Síndrome del orfanato – cómo detectarlo

El síndrome del orfanato, también conocido como síndrome de hospitalismo o de institucionalización, es más frecuente en los niños y niñas que proceden de países del Este.

Las carencias económicas de estos orfanatos son mayores y los cuidados que se prestan, también. «Además -indica la psicóloga E. Herranz- los niños adoptados son más mayores y tienen asociadas otras cosas. Por ejemplo, muchos de ellos proceden de hogares desestructurados donde no han recibido atención y, por lo tanto, ya no es sólo que tengan síndrome de institucionalización, sino que tienen asociadas otras muchas carencias dentro del propio hogar».

Los padres y madres adoptivos acuden a reuniones previas al encuentro con sus futuros hijos e hijas en las que se les informa de las dificultades que pueden surgir con aquellos pequeños que no han tenido cubiertas sus necesidades en los primeros meses o años de vida. Se les insiste en que lo fundamental es ayudarles a establecer el vínculo afectivo y se les ofrecen pautas sobre cuáles son los síntomas que pueden hacer sospechar que hay un problema de vinculación.

«Un niño que no llora para pedir consuelo, que no mira a los ojos, que no expresa emociones ni solicita ayuda, que tiene una dependencia o independencia absoluta, se va con cualquier persona sin tener ansiedad de separación de su figura de referencia o que cuando la mamá se aleja no hace ninguna muestra de apego o protesta, pueden ser signos frecuentes de este síndrome», explica Herranz.

Posteriormente, cuando la relación de apego comienza a establecerse, se produce una relación de dependencia total del niño con respecto al padre y/o a la madre hasta que, según crece, se siente seguro y es más independiente. Si por el contrario no se ayuda al niño a conseguir este vínculo, puede ser que nunca logre establecerlo. «Muchas veces ocurre que los padres actúan según la información que tienen de sus hijos y que es en muchas ocasiones escasa. Se trata de una información muy básica y muy superficial, que generalmente no puede ampliarse por la escasez de recursos económicos del país de origen», lamenta la psicóloga.

Los niños y niñas que son adoptados se enfrentan a numerosos cambios que les pueden provocar trastornos de comportamiento y de las emociones. Se pueden presentar como niños hiperactivos con conductas que buscan llamar la atención, problemas de ansiedad, falta de expresividad, apatía, trastornos del sueño o incontinencia urinaria. A veces, tienen dificultades para hacer amistades o un lento progreso académico, mienten con frecuencia, pueden ser agresivos y llegan a creer que son autosuficientes, hasta el punto de oponerse a recibir cuidados de sus padres y madres adoptivos.

Técnicas para superarlo

Para unos padres que han deseado durante tanto tiempo abrazar a su hijo o hija, conseguir su amor es crucial. Sin embargo, deben ser conscientes de que el cariño no siempre se logra de inmediato y, lo que es más importante, no deben desanimarse por ello. Muchos pequeños y pequeñas adoptadas no han aprendido a querer y no saben cómo hacerlo. La familia debe detectar esta situación cuanto antes y aprender la manera de romper las barreras que existen. «Primero hay que entender la situación en la que llega el niño y entender que lo fundamental, lo que más necesita, es aprender a querer y ser querido. Esto significa que, a veces, hay que tratar a los niños como si fueran más pequeños porque necesitan recuperar el tiempo perdido, hay que aprender a interpretar sus señales, hay que hacer todo lo posible para que el niño entienda que la adopción, el afecto, el amor y la protección son para siempre y que no hay condiciones para ese amor», apunta Herranz.

Es fundamental que los niños y niñas se sientan queridos, en especial, cuando pierden la disciplina que muchos han adquirido en los orfanatos y se dan cuenta de sus necesidades afectivas. Esther Herranz explica la posibilidad de que «un niño de tres años que llega totalmente autónomo, a los seis meses reclame continuamente a su madre para que le atienda. Eso no es un retroceso, sino que es necesario para que el niño recupere unas etapas que no ha vivido». Sí puede darse el caso de que los menores presenten un retraso en el desarrollo en general, aproximadamente, de un mes por cada tres que han pasado en el orfanato. «Incluso, quienes tienen este síndrome muy acusado pueden haber inhibido su hormona del crecimiento y haberse estabilizado en peso y talla», matiza la psicóloga, quien desaconseja decir a los hijos adoptados «tonterías como ‘si no comes el yogur, mamá no te va a querer’, porque eso le «desnutre» más afectivamente que físicamente. Nunca se puede decir ese tipo de cosas a un niño, pero menos aún al que ha experimentado la pérdida del amor».

Los padres y madres adoptivos tienen que tener paciencia, comprensión y apoyo incondicional hacia su hijo o hija. Si además lo creen conveniente, deben consultar con un profesional cualquier eventualidad para que éste les dé pautas a la hora de establecer vínculos afectivos. Según la experta, el masaje es una herramienta estupenda para ello, «pero no el masaje dirigido a trabajar sobre los músculos, sino el masaje específico para establecer vínculos afectivos. Funciona fantásticamente». «Los padres creen que quieren a los hijos -prosigue-, pero lo que tienen son unas enormes ganas de quererles, de amarles y de protegerles. Tienen que entender que el amor surge con el día a día, con el contacto, y a veces es difícil establecer el vínculo con un niño que no responde. Por eso, hay que buscar técnicas que hagan que la adaptación sea mutua». Respecto a las posibilidades de éxito, éste depende en mayor medida de la edad del menor, de su historia de carencia, de su propia personalidad y de su capacidad de adaptación a los cambios, pero también de la capacidad de comprensión de los padres y de la química que haya entre ellos. Lo que no hay que ponerse nunca son plazos, ni tiempo, ni comparar a un niño con otro porque «cada niño es único y especial». «De hecho, hay padres que suelen preferir niños pequeños y es difícil conseguir que los niños mayores de tres años sean adoptados. Por ello, animamos a hacer una reflexión a las familias para que se decidan a adoptar a niños más mayores, porque no sólo los bebés son huérfanos y, si surgen problemas, pueden surgir con cualquiera», sentencia Carmen Pazos.

Fuente: Eroski Consumer

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