Los efectos duraderos del trauma

Nuestro viaje a la adopción empezó hace nueve años cuando trajimos a casa a una niña que tenía 18 meses. Desde entonces, hemos adoptado a tres niños más de China, cada vez un poco más mayores (con unas edades en el momento de la adopción de siete, diez, y doce años).

Y aunque algunos de nuestros hijos mayores han tenido problemas de adaptación importantes, nuestra hija, a la que adoptamos más pequeña, ha tenido muchos, muchos problemas relacionados con sus primeros 18 meses de vida.

Nació con una fisura labio-palatina que no había sido operada cuando la adoptamos. Con 18 meses, pesaba solo unos 8 kilos, tenía gran retraso en el desarrollo (parecía tener unos nueve meses de edad), su tono muscular era muy pobre, no sabía hacer la pinza, no podía llevarse la comida a la boca, ni sabia andar, ni sentarse recta… os podéis hacer una idea. Era de un orfanato «de los buenos», o eso pensábamos. El edificio era muy moderno y limpio, pero claro, un buen edificio no es sinónimo de contacto humano y atención dentro del mismo.

Nuestra hija es la cosa más dulce del mundo y nos quiere más que a nadie, pero todavía sigue siendo muy «asustadiza» con los desconocidos, y con cualquiera que diga la más mínima cosa negativa de ella. No llora apenas, de hecho, puedo contar con los dedos de una mano las veces que ha llorado de verdad. Incluso habiendo sido operada varias veces. Si nota que se le empiezan a llenar los ojos de lágrimas, enseguida se los frota y dice que le ha entrado algo. Nunca le ha gustado estar cerca de ningún bebe porque estos lloran. Estuvo yendo a una guardería una vez por semana, y «odiaba» a los niños de allí porque lloraban.

Cuanto más aprendo sobre el trauma, más segura estoy de que la razón de que mi hija sea así es porque nadie acudió a ella cuando lloraba de bebé en el orfanato, o nadie acudía de modo frecuente. Cuando la trajimos a casa, nunca lloraba o gritaba para avisar de que se había despertado. Se quedaba en la cuna jugando horas y horas sin hacer ningún ruido. «Qué niña tan buena» pensaba – ¡qué equivocada estaba!

Hace poco en una reunión para despedir a unos amigos muy queridos que se iban, hubo algunas personas que se pusieron a llorar. Cuando nos fuimos a casa en el coche, mis otros hijos estaban canturreando una canción en chino y de pronto escuché a mi hija decir detrás mío «Debería haber una ley que prohibiera hablar en chino y llorar». Mmmm….

Cuando llegamos a un sitio donde podíamos parar el coche, me volví a ella y le tomé la mano. Le pregunté «¿Crees que la razón por la que piensas que debería estar prohibido hablar en chino y llorar, tiene algo que ver con el hecho de que cuando eras pequeña y llorabas, y los demás bebés lloraban, la gente mayor alrededor tuyo hablaban en chino pero no venían a consolarte?» Ella se quedó callada durante un rato y después dijo que sí con la cabeza una vez. Después, los ojos se le llenaron de lágrimas… que por supuesto se limpió con la mano.

Me duele muchísimo mi hija, y todos los niños como ella, que cuando lloraron de tan pequeños nadie acudió a ellos. Hace diez años te habría dicho que no era posible que un bebé recordara esas cosas, y que su única necesidad especial era su fisura labio-palatina, que podía arreglarse fácilmente con una operación. Ahora sé que esto no es verdad. También sé que ella está curando porque ahora puede expresar estos sentimientos y ser más consciente de ellos. Sin embargo, siempre serán parte de ella y de cómo es ella.

Fuente: Blog de la Fundación Love Without Boundaries España

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