Según una antigua tradición china, «un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, a pesar del tiempo, del lugar, de las circunstancias… El hilo puede enredarse o tensarse, pero nunca puede romperse». Al final, todas las personas que tiran de él llegan a reunirse. Es una bonita historia que todos los adoptantes en China conocen y que les ayuda a sobrellevar la espera.
En todo acontecimiento humano en el que intervienen varias personas, al final siempre alguien queda injustamente olvidado, y me atrevería a afirmar que con frecuencia son los más débiles e indefensos. Unas veces por desconocimiento, otras por desidia e incluso en ocasiones por conveniencia hay personas cuya participación se omite.
Son muchos los actores que participan en un proceso de adopción: los protagonistas son, indudablemente, el niño adoptado y los padres adoptivos, pero no olvidemos al resto de los miembros de la familia adoptiva, a los tutores, a los amigos que animaron la desesperante espera… Además, mientras dura el proceso de adopción, así como durante la adaptación y el seguimiento, son muchos los implicados: funcionarios de la Administración que han gestionado los expedientes, sicólogos y trabajadores sociales que imparten los cursos de adopción, otros que hacen los informes de idoneidad… Si además se trata de una adopción internacional también participan los miembros de las organizaciones que ayudan con los trámites en el país de origen del niño (ECAI) e, igualmente, los que tramitan los expedientes en ese país.
Entonces, ¿a quiénes me refiero cuando hablo de los grandes olvidados en las adopciones? Pues estoy hablando de dos personas, de un hombre y de una mujer sin los cuales la adopción de nuestros hijos no podría haberse llevado a cabo, sin ellos sería imposible tener a esos niños con nosotros. Evidentemente estoy hablando de los padres biológicos. Ellos son los grandes olvidados pese a que su protagonismos es, cuanto menos, equiparable al de los padres adoptivos, y a pesar de que su participación es imprescindible.
Por mi condición de padre adoptante tengo oportunidad de hablar con frecuencia con otros padres en las mismas circunstancias que yo. Solemos conversar de nuestros hijos, de su adaptación al nuevo entorno familiar y escolar, de sus relaciones con los otros miembros de la familia y con los amigos, de sus avances escolares, de sus travesuras, del proceso de adopción, del viaje tan especial y lleno de sentimientos y ternura que hicimos para recogerlos… pero casi nunca nos referimos a sus padres biológicos. A veces yo mismo evito mencionarlos ante otros padres adoptivos porque considero que para mi interlocutor puede tratarse de un tema tabú. Algunas familias pertenecemos a asociaciones de familias adoptantes, nos reunimos con frecuencia y nuestros hijos son siempre el tema de conversación, incluso hablamos de cómo creemos que fue su estancia en el orfanato, pero nunca he oído a nadie referirse a cómo serían los padres que lo concibieron. No queremos hablar ni oír hablar de ellos, y sin embargo, ¡tenemos tanto que agradecerles!
Recuerdo que una de las pocas veces que los padres biológicos se mencionaron en una conversación en la que yo estuve presente fue al principio del proceso de adopción, durante el curso al que obligatoriamente tuvimos que asistir. Cuando se habló de ellos, el interés se centraba principalmente en la posibilidad de que en algún momento pudieran “aparecer” y exigir que el niño les fuera devuelto. Otra circunstancia en la que se habla de los padres biológicos suele ser cuando se comunica a los futuros nuevos padres la asignación del hijo que tienen solicitado, en ese momento solemos preguntar por sus padres biológicos para averiguar si se sabe algo de ellos o si por el contrario son desconocidos, y creo que muchos respiran aliviados al saber que su futuro hijo no tiene padres acreditados. Supongo que en el fondo lo que tenemos es miedo a que nos puedan quitar a nuestros hijos, a que sus padres aparezcan en cualquier momento y se los lleven. Es un miedo infundado pero lógico a la vez. Es infundado porque cuando la adopción está completamente formalizada, los auténticos padres son los adoptivos, pero a la vez es lógico porque el miedo a perder aquello que tanto valor tiene para nosotros y que tanto nos costó conseguir difícilmente se puede evitar.
Quizá el auténtico miedo tiene un origen más bien psicológico: tenemos miedo de que, si esos padres existen, nuestros hijos puedan mostrar un interés excesivo por ellos y nosotros quedemos un segundo plano. Tenemos miedo a que nos quiten su amor. Y ante este miedo a que nos usurpen nuestro lugar en el corazón de nuestros hijos, preferimos silenciar su posible existencia, al menos mientras nuestro hijo no pregunte por ellos.
No obstante creo que todos hemos pensado en alguna ocasión en esos padres, en cómo serían, en cuáles fueron los motivos que les llevaron a la dura decisión de abandonar a su hijo –mi hijo –. Y ya puestos a divagar podemos hacerlo en negativo y tratar de auto convencernos de que eran unos desalmados que abandonaron a su suerte a sus hijos inocentes e indefensos, que son padres desnaturalizados, indignos de traer hijos al mundo y que por eso no merecen ni siquiera que hablemos de ellos. Incluso podemos recriminarles el abandono de la criatura, a pesar de que eso permitió que llegara hasta nosotros. Pero también podemos pensar en positivo e imaginar que son unos pobres desdichados que no tuvieron más remedio que, con todo el dolor de su alma, abandonar a sus hijos ante una situación insostenible, como solución a sus males y como única esperanza de proporcionarles un mundo mejor que el que ellos pueden ofrecerle.
Yo sí pienso en ellos con frecuencia, imagino a los padres biológicos de mi hija, y prefiero hacerlo en positivo –aunque debo reconocer que a veces me asaltan reflexiones negativas que intento desterrar rápidamente –. Y pienso que esos padres, a quienes tanto debo, han sido unos buenos padres que ante la adversidad, la miseria y el futuro incierto para su hija decidieron abandonarla en un lugar visible para que fuera rápidamente recogida, y con la única esperanza de que alguna familia la adoptara, la quisiera, la cuidara, la educara y le ofreciera todo lo que ellos no podían darle.
Entonces siento que ellos también pensarán con frecuencia en su hija a quien tuvieron que abandonar por su bien. Creo que cada noche, al acostarse, sufren ante la incertidumbre de cómo estará esa niña sobre la que perdieron todos sus derechos, y creo sentir cómo también lloran por no saber nada de ella, si estará bien cuidada y bien alimentada y si es o no feliz. No saben dónde se encuentra, ni siquiera si está cerca o lejos, y quizá ni se imaginen que ahora viva en otro país tan distinto al suyo a diez mil kilómetros de distancia.
Si acaso saben que la niña ha sido adoptada, puede que incluso piensen en mi mujer y en mí y se pregunten cómo seremos, y para consolarse quizá nos imaginen cómo esos padres ideales que ellos soñaron para su hija.
Yo también sufro por ellos, y por eso me gustaría hacerles saber que su hija está perfectamente bien de salud; quisiera poder decirles que tiene unos padres que darían su vida por ella, y dos hermanos que la quieren con locura; que está rodeada de cariño; que tiene abuelos, tíos y primos que la adoran. Que sus titas no pueden dejar pasar mucho tiempo sin verla y que siempre tienen un regalito para ella. Que sus primas Carmen, Elena y Gema la quieren tanto que hasta le regalan sus juguetes. Que todos sus primos (y son tantos que sería largo relacionarlos) la buscan para jugar.
Ojala pudiera decirles que mi hija –su hija –tiene muchos juguetes; que tiene mucha ropa y disfruta poniéndosela; que le gusta ir al colegio y tiene muchos amiguitos; que siempre tiene ganas de jugar (hasta dejarnos agotados); que está feliz y con muchas ganas de vivir. Pero sobre todo quisiera poder decirles que tiene por delante una vida llena de oportunidades y un futuro esperanzador.
He escrito este texto porque quiero hacerles llegar este mensaje de tranquilidad a esos padres tristes por su hija abandonada, por su hija amorosamente entregada a unos desconocidos a través de un orfanato. Quiero serenar el espíritu de esos padres que prefirieron sufrir la pérdida de su hija con la remota esperanza de darle algo mejor.
Pero este escrito no es más que un gesto simbólico, porque los padres de mi hija son chinos, probablemente de la región de Guangdong, quizá de la ciudad de Wuchuan, y no creo que puedan leer esto. Aunque estoy seguro que de alguna manera los sentimientos de gratitud que mediante estas palabras quiero transmitirles les llegará y les hará sentirse un poco mejor a pesar de su tremendo dolor. Quizá ese “Hilo Rojo” al que se refiere la tradición china, y que nos permitió a mi mujer y a mí llegar hasta nuestra hija, pueda ser el medio de transmisión por el que nuestro mensaje de gratitud les llegue.
(Nota: este texto fue publicado en el número 28 de la revista Niños de Hoy)
0:13 on diciembre 14th, 2012
Yo me escribí con las madres bio de mis hijos en Rusia. Una de ellas me contestó y lo primero que ponía en la carta era: gracias por estar en este mundo…solo por dejarla tranquila me mereció la pena haber hecho la investigación. Mucha suerte y ojalá la puedas hacer tu tambien en China.