Paternidad sin fronteras

Hace nueve meses, Marián y Víctor viajaron a Etiopía para conocer al niño que habían adoptado, Adisu Marcos. Ambos ya tenían un hijo biológico y cuando éste cumplió la mayoría de edad, decidieron lanzarse de nuevo a la paternidad porque deseaban «ampliar la familia».

La llegada de Adisu, de seis años, ha supuesto un soplo de aire fresco para esta familia cántabra: «Es una experiencia enriquecedora y nosotros estamos como en una luna de miel», afirma Marián. Ahora asumen una nueva realidad a la que hay que añadir el bagaje emocional del pequeño: «Adisu me ha contado cosas que parecen sacadas de un cuento de Dickens, como que vivió solo en una cueva para cuidar al ganado. Víctor y yo le hablamos de sus familiares etíopes y cuando le pregunto si quiere volver a visitarlos, me contesta: ‘Yo ya tengo una familia».

El deseo de ser padres llevó a Marián y Víctor a adoptar. Pero no sólo a ellos, sino también a otras seis familias de la región. Para hacer realidad su sueño, todos eligieron el mismo destino: Etiopía.
Algunos forman parte de la delegación cántabra de Abay, una organización sin ánimo de lucro que nació de la unión de padres adoptantes interesados en ayudar al desarrollo del país que vio nacer a sus pequeños. Igualmente, unos y otros se sirven de apoyo pues «no siempre tienes la información que necesitas», matiza Manuel Arce, delegado del colectivo y padre de Jon, de nueve años. Mientras los niños juegan en los Jardines de Pereda, sus padres narran cómo han vivido un proceso costoso tanto a nivel personal (por los trámites y la incertidumbre de la espera) como a nivel económico, pero que les ha aportado una satisfacción «indescriptible y enriquecedora».
El escritor Mateo Alemán dijo que «no hay palabra ni pincel que llegue a manifestar el amor de padre». Ese sentimiento lo comparten Manuel, Guillermo, Patricia, Carmen y Santi, Marián y Víctor, Carmen y José Manuel, y Sandra y Luis. Santi se atreve a definirlo como «una pequeña historia de amor; una decisión que es un motivo para vivir». En 2008, él y Carmen adoptaron a tres pequeños: Tselot, Marcos y Diego, y «desde entonces, hemos aprendido a trabajar como padres», explica.
Carmen y José Manuel ya tenían experiencia en ese ‘oficio’: son padres biológicos de Martina, de siete años, y hace un tiempo adoptaron a Julieta, de tres. «Al principio parece una locura, una idea rápida que, poco a poco, se va asentando en tu interior. Por eso, cuando me preguntan por qué decidí adoptar, siempre respondo: ‘¿y por qué no?’», afirma Carmen, quien cree que el tema de la adopción está rodeado de «demasiados tópicos».
Guillermo primero acogió a Fekru y hace ocho meses ha tenido una pequeña. Este joven santanderino confiesa que no sabe por qué tomó la decisión: «La principal motivación es que quieres ser padre y para ello hay distintas opciones. Ahora tengo una hija biológica y un hijo adoptado, y ambos procesos han sido igual de emotivos».
Diferentes sensaciones
El saber popular dice que ‘cada persona es un mundo’ y cada una de estas familias cántabras vivió los trámites de la adopción de forma diferente. Manuel cuenta que «nunca» quiso tener descendencia: «Siempre pensé que ni siquiera tenía poder sobre mi mismo», afirma. Después todo eso cambió y decidió adoptar: «Cuando me mandaron la fotografía de Jon, el alma me dijo: ‘Ése es tu hijo’». Las hermanas Patricia y Sandra optaron por el mismo procedimiento: la primera abrió el camino hace seis años con Abraham: «Fuimos las dos -recuerda- y cuando llegamos a la Casa Verde (lugar de tránsito para las adopciones), el niño salió corriendo en la otra dirección». La segunda llegó el pasado mes de abril con Abel, que en unos días cumplirá un año, y asegura que en ambas ocasiones recibió «un sopapo de realidad».
Patricia lo explica y añade que «es fundamental que te cuenten cómo es el entorno para entender las circunstancias en las que te dan a tu hijo». Y es que muchos de sus pequeños tienen dos familias: «La de la barriga y la del corazón». Así le explica Santi a Tselot, Diego y Marcos su condición de adoptados: «Cada niño tiene una historia personal. Hay padres que deciden contársela y otros la ocultan. Creo que lo fundamental, en estas situaciones, es la naturalidad», afirma. Como anécdota cuenta que su niña, Tselot, hace unos días le preguntó «cómo se tenían hijos biológicos». Sandra añade que en su foto de familia no sólo están sus allegados, sino también los del pequeño Abel: «Me gusta pensar que en lugar de que él ha aumentado mi familia, yo he aumentado la suya».
Todos ellos tendrán que responder a los interrogantes que les planteen sus pequeños. Patricia explica que «en un principio, ellos no son conscientes de su historia y tú estás en una nube… Cuando ésta se disipa, te das cuenta de que tienes que estar ahí para ayudarles, porque su pasado es su presente y formará parte de su futuro».
¿Miedo a los prejuicios?
Los pequeños corretean por el parque o dibujan sentados en las mesas de la cafetería. Algunas personas los miran. Por ello, la pregunta se hace inevitable: como padres adoptivos, ¿tienen miedo a futuros prejuicios? «Ser diferente no es malo -responde Guillermo-, lo importante es hablarlo todo con normalidad y darle las armas necesarias para que sepa afrontarlo, si es que le ocurre». Santi explica que «la sociedad española lleva años de retraso respecto a otras. Lamentablemente, muchas veces impera un pensamiento muy carca pero, a nosotros, la adopción nos ha hecho ver las cosas de otra manera, nos ha abierto la mente porque pones en valor otras cosas que antes, quizá, no apreciabas», afirma.
El primer día que Adisu Marcos fue al colegio, «todos los niños se sorprendieron porque nunca habían visto a un niño negro. Salió llorando y diciendo que era feo, que cuando fuese blanco como yo, volvería al cole», recuerda su madre. Marián explica que «nunca le han discriminado» y que gracias a su profesora (que mandó a los niños hacer trabajos sobre África), «Adisu ahora se siente orgulloso de ser negro». Carmen, que coge en brazos a Julieta, cuenta que la pequeña de tres añitos tiene todas sus fotos de la Casa Verde y un muñeco que tiene su nombre etíope, con el que juegan para ir abriéndole camino hacia su verdad.
Estas siete familias cántabras, con su valentía y determinación, decidieron dar «una vida mejor» a sus pequeños. «Intentamos hacerles la vida agradable, como todos los padres, que crezcan y tengan nuevas oportunidades», sentencia Manuel. La incertidumbre propia del futuro (y más en los tiempos que corren) les «preocupa y ocupa».
Sin embargo, inculcan su fuerza a Tselot, Marcos, Diego, Julieta, Adisu Marcos, Abel, Abraham y Jon para que entiendan que, como dice un proverbio etíope, «cuando las telarañas se juntan, pueden atrapar un león».
Fuente: El Diario Montañés
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