayecto hasta el hotel le dio un bocado y se desinfló sin posibilidad de arreglo.
Tras cumplir con todos los trámites, permanecimos unos días más en Beijing por motivos de ajustes de los vuelos. Estábamos ya un poco desesperados y deseando regresar a la tranquilidad de nuestras casas para que nuestras hijas comenzaran una nueva vida a nuestro lado.
Alguien del grupo dijo que ya tenía ganas de terminar con la aventura del viaje.
—La auténtica y larga aventura es la que comenzará cuando lleguemos a casa —le dije.
Por fin iniciamos el regreso, que fue vía París. En el vuelo coincidimos con la selección de baloncesto de Angola, por cuyos jugadores estuvimos rodeados en el avión. Eva estaba extrañada de ver personas de color y tan altas, lo que sirvió para que las largas horas de vuelo permaneciera sentada en su asiento.
El último tramo, de Madrid a Málaga lo hicimos ya los tres solos y en tren. Habíamos pedido a la familia y a los amigos que para evitar sobresaltos a Eva no hicieran un recibimiento multitudinario. Pero cuando llegamos a la estación más de cien personas, entre familiares y amigos, esperaban a Eva Xiudi con una gran pancarta en la que aparecía una enorme foto de Eva que habían tomado de entre las que enviamos por email desde China. También hubo globos, chucherías, regalos…
Eva Xiudi llegaba a su casa.