«Alina y Mariana ya han vuelto a casa»

Hoy es un nuevo día en la familia sestaoarra de Mariana y Alina. Ya han pasado varios años desde que estas dos pequeñas ucranianas vinieran a España por primera vez para pasar el verano y alejarse de la radiación que aún está presente en el entorno de la tristemente conocida central nuclear de Chernobil. «Mariana no hablaba entonces apenas», comenta Joana, su ‘amatxu’ de la localidad de la Margen Izquierda, pero aquella tímida niña que arribó entonces ya no es la adolescente que estos días vive con Ángel y Joana. «No parece de Ucrania, es extrovertida y se adapta a todo tipo de situaciones», asegura la progenitora de acogida. Todo lo contrario que Alina, la ‘hija’ más reciente que el matrimonio ha traído a su hogar, que es «más tímida y retraída».

Hasta el verano pasado, Mariana dormía con su hermana mayor, que esta vez no ha podido dejar su país porque ha cumplido ya los 18 años (los mayores de edad quedan fuera de los programas solidarios que organizan varias asociaciones vizcaínas), en una de las habitaciones de la vivienda familiar y Beatriz, la hija del matrimonio, compartía la suya con Alina. «Unos días nos peleamos pero al día siguiente estamos jugando y divirtiéndonos juntas», asegura Bea. «La primera vez que las vio marchar fue muy duro para ella. Volvió de vacaciones a una casa vacía, después de estar tres meses compartiéndolo todo con otras tres niñas», explica su padre. A raíz de esto decidieron que la niña se tomaría unas ‘segundas vacaciones’ durante un breve tiempo tras la partida de las crías ucranianas, para no encontrarse de golpe con la cruda realidad.
A Mariana y Alina no les gusta madrugar, ya lo hacen durante todo el año en Ucrania. Pero hoy no es un día cualquiera. El alcalde de Sestao les ha recibido junto con el resto de niños ucranianos que han sido acogidos en el pueblo para celebrar con ellos su regreso a casa. Después de unas breves y emotivas palabras, se han reunido con sus compatriotas y han disfrutado de un ágape de lo más variado. «Es de agradecer que las instituciones valoren lo que hacemos, te anima a seguir con el proceso y a intentarlo a aquellos que aún no han vivido la experiencia», señala Ángel. Mañana viajarán a Burgos, y pasarán una velada muy especial con caballos. Para las dos jóvenes es la primera vez que viven esta experiencia y están muy emocionadas.
Muchos de estos niños llegaron a Bizkaia por primera vez con la boca «destrozada» -«venían con los dientes de leche todos podridos»-, afirma Joana. Hoy están más sanos. Lucen un «pelo precioso» y han dejado de sufrir hemorragias nasales. «La abuela de Alina no la reconoció al bajar del avión tras pasar el primer verano con nosotros. Volvió morena y con varios kilos en la maleta». Se les ve también más felices por los vínculos emocionales establecidos con sus familias adoptivas. «Ellas creían que mi nombre era ama y el de mi marido, aita», se ríe la madre, a la que se le hace un nudo en el corazón al pensar que dentro de mes y medio tendrá que separarse de nuevo de sus dos ‘hijas’.
Mariana vive a 30 kilómetros de Kiev, donde los efectos de la radiación no son tan perniciosos, pero la pequeña Alina es natural de Ivankiv, ciudad abandonada tras el desastre de Chernóbil, en 1986. «Está junto a la valla que separa la zona perjudicada, justo donde la Policía te indica que no puedes pasar», apunta Ángel. Casi veinticinco años después, miles de niños de Irpen e Ivankiv -las dos localidades más afectadas- siguen padeciendo las secuelas de la peor tragedia nuclear de la historia. Pese a no sufrir dolencias graves, tienen las defensas muy mermadas por la constante radiación a la que se ven sometidos.
Las vidas de estos menores han mejorado notablemente gracias a los veranos que pasan en cientos de hogares vizcaínos. «Salir de la zona contaminada dos meses al año les aporta gran vitalidad para pasar con menos enfermedades el duro invierno ucraniano», afirma Ángel, que ha viajado hasta allí en varias ocasiones. «Allí les hacen creer que viven a más de 100 kilómetros de Chernobil, cuando realmente residen a menos de 40. Así se les intenta transmitir una sensación absoluta de seguridad».
«Estuve llorando dos días»
«Las familias lo agradecen enormemente, las mandan a Sestao con un montón de regalos para nosotros», señala la abuela de las niñas. Su ‘amama de Sestao’ siempre las ha considerado como dos nietas más y las mira con mucho cariño. «El primer verano estuvimos llorando durante dos días después de su marcha. Ahora ya es más llevadero porque nos hemos mentalizado. Sabemos que son tres meses y que luego cada uno ha de volver a su vida cotidiana».
La crisis ha obligado a apretar los cinturones de muchas familias, pero Ángel y Joana no se han privado de este gasto -600 euros cada billete de avión- ni piensan hacerlo en el futuro. ¿La recompensa? «Que ellas sean felices, que disfruten de su estancia con nosotros y así puedan mejorar su calidad de vida». Frente a las voces de aquéllos que dicen no atreverse a dar el paso, por las dudas sobre la adaptación de los críos, ellos afirman que «la satisfacción personal es enorme. Hasta que no das el paso no eres consciente del cariño que ellas te pueden dar», añaden. «Para nosotros son como dos hijas más que ya han vuelto a casa. Llega un momento en que no sabes quién aporta más, si ellas o nosotros», afirma sonriente, mientras abraza a una de las pequeñas.
Fuente: El Correo Vizcaya
Si este artículo te parece interesante, compártelo.
Facebook Twitter Plusone Linkedin Pinterest