La mejor decisión

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«Si deseas que tus sueños se hagan realidad, ¡despierta!», exclamaba el escritor y periodista Ambrose Bierce.

Todos tenemos sueños que deseamos ver cumplidos. Los llamamos sueños, y no proyectos, porque es muy difícil que se conviertan en realidad, y si alguna vez conseguimos que se materialicen, entonces comprobamos que la realidad no es exactamente como la habíamos soñado y aunque nos alegre haberlo alcanzado, la satisfacción no es plena. Y es que cuando se alcanza un objetivo largamente perseguido, a pesar de la alegría del momento suele producirse una sensación un poco frustrante.

A pesar de esa sensación de gozo incompleto, creo que los objetivos más importantes son los que nos planteamos a largo plazo. Y yo tuve un sueño a largo plazo que conseguí que se cumpliera y que cuando llegó todo fue como había imaginado, sin un ápice de frustración.

Que un sueño se materialice es todo un éxito, y si lo hace cumpliendo al cien por cien tus expectativas y compruebas que todo es tal y como lo habías soñado, entonces estamos ante un total y absoluto caso de éxito. Y si ese sueño que ves realizado está más allá de lo profesional o de lo académico, cuando pertenece al ámbito de los más íntimo y personal, entonces estamos en el súmmun de los casos de éxito, nos encontramos en lo que se denomina “un sueño hecho realidad”. Y yo creo ser uno de los pocos privilegiado que ha gozado de esa sensación. Pero dejemos ya este largo preámbulo y paso a contaros de qué se trata, evidentemente me refiero a la aventura de la adopción de mi hija.

La adopción fue un camino largo y lleno de dudas que yo sobrellevaba soñando que tenía a mi hija conmigo. En mi imaginación creaba historias con mi hija en todas partes: en casa, de paseo, en el parque, en la playa, jugando… Allá donde estuviera me imaginaba a mi futura hija a mi lado. No sé por qué, pero en mi mente me regocijaba especialmente imaginando que iba al Carrefour con mi hija (en mi casa soy yo el que hace la compra semanal), y especialmente al pasar por el pasillo de las galletas.

Cuando estaba tranquilo me gustaba soñar con una situacion en la que veía a mi futura hija pequeña de pie dentro del carrito del centro comercial, la imaginaba extendiendo los brazos hacia los paquetes de galletas, cogiendo de los estantes todos los que se ponían a su alcance y rodeándose en el carrito de dulces de todas clases. Y cada vez que cogía un paquete me miraba y me dedicaba una sonrisa de complicidad.

Cursillos, informes psicológicos y sociales, papeleo, visitas a la notaría, certificados médicos y de penales, documentación para China… una larga espera… asignación y por fin el viaje a recogerla. Pasaron muchos meses, y durante todo ese tiempo mi sueño recurrente me ayudaba a no desesperar.

Poco a poco se cumplieron todos los trámites y plazos, fuimos a recogerla (que fue todo una aventura con visita a un hospital chino incluido) y finalmente el regreso a casa.

Y entonces el sueño se hizo realidad, tras varios días sin salir de casa para que mi hija se fuera acostumbrando a su nuevo entorno, el frigorífico pedía a gritos que lo rellenáramos. Cogí a mi hija y nos fuimos al Carrefour, la metí en un carrito y al pasar por el pasillo de las galletas todo fue justamente como tantas veces lo imaginé. Eva Xiudi, de poco más de 3 añitos, miraba las estanterías riendo sin parar, cogía todo lo que le cabía en sus bracitos y echaba los paquetes dentro del carro tal y como me había visto hacerlo a mi instantes antes en otros pasillo. Sentí esa sensación que los franceses llaman deja vu (perdonad que no recuerde como van las tildes) e intenté que ese sueño que se hacía realidad en esos momentos durara el máximo tiempo posible. Todo era justamente como yo lo había imaginado, y se me saltaron las lágrimas (y eso que yo no soy de lágrima fácil) que y no reprimí ni disimulé. Sé que algunas personas me vieron llorar y cuchichearon, pero me daba igual porque yo estaba en mitad de un sueño.

Cuando salí del pasillo de las galletas no me sentí capaz de devolver a las estanterías ninguno de los paquetes que ella había echado. Al volver a casa tuvimos galletas para tres meses.

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