La adopción no es un negocio; es un acto de generosidad

«Primero elaboramos el duelo por nuestra infertilidad; después, escribimos nuestras biografías, hicimos lecturas juntos, elaboramos álbumes fotográficos y nos sometimos a pruebas de personalidad. Nos gozamos el tema», recuerda Paula.

«Los especialistas del ICBF nos reunieron en familia para preguntarles a uno por uno, hasta a mis sobrinos de seis años, si estaban de acuerdo con nuestra decisión de adoptar», complementa él.

En esa reunión, no faltó la tía que dijera no estar segura de llegar a querer tanto a Érika como a los otros sobrinos, los biológicos.
«Ahora, todos los familiares están enamorados de ella; no hay ninguna diferencia en su trato».

La adopción es un cuento con final feliz. Esta definición sale de los labios de Claudia Vélez, una de las psicólogas de La Casita de Nicolás.
Y este concepto categórico riñe con la idea nefasta que por estos días circula en una parte de la sociedad colombiana, la que menos conocimientos tiene sobre el tema, a raíz del espacio televisivo de periodismo denominado Séptimo Día, en el cual, recientemente, satanizaron el asunto, haciéndolo ver como un negocio, cuando, en general, se trata de actos de afecto vigilados por el Estado y regidos por leyes.

«La adopción, en nuestro país, no tiene ningún costo», lo asegura Rubiela Grisales Aristizábal, psicóloga e integrante del Comité de Adopción en Antioquia del ICBF.

Y no solo es gratuito en el ente estatal: también lo es en La Casita de Nicolás y en María y el Niño, los dos centros de adopción particulares de nuestro departamento.

«La ley prohibe incluso que los adoptantes entreguen donaciones a los centros, antes, durante y después del proceso en el cual un niño o una niña encuentra a unos padres o una familia «, sostiene Pilar Gómez de Tamayo, la directora de La Casita de Nicolás.

Noten que dice: los niños encuentran a unos padres. Lo hace porque ella tiene claro que priman los derechos de los menores sobre los de los adultos, es decir, resulta más importante que ellos encuentren protección a que unos padres hallen a un hijo.

«El sostenimiento de La Casita de Nicolás cuesta unos 52 millones de pesos al mes -revela Pilar-. Se sostiene con aportes del ICBF, unos 37 millones de pesos, y el resto con donaciones de empresas».

Antes era más fácil

Pilar Gómez de Tamayo habla desde una experiencia de doble vía: la de directora del centro de adopción y la de madre adoptante. Es cofundadora de La Casita de Nicolás hace 34 años y madre unos cuantos más. Digamos de paso que en Colombia, la historia de la adopción por medio del ICBF comenzó hace 40 años.

Al principio, estos procesos no tenían tantos requisitos como hoy. Pilar y su esposo Raúl Tamayo, tenían intenciones de tener una hija del corazón, como ella les dice a las personas adoptadas. Recibieron una llamada telefónica de la Clínica Luz Castro de Gutiérrez, hoy Hospital General: «Acaba de nacer una niña y la mamá la dejó», les dijeron.

Eran las 7:30 de la mañana y al mediodía, tras la legalización efectuada por un abogado, los esposos estaban en casa con la recién nacida. La llamaron Norha. Dos años después adoptaron a otra recién nacida: Clemencia. Y casi diez años más tarde a un chico, quien ya murió.
Actualmente, Norha es diseñadora y se encarga de organizar las exposiciones artísticas permanentes de un hotel de El Poblado.

«La adopción es una bendición -dice Norha-. Es el mejor regalo que una madre puede darle a un hijo, cuando no tiene deseos o posibilidades de mantenerlo a su lado «.

En lugar de albergar algún sentimiento negativo por su madre biológica, tiene para ella palabras de gratitud, «porque lo más fácil hubiera sido el egoísmo».

Con estos pensamientos está de acuerdo María Camila Acosta Arango, estudiante de psicología de la Universidad Pontificia Bolivariana, también hija adoptiva. Por una parte, dice, «mi madre biológica, a quien no conocí, no optó por el aborto ni me dejó morir» y, por otra, «entendió que yo podía encontrar afecto fuera de su lado y mejores oportunidades».

Su mamá, la abogada Beatriz María Arango, considera que la pobreza no es un factor por el cual los padres biológicos entregan a los hijos en adopción. Suele dictar talleres a quienes pretenden ser padres adoptantes. En ellos, hace énfasis en que a estos no los puede mover un sentimiento de caridad, sino unos deseos sinceros de tener un hijo.

«Como abogada, he conocido casos de extranjeros, procedentes de países desarrollados, quienes argumentan el deseo de ayudarle a unos niños, especialmente por ser del tercer mundo. Les hago ver que si de verdad no hay un deseo de tener un hijo, bien pueden, más bien, aportar recursos a centros de protección, pues aquí se trata de seres humanos, que necesitan amor más que dinero».

Las normas colombianas, consagradas en la Ley de Infancia, de 2006, establecen que el ICBF y los centros particulares de adopción deben dar prioridad a los candidatos colombianos a ser padres.

Al extranjero

Es miércoles. Dos hombres llegan en la mañana a La Casita de Nicolás. Calzan gafas. Uno de ellos, está tomado del brazo de una mujer rubia con un embarazo notorio.

Minutos después habría de vérseles, sentados en la Sala de Juntas, leyendo dos expedientes de adopción, tras diligenciar un acta en el que explicaban por qué lo hacían.

Sus nombres: Jorge Javier y Jorge Gerardo. Protagonistas de esos dos expedientes.
Nacidos en Medellín el 22 de septiembre de 1980, los dos hombres, mellizos por demás, leen ante los ojos conmovidos de Pilar y de Celina García, esta también cofundadora de la institución.

«Seguramente, cargábamos parejo a este par de muchachos», comenta Celina, mientras ellos se enteran de algunas pocas cosas que no sabían: nacieron en el Hospital General de Medellín. Sus nombres originales eran Mauricio y Miguel. Mauricio nació dos minutos antes que Miguel. Pero ellos no saben cuál es el uno y cuál, el otro.

Dos fotografías instantáneas del expediente tomadas en ese tiempo, los muestra recién nacidos, en brazos de una persona adulta y vestidos con esos trajes de lana que suelen usar los bebés. Risueños al conocer esos pocos datos, los muchachos recorren La Casita para saludar a algunos de los 44 chicos que están en los programas de protección o de adopción y ver dormir a los más pequeños. No abandonan las instantáneas, que miran repetidamente.

No vinieron a Medellín a buscar a sus padres biológicos, aclaran. Quieren conocer, sí, la ciudad de donde son oriundos. En la cara se les ve que no cambiarían su suerte.

Adoptados por padres puertorriqueños cuando apenas tenían seis meses de nacidos, recibieron educación. Javier se dedicó al periodismo y lo ejerce en San Juan, como corresponsal de una agencia internacional de noticias; el otro, Gerardo, mostró su rebeldía, dice, cuando decidió viajar a Raleigh, Carolina del Norte, Estados Unidos, a estudiar toxicología.

Tenía 17 años. «Mientras mi mamá no me impulsaba tanto a salir de su lado, mi papá me decía: inténtalo», cuenta el toxicólogo.
No los quitan Otra de las ideas equivocadas que sembró ese espacio televisivo es la de que el ICBF les quita los niños a las madres, no más porque sí.

Pero esta institución solamente retira a los menores del lado de ellas cuando les vulneran sus derechos: los maltratan, abusan sexualmente de ellos, los ponen a trabajar o a mendigar, o en el caso en que ella tenga una adicción que la haga incapaz de criarlos adecuadamente.
Y, en el caso colombiano, la ley prefiere, antes de declarar adoptable a un menor, agotar las posibilidades de su cuidado en los integrantes de «su familia extensa: tíos, abuelos» y otros parientes mayores, señala Rubiela.

Indignados con los mensajes del espacio televisivo también están los esposos Natalia Echavarríay Jorge Franco, padres de una chiquilla de seis años, quien ha recibido estímulos de su parte para potenciar algunos talentos extraordinarios. Natalia dice: «el proceso de adopción es riguroso. En él, los padres consiguen aclarar dudas y mitos».

Él, conocido escritor, considera la llegada de la niña a su hogar una experiencia superior a la de sus logros profesionales. Cree que en el ICBF puede haber casos de corrupción y sus funcionarios pueden cometer errores, pero no es la regla.

Y en cuanto a la adopción, el autor de Santa suerte es contundente: «en este país, muchos hijos biológicos quisieran tener la suerte de muchos hijos adoptivos».

PREPARACIÓN PARA VENCER LOS MIEDOS

Hace unos seis años, Natalia Echavarría y Jorge Franco acudieron a La Casita de Nicolás. Aunque viven en Bogotá desde hace tiempos, como los dos son antioqueños, prefirieron hacerlo en Medellín.
«Yo nunca antes había pensado en la adopción como una alternativa. Fue después de algunos intentos infructuosos por quedar embarazada, que le dije a Jorge: ‘no nos vamos a quedar tratando’. Y estuvo de acuerdo. En la preparación, aprendimos, maduramos. Vencimos miedos, como el de pensar: ¿qué tal que la hija herede enfermedades'».

PASO A PASO SE LLEGA A LA ADOPCIÓN

Los niños llegan al ICBF o a centros de protección por dos caminos: la entrega voluntaria de la madre o el retiro de su lado por parte del ente estatal.
Quienes deseen adoptar a un menor deben ser mayores de 25 años y someterse a evaluaciones de idoneidad física, mental, social, moral, con psicólogos y defensores de menores.
Los candidatos a adoptantes deben asistir a capacitación con talleres y someterse a pruebas de idoneidad.

Fuente: El Colombiano

Si este artículo te parece interesante, compártelo.
Facebook Twitter Plusone Linkedin Pinterest