Todavía no hablaba nuestro idioma pero ya nos entendíamos muy bien, porque, como dice Paulo Coelho, «existe un lenguaje que va más allá de las palabras».
Por fin llegamos a casa, estaba deseándolo por mí pero sobre todo por Eva Xiudi. Me ponía en el lugar de mi hija y pensaba en la confusión que podría tener por tantos acontecimientos vividos en tan poco tiempo. Había transcurrido tan sólo veintiún días desde que abandonó el orfanato –lugar del que casi con total certeza habría salido excepcionalmente durante los tres años que vivió allí –y en estos pocos días su vida había dado un giro completo y estuvo lleno de muchas experiencias nuevas: se vio rodeada de gente muy extraña; durmió en camas diferentes de hoteles distintos; comió alimentos hasta entonces desconocidos para ella y en sitios muy dispares; viajó en autocar, tren y avión hasta por fin llegar a otro país tan extraño al suyo… así que ya era momento de que se tranquilizara y empezara a tener conciencia de quiénes formaban su nueva familia y cuál iba a ser su nuevo hogar. Para facilitarle el arraigo decidimos permanecer el máximo tiempo posible en casa junto a ella, dar paseos cortos por los alrededores para que fuera conociendo el entorno, regresar pronto para que comprendiera que ese era el sitio donde viviría, y comer en casa siempre.
Rápidamente comenzó a hacerse dueña de la situación. En pocos días conocía todos los recovecos de la casa, aprendió qué contenía cada cajón, era la primera en coger el teléfono cuando sonaba, comprendió el funcionamiento del mando de la tele y se lo apropió en cuanto conoció los canales de dibujos animados… Muy pronto comenzó a entender el idioma y poco más tarde a decir sus primeras palabras.
La adaptación era rapidísima y creo que el cariño tuvo mucho que ver en ello. Tantas muestras de amor, tantos juguetes a su alcance, tanta ropita para ella sola… y, sobre todo, unos padres y hermanos que habían hecho de ella el centro del mundo, todo ello le facilitó la adaptación.
Iba a decir que no surgieron problemas dignos de mención, aunque, en honor a la verdad, debo decir que su hermano Carlos tuvo un poco de celos de ella, aunque ya está totalmente superado (esto que he escrito no creo que le haga mucha gracia a mi Carlitos, así que lo borraré cuando le dé el repaso definitivo al texto. Espero que no se me olvide eliminarlo).
Evidentemente, una de las primeras cosas que hicimos fue llevarla al pediatra para que le hiciera una revisión médica exhaustiva y para ponerla al día en su calendario de vacunaciones. Afortunadamente no tenía problemas de salud serios, aunque de los resultados de los análisis se concluían ciertas deficiencias en los cuidados que había tenido, ya que a su pequeño tamaño y peso –por debajo de los percentiles apropiados a su edad y raza – quizá debido a una inadecuada alimentación, se añadía algo de anemia, trazas de algún virus sin consecuencias, algo de dermatitis… pero como digo, nada serio.
Los primeros días Eva no se apartaba de mí hasta el punto que tenía que esperar a que se durmiera para poder entrar al baño con un poco de tranquilidad y sin que aporreara la puerta. Tuve que solicitar la baja por paternidad para poder estar con ella todo el tiempo que me requería. Pero poco a poco la situación se fue normalizando.
Durante las primeras semanas mi principal pasatiempo consistía en observar cómo mi hija se sorprendía cada vez que experimentaba una nueva situación, como ocurrió la primera vez que la llevamos a la playa, o cuando fue invitada por vez primera a un cumpleaños en “las bolas”.
Eva se convirtió en el centro de atención allá donde íbamos. Su simpatía, belleza, alegría y capacidad de travesuras captaba la curiosidad de todos.
Creo que entre todos la hemos malcriado un poco, pero sobre todo su madre y yo, aunque éramos conscientes de ello y no nos importaba demasiado, si bien ahora estamos pagando las consecuencias de tener una hija un poquito más caprichosa de lo deseable.
Merece comentar algunos aspectos de su aprendizaje del castellano. Fue tan rápido que ella misma era consciente de su propia evolución lingüística. En pocos meses empezaron a producirse diálogos tan curiosos como el siguiente:
—Mamá, cuando yo era pequeña decía “peíto” —contaba Eva.
— ¿Y ahora cómo dices? —le preguntaba su madre.
—Ahora digo “perrito” —contestaba sonriente.
Estas breves conversaciones nos depararon muchas risas. Por ejemplo cuando nos explicaba:
—Mamá, cuando yo era pequeña decía “cazatote” (en vez de “catorce”) —afirmaba Eva.
— ¿Y ahora cómo dices? —le preguntaba su madre.
—Ahora digo “cazote” —contestaba satisfecha.
No siempre la evolución de sus conocimientos del castellano estaba basada en la fonética, a veces seguía otra lógica muy diferente, por ejemplo la de la tecnología. Una vez nos explicaba:
—Mamá, cuando yo era pequeña decía “fefenono” (en lugar de “teléfono”) —explicaba Eva.
— ¿Y ahora cómo dices? —le preguntaba su madre con interés.
—Ahora digo “móvil” —contestaba orgullosa de sus conocimientos.
Pronto vimos la necesidad de que se relacionara con niños de su edad, así que a los cinco meses de su llegada comenzó a ir a la escuela infantil donde la integración fue también completa y lo pasaba realmente bien con sus “seños” y sus amiguitos.
En poco tiempo todo el barrio conocía a mi hija. Su alegría, desparpajo y simpatía la precedían. Se daba el caso de que yo iba por la calle con Eva Xiudi y la gente la saludaba a ella y a mí no, y a veces se trataba de personas que yo ni siquiera conocía.
Otra cuestión a destacar que nos preocupaba mucho y que nos obligaba a no quitarle ojo de encima era su poca conciencia del peligro probablemente debido a que apenas si pisó nunca la calle mientras estuvo en el orfanato. Y es que cuando íbamos de paseo Eva corría alocadamente y se bajaba de la acera sin más. Poco a poco pudimos hacerla comprender que por la calle hay que ir con mucho cuidado, especialmente con los coches.