Los rostros de la maternidad

Teresa Junco, de 58 años, se entrega plenamente a los niños que  cuida en el orfanato Inés Chambers Vivero, en Domingo Savio y Carchi. Aunque ha conocido y cuidado a cientos de niños a lo largo de sus 23 años de trabajo, ella dice recordar a casi todos, porque crea lazos de amor con cada uno.

Los ojitos traviesos de la pequeña Ariana, de 3 años, se deslumbran y dejan notar la felicidad que la embarga cuando ve a la tía Tere, una mujer muy menudita, con aspecto de abuelita querendona y con una sonrisa inocente y a veces cómplice.

Corre a sus brazos, pero primero se agarra con fuerzas de su regazo como diciéndole que nunca la suelte, que nunca la deje sola.

Teresa Junco, de 58 años, la acoge, amarra con paciencia los cordones de sus pequeños zapatos de gimnasia y acomoda su cabello con un moño blanco de bolitas y le aconseja con voz suave: “Usted es una niñita muy bonita mi amor y tiene que portarse bien”.

Pronto Ariana y la tía Tere ya no están solas en el dormitorio de niñas del orfanato Inés Chambers Vivero, en Domingo Savio y Carchi; María y Zulema se acercan presurosas a ganarse algunos de los cariños y consejos de Teresa, para quien no es nada nuevo que los niños del orfanato le demuestren tanto cariño y confidencia, pues lleva 23 años siendo la madre de muchos de ellos.

Dice acordarse de la mayoría. Tras un suspiro, junta las palmas de sus manos, mira al techo y dice: “Guillermo Quiñónez, él tenía 6 años cuando llegó acá, se fue cuando se graduó del colegio; todavía me llama y va a mi casa”, dice orgullosa como si se tratara de su propio hijo. Pero Guillermo no es el único en su lista, hay muchos más. Está Verónica, quien es invidente y llegó a sus brazos cuando solo tenía 2 años, ahora ya tiene 22 y formó una familia. Xavier Baque llegó muy pequeñito y supo valorar sus consejos, dice Teresa entre bromas. “Cuando sean grandes tienen que buscar a una buena mujer, no a alguien de la calle”, era el consejo que siempre le decía, recuerda la tía Teresa.

La lista es interminable, también están los casos tristes, los que, como dice, le han arrancado el corazón, como la muerte de dos de sus niños más queridos: Fidel y Julio, una vez que salieron del orfanato ya adultos. Las causas prefiere no comentarlas, solo dice, con voz entrecortada y a punto de estallar en llanto, que son los peligros que hay en la calle.

Recuerda mucho a Xavier, otro de sus ‘hijos’, tiene 4 años sin comunicación con él, por comentarios sabe que Comidita, como le decían de cariño en el orfanato, está bien y eso es suficiente para Teresa, para quien es imposible no recordar las veces que ha tenido que salir “a carrera” al hospital con algunos de ellos, ayudarlos en sus deberes, lavarles su ropa, una labor que realiza con más frecuencia desde hace siete años desde que trabaja en la lavandería.

Para ella todos son sus hijos y todos necesitan de amor, aunque reconoce que cada uno llega con una historia y una carga emocional distinta.
“Para qué quiero más hijos, aquí tengo a todos”, dice alegre, aunque luego aclara: “Yo sí tuve un hijo, es Luis, de 27 años, y tengo una nietecita, Luciana, de 2”, comenta chocha Teresa, quien espera que para julio próximo nazca su segunda nieta.

Hasta eso y hasta cuando Dios le dé fuerzas, seguirá cuidando de sus niños en el orfanato Inés Chambers, aunque no lleva la cuenta de cuántos ha cuidado hasta ahora. Martha Rodríguez, coordinadora del orfanato, le ayuda a hacer cuentas y con una operación básica de multiplicación Teresa asegura que ha sido ‘madre’ de aproximadamente 1.150 niños desde que ingresó a la casa hogar en 1989.

Rodríguez aclara que no todos los niños que acogen en el orfanato son huérfanos (con padre y madre fallecidos), sino que son derivados por maltrato intrafamiliar y porque sus familias están en riesgo. “Actualmente no tenemos niños huérfanos, sino que son abandonados por sus padres e inclusive están en proceso de adoptabilidad”, manifiesta la coordinadora, quien señala que cuidan a 48 niños en riesgo.

Según el censo de población, socioeconómico y de vivienda que realizó el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC) en el 2010, en Guayas, existen 88 niños huérfanos de 0 hasta los 18 años, 49 hombres y 39 mujeres. Veintidós de ellos oscilan entre los 0 y 6 años de edad; 36 entre los 7 a los 11 años y 30 de entre 12 a 18 años.

A nivel nacional, incluyendo esta provincia, según el INEC se registran 262 niños huérfanos de entre 0 a 18 años, 124 hombres y 138 mujeres.
En el Hogar para niñas de la calle Sor Dominga Bocca, tres de las siete niñas que viven ahí son huérfanas de padre y madre. Son hermanas, sus padres fallecieron de VIH/Sida.

Una ya ganó una beca para estudiar inglés en el Centro Ecuatoriano Norteamericano.

Rosa Jiménez Marín, directora de la casa hogar, opina que el caso es muy triste y las tres niñas se han convertido en parte de su vida, en sus hijas.

Las conoce, sabe sus virtudes, sus defectos y mañas, así como conoce los de sus demás ‘hijas’, 75 en total desde 1997 en que abrió la casa hogar en las calles Diez de Agosto y Tungurahua.

Con un aspecto muy querendón y siempre con una sonrisa, Rosa ha sabido ganarse el cariño de las niñas, cosa muy difícil de hacer para quien no tenga la vocación de ser madre y tenga aguante, según sus compañeras de la casa hogar, tomando en cuenta los problemas con los que llegan las menores.

Son las 12:30 del pasado jueves. Rosa sale de su oficina y dice: “A ver niñas, vamos a hacer los deberes, voy a ver qué han hecho”, y enseguida cuatro pequeñas la esperan con sus cuadernos abiertos en la mesa del comedor, donde realizaban un reloj con papel, paletas de helado y goma.
A la hora de exigir aplicación Rosa es muy estricta y le gusta que todas obedezcan y hagan sus tareas, pero enseguida su lado materno aflora y suaviza el ambiente. Empiezan los abrazos, los besos y uno que otro chisme de las telenovelas que ven por las noches.

Recuerda con cariño a todas sus niñas, en especial a las dos primeras que tuvo en el albergue –regentado por exalumnas del colegio María Auxiliadora–, Alexandra y Rocío, que tenían 8 y 9 años, respectivamente, cuando llegaron.

“Alexandra todavía me llama para mi cumpleaños, ya tiene tres hijos”, cuenta con orgullo, aunque reconoce que le ha tocado poner mano dura para no dejar que sus niñas vayan por el mal camino y caigan otra vez en la calle. “Aquí se las quiere mucho y se les da todo el amor, pero también hay que corregir y a algunas no les ha gustado eso y se han ido disgustadas, pero luego vuelven y se dan cuenta de que lo que se hace es por su bien”, menciona Rosa, quien no tiene hijos.

Crió a sus tres sobrinos, quienes quedaron huérfanos y ahora ya son profesionales y las niñas de la casa hogar. “Para qué quiero más”, dice entre risas.

Fuente: El Universo

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