Adopciones de hermanos aumentan en los últimos siete años

Ellos buscan ahorrarse el cansancio emocional de los largos trámites y cumplir en un solo proceso lo que tomaría varios años: tener más de un hijo.

En Chile.

“¿HAN PENSADO en adoptar hermanos?”. José y Gladys habían llegado antes del mediodía de ese viernes 31 de marzo a las oficinas del Sename en Pedro de Valdivia. En teoría, iban a una entrevista informativa sobre el proceso de adopción que habían empezado. En su cabeza tenían ensayos de preguntas y respuestas “correctas” para pasar al siguiente nivel. Pero no había niños. Ni en imágenes ni menos en número. “¿Qué les parece si lo piensan?”, terminó de preguntarles la asistente social. José se descolocó con la pregunta. La idea de tres niños en la casa lo tomó por sorpresa. Su primera reacción fue tomarle la mano a Gladys. Después la miró: ella estaba emocionada. “En un proceso de este tipo uno siempre espera que le digan ‘sí, hay una guagua para ti’. Pero que te digan que hay tres…”. José y Gladys tenían que responder el lunes siguiente. Pero no se tomaron los tres días para pensarlo.

El sábado en la noche invitaron a sus papás, hermanos, primos y sobrinos a comer a su casa. No hubo anuncio sorpresa: bastó que uno supiera el motivo de la reunión para que se pasaran el dato. Así que llegaron directo a felicitarlos.

-Pero ¿cómo lo van a hacer? Yo tengo dos y estoy loca, les dijo una prima.

-Dame la oportunidad primero y después hablamos, le respondió José.

Si nadie te enseña a ser papá, imagínate aprender a ser papá de tres de un viaje, dice él. Es la misma idea que debe pasar por la mente de cada vez más padres que adoptan hermanos. Según cifras del Sename, si hace siete años 36 parejas adoptaron hermanos, para 2011 el número creció a 81. Una opción de gran parte de los matrimonios internacionales (62,3% de los procesos en 2005 y 50,0% en 2010) que ahora cada vez más chilenos considera (8,1% en 2005 y 15,1% en 2011). ¿Por qué? Porque la posibilidad cierta de una casa llena de niños los empuja a tomar la decisión. “Es lo que siempre estábamos buscando”, comenta José. Y, segundo, para evitar el desgaste de largos trámites. Raquel Morales, jefa del departamento de adopción del Sename, explica que estas parejas buscan cumplir en un solo proceso algo que tomaría varios años.

Ese es uno de los factores que primó en la decisión de Tirso (46) y Ana (37). Estaban en la tercera charla informativa cuando se toparon con una pareja que ya había adoptado una vez y que, en la búsqueda de un segundo hijo, partió el proceso de cero. A Tirso no se le olvidó esa pareja. Pensaba que los trámites son desgastantes. Agotadores emocionalmente. Y está presente la angustia de un posible rechazo. De hecho, supo de parejas que habían adoptado un niño y que luego de un par de años repetían el proceso sin éxito. “No queríamos pasar por eso”, dice.

Tirso también pensaba en la edad. Criar dos hijos se hacía más fácil a sus cuarenta y tantos que si dejaba pasar los años. Además, después de los 50 las puertas del Sename se hacen más angostas para salir airoso del proceso de adopción. Entonces, habló con Ana. Una tarde, sentados en el comedor de su casa de Villa Alemana llenando formularios, aprovechó el impulso. “Sería conveniente tomar la opción de adoptar dos altiro”, le dijo. Ella lo quedó mirando sorprendida. No se imaginó que le iba a plantear algo así. Esperó un rato y lanzó un par de preguntas: “¿No será mucho pedir? ¿Y si nos queda grande la responsabilidad?”. Tirso lo tenía más digerido. Entonces, la tranquilizó. “Lo vamos a hacer bien”, le dijo.

Mantenerlos juntos

Detrás de este novedoso impulso de adoptar hermanos también está el interés del Sename por mantener los lazos de los niños, explica Jessica Zabala, sicóloga de esa entidad. En el papel, Rebeca (3) y Joaquín (1), los hijos de Tirso y Ana, lo eran, pero no se conocían. Ella estuvo siempre en un hogar y él desde que nació, en un hospital. “Ellos aprendieron a ser hermanos en nuestra casa”, cuenta Tirso. Entonces, el trabajo comenzó de cero. La primera en llegar a su casa en Villa Alemana fue Rebeca, que durante una semana se acostumbró a su nueva rutina, su nueva casa y una noticia inesperada: tenía un hermano. “¿Un hermanito?”, repetía Rebeca. “Pensaba que era un amigo como los del hogar”, cuenta Tirso. Cuando fueron a buscar a Joaquín, el niño lloró mucho. Le costó un mes estar más tranquilo, recuerdan sus padres. No fue fácil, porque este nuevo habitante llegó a invadir la que, hasta ese momento, era sólo su pieza. Aparecieron los celos de hermana, que cedieron con el tiempo. Fue un inicio tenso, pero ellos estaban preparados. Después fue aprendiendo el rol de hermana mayor y le gustó. Joaquín estaba recién caminando y ella se convirtió en su sombra. Lo iba a ver cuando estaba durmiendo. A veces, lo tapaba. A Tirso le gusta lo que ve. “Estamos criando a dos niños de casi las mismas edades y que son hermanos. A nosotros nos ha servido mucho para sentirnos más familia con los niños en la casa. Si miro para atrás, creo que tomamos la decisión correcta”, dice.

El tiempo también se convirtió en un factor determinante para la decisión de Sorange y Boris. Ellos apostaron por esperar: querían tener una casa, salir de las deudas y crear el mejor escenario para la llegada de los hijos. Pero hasta la mejor planificación puede no entregar los resultados esperados. Los especialistas no entregaban noticias alentadoras sobre un embarazo. Entonces, se decidieron por la adopción.

Con el terremoto como excusa, el proceso también jugó con la ansiedad de Sorange y Boris. En ese ir y venir de reuniones, y sin saber si estaban en la lista de seleccionados, pensaron en la posibilidad de que fueran dos niños. Por eso, cuando les pusieron sobre la mesa la posibilidad, el sí salió como un grito guardado hacía años. “¿Están seguros? No es un llanto, son dos. Dos camas, platos, dos todo”. Las palabras de la asistente social rebotaban en las paredes: la decisión estaba tomada desde antes. “Es que no teníamos nada que pensar. Fueron tantos años esperando y ahora nos estaban dando una pareja”, cuenta Boris.

María Paz tenía tres años; Matías, uno y medio. Sorange lo agradeció por partida doble: al niño había que enseñarle a hablar, a sacarse los pañales, a comer y a decir mamá. Sorange trabaja en una distribuidora puertas afuera. Ya no. Con los hijos en la casa, tira líneas: “me costó tanto tenerlos que a mis hijos los crío yo”, dice.

La parcela

María Paz (3), José Tomás (2) y María Pía (1), los hijos de José y Gladys, pasaron del hogar de menores a vivir en una parcela con caballos y perros. “Les cambió el mundo”, cuenta José. Ahora, los niños corren por los seis mil metros cuadrados que su papá tiene para ellos. Juntos persiguen a los perros. Los perros los persiguen a ellos. Les dan pasto a los caballos. Sacan la linterna de noche para buscar a los conejos que se pasean por el jardín.

José ya tiene qué responderle a su prima.

Fuente: Diario La Tercera

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