«La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices», afirmaba Albert Einstein, por eso yo intentaba compensar la carencia de felicidad que presumiblemente Eva Xiudi había padecido antes de llegar a nosotros.
Eva sigue creciendo sana y feliz, pero se ha convertido en una niña caprichosa y consentida. Y aunque toda la familia ha colaborado en ello, la culpa es principalmente mía porque la mimé demasiado desde el principio. Yo pensaba que habría tenido muchas carencias durante sus tres primeros años de vida en el orfanato y que ahora se merecía que no se le negaran muchos de sus caprichos. No es que le proporcionara todo lo que me pedía, pero sí fui –y sigo siendo –muy blando con ella. En realidad he sido muy blando con mis tres hijos.
Se le antoja todo cuanto ve, no se acuesta a su hora ni lo hace sola en su cama, no recoge los juguetes, se pelea con su hermano, dice más palabrotas de la cuenta, se ha adueñado del mando a distancia… Dicho así podría parecer que Eva es un pequeño monstruo, pero sin embargo tiene muy buen corazón.
Ella sabe cuándo se ha portado mal hasta el punto de que no se puede dormir tranquila si antes no nos hemos perdonado por todas las travesuras que haya hecho durante ese día.
Y cuando me da ese beso de perdón junto con un abrazo achuchado, se me olvidan todas sus fechorías.