A menudo los hijos se nos parecen

espejo

Adriana Díaz sabía que en su casa hacía falta una mujer, la risa de una nena, jugar con muñecas, lavar un vestido. Siempre había querido ser madre de una nena, pero la vida le había dado un matrimonio con Horacio Oñate, encargado de una casa de venta de artículos deportivos y de camping, una casa en Castelar y dos hijos varones: Leonel y Juan Ignacio. Luego de las complicaciones que sufrió en ambos partos, su médico de cabecera le recomendó dejar de intentar quedar embarazada, ya que podría ser un gran riesgo para su vida. Pero Adriana no se quedó con las ganas: después de un largo y agotador proceso, que hasta por momentos la hizo pensar en abandonarlo, pudo adoptar a Nadia, una nena de casi dos años cuyos padres sabían que no estaban en condiciones de poder criar y prefirieron entregar a otra familia con una mejor posición económica.

“Cuando por fin pudimos traer a Nadia a casa fue una fiesta. Fui tan feliz como el día en que nacieron los varones, por fin la familia iba a estar completa”, recuerda su emoción Adriana. “Los hermanos también me ayudaron mucho a criarla. Leonel, el mayor, le lleva 15 años y Juan, 9; juntos estuvieron a su lado en muchos momentos de su crianza”. Cuando Nadia ya rondaba los 15 años, Adriana empezó a notar en ella ciertos gestos muy similares a los de sus hermanos. “Me acuerdo de una cena familiar, creo que era un día de la madre o del padre, en que yo desde la cocina los veía a los tres sentados a la mesa comiendo, en ‘escalera’, del más alto a la más baja. De repente, como si fueran esos nadadores chinos que hacen nado sincronizado, los tres se repetían en todo movimiento: desde la forma en que se llevaban la comida a la boca, cómo agarraban una botella, la postura de sus espaldas contra el respaldo de la silla. Estuve como dos horas con la boca abierta de la sorpresa”.

A partir de ese momento, Adriana empezó a observar más detalladamente los movimientos de su hija, y a compararlos con los de sus hermanos y hasta con los de ella o su marido. “En un momento estaba tan obsesionada con el tema que pensé que me estaban haciendo algún tipo de broma, pero no, era casi una mimetización”. A medida que pasaban los años, iba encontrando en su hija otros rasgos similares a los suyos, o a los de su marido. “Verlos caminar juntos por la calle era un espectáculo. Los dos arrastrando los pies, con la espalda algo encorvada, el movimiento de los brazos, era todo igual”, sostiene. “En unas vacaciones, Adriana nos filmó a Nadia y a mí caminando y charlando en la playa, y después me hizo ver el video”, recuerda Horacio. “Cuando lo terminé de ver, me puse a llorar como un chico. No podía creer que mi hija fuera tan idéntica a mí. Cuando pasamos por el proceso de adopción, uno de los miedos más grandes que tuve fue que ella no se habituara a estar con nosotros, o que notara que era diferente a sus hermanos, que no tenía los mismos rasgos, o algo similar. Por suerte fue algo que nunca pasó. Es más: en muchas oportunidades, cuando le contábamos a alguien que ella era adoptada no lo podían creer”.

Él y Adriana coinciden en que criar a sus hijos fue una tarea dura pero apasionante, y con una enorme recompensa al final del camino. “Ver a nuestros hijos tan iguales a nosotros en muchos aspectos, especialmente en las cosas más chiquitas, es reconfortante. Los tres nos hacen muy felices, y más cuando nos vemos reflejados en ellos”.

En el momento en que Claudio Ballesteros y su esposa Marina recibieron la noticia de que no podían tener hijos decidieron que iban a transitar el camino de la adopción. Hoy, diecisiete años después son los padres de Santiago y Lucas. “Cuando empezaron a crecer, empezamos a notar cada vez más similitudes con nosotros, especialmente conmigo. Cosas chiquitas, como por ejemplo maneras de moverse, o que ambos se levantaban con el mismo mal humor que tengo siempre a la mañana. Somos insoportables los tres, no se nos puede ni hablar”, se sincera Claudio.

“Algunos amigos de la familia nos han llegado a decir que no pueden creer que los chicos no sean hijos biológicos nuestros, porque el parecido es muy fuerte. Creo que en casos como los nuestros, nos dedicamos tanto a la crianza de los chicos, estamos tanto tiempo juntos, que la mimetización es más grande que en otras familias. Yo estoy orgulloso de que mis hijos sean tan parecidos a mí”, afirma.

Fuente: clarin.com

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