Actividad

Recuerdo perfectamente el momento en el que puse en conocimiento de mi mujer mí deseo de adoptar. Ella no se lo esperaba ya que teníamos dos hijos biológicos mayores. Hacía años que tenía la idea de recurrir a esta vía para tener una hija pero jamás lo comenté por miedo a que me tacharan de loco.
Recuerdo que estábamos los cuatro, la familia al completo, comiendo en un restaurante al que vamos con asiduidad cuando, en una mesa cercana vi a una pareja acompañada por una preciosa niña pequeña de color caoba y deduje que podía tratarse de una hija adoptada. Fue en esos momentos cuando se me ocurrió que podía materializar mi idea, y entonces, con una total y absoluta falta de cordura y sin el menor tacto, le dije a mi mujer así, sin más preámbulos:
—Tere, ¿adoptamos a una niña? —. Creo que ni me escuchó.
— ¿No te gustaría tener una niña como aquella? —insistí.
Con la misma falta de delicadeza que yo apliqué, y sin más sutilezas, mi mujer respondió —Tú estás chalao—
Claro que yo tampoco hice demasiado caso de sus palabras.
Pablo y Carlos, nuestros hijos, que tenían 17 y 12 años respectivamente, estuvieron encantados con la idea desde el principio y me apoyaron incondicionalmente. Pero Tere, que es mucho más racional que los tres hombres de la familia juntos, no se tomó en serio la conversación en ningún momento. Así que no insistí más en el asunto. Al menos por el momento; ya tendríamos tiempo de hablar sobre el tema un poco más adelante. Lo importante era que la propuesta ya estaba lanzada.
Y así comenzó todo.