Cuando la cigüeña viene de Rusia

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El embarazo de José Luis Bernardino y Gemma García duró 10 años y les costó 6 ó 7 viajes a Rusia, ya ni lo recuerdan. El mal trago de tantos meses soñando con ser padres se lo ha borrado su hijo Ian, de 9 años.

“No hemos necesitado psicólogo, pero sí te aseguro que tenemos muchas más arrugas de tanto llorar”, dice ya entre risas su madre española. Lo cuentan para Rusia Hoy porque de alguna forma quieren dar un testimonio de lo importante que es la adopción y la cantidad de niños que hay en Rusia sin un entorno adecuado.

Se sienten en deuda con el país:“Nos ha dado la oportunidad de hacer de verdad algo grande, bueno y romántico en nuestras vidas, como es cuidar de nuestro pequeño”, señala su padre.

Según los datos del Comité de la Duma Estatal sobre política laboral y social, en 2011, 685 niños y niñas fueron adoptados por familias españolas. Sin embargo, a pesar de esta cifra, el número total está muy lejos de las 1.618 adopciones que se produjeron en 2004.

Dos años de espera

En cuanto a los tiempos, hay casos para todos los gustos. La historia de José Luis Bernardino y Gemma García es extrema. Ellos tuvieron la mala suerte de tramitar la adopción por medio de una Ecai (agencia intermediaria reconocida en ambos países) que desapareció y tuvieron que volver a empezar de nuevo con papeles, pruebas, entrevistas y apostillados de todo tipo de documentos con otra segunda organización que también dejó de operar.

Así se fueron sus primeros cuatro años de espera. Finalmente, y casi seis años más tarde, consiguieron dar sus apellidos al pequeño Ian. Adoptaron por libre, entonces se podía; ahora es obligatoria una intermediación. Lo hicieron gracias a los contactos que ya habían hecho. Hoy, después de una década, son una familia o “famelia”, como dice el pequeño Ian.

No obstante, si se va a la norma general, los tiempos de media para adoptar un niño ruso son de dos años, y suponen tres o cuatro viajes de los padres a los orfanatos y ciudades donde tendrá lugar el juicio.

No hay reglas fijas; cada caso es distinto, y prevalecen siempre los derechos del menor. También depende de la edad del pequeño: las listas de espera son menores para los niños y niñas de más edad; la mayoría de los adoptantes quieren bebés.

Lucía Pérez, de Gijón, fue madre en poco más de un año. No tuvo miedo en conocer a Elena, su hija, cuando la pequeña tenía 6 años. Los niños vienen con recuerdos del hospital y de su otra familia, y hay que explicarles. “En mi caso, me pareció que podía ser hasta más fácil (no tendría que cuidar de un bebé) y gratificante”. Pero no; no fue sencillo: Elena no hablaba, pero ya no español, ni siquiera ruso. “Al final no es tan grave, se resuelve todo con logopeda y mucho cariño, que es lo que quería”, dice su madre desde Asturias.

Su experiencia de este año y medio, desde que ya son una familia, es totalmente positiva. Y Elena ya habla castellano y está perfectamente integrada en el colegio. Lucía piensa que los tiempos de adopción deberían ser más cortos: “Pero sobre todo por los pequeños, que se dan cuenta de lo que pasa. Yo, a mi hija, con la ayuda de mi intérprete, le escribía cartas; y ella sabía de los viajes, de la espera, del juicio… Nosotros lo pasamos mal; pero ellos mucho más”, cuenta Lucía.

Sobre esfuerzos, gastos y viajes

José Luis Vicente sabe lo que es viajar a Rusia con la intención de adoptar un hijo. Él adoptó dos niñas. La primera con una Ecai y la segunda por libre. Su experiencia personal y su profesión de abogado, le impulsó a crear Aist (cigüeña en ruso), una de estas agencias para tramitar la adopción.

“Creo que una Ecai, para ser diferente, debe ofrecer más calidad; especialmente en el trato. Se pasa mucha angustia durante los meses o años del proceso y hay que saber dar ese apoyo”, apunta.

En su organización, todos los miembros de su equipo, tanto en Barcelona como en Madrid, han adoptado niños de Rusia. El abogado recuerda cómo el proceso y la espera se hacen cada vez más angustiosos, por lo que resulta muy importante la claridad y ofrecer la ayuda que necesita la familia adoptante, ya sea psicológica o logística.

En cuanto a los costes que supone traer un niño, es contundente. “Entre 32.000 y 35.000 euros en total. Y eso incluye el acompañamiento y ayuda en el proceso de idoneidad, las tarifas de la Ecai, los viajes, visado, dietas, certificados médicos, documentación…”

Sobre los rumores de dinero negro, Vicente señala que los pagos son directos y claros. Y así lo ven la mayoría de las familias que han vivido la experiencia. “Ahora está todo muy estructurado. Hay que pagar abogados, intérpretes, al personal allí, la homologación, los viajes, los hoteles…”, señala Marisa Sánchez, recién llegada de Rusia, donde ha viajado con su familia (marido y tres hijos adoptados en este país) a por su cuarta hija.

A la benjamina la han adoptado por medio de Aist y viene del mismo orfanato que sus dos hermanos mayores. En su caso, los trámites de su prole nunca han llevado más de un año.

La que fuera política Pilar Rahola, periodista y escritora, también adoptó en Rusia. Hace ya casi diez años. Lo hizo un tanto por compromiso, porque ella ya era madre biológica y madre adoptiva de un niño español. “Mi impresión era que adoptar en Rusia era un gran negocio. Pagabas un dinero indecente por los abogados, los hoteles, facturas raras en cuentas en Siberia… Nosotros, cuando vimos el orfanato les ofrecimos un camión de leche y la responsable del centro nos respondió que no lo necesitaba, pero nos pasó una lista con sus necesidades personales”, señala.

Afortunadamente, como señala José Luis Vicente, el crecimiento de la economía rusa implica que las condiciones de los orfanatos han mejorado mucho; como el número de niños dados en adopción, que como indican las cifras, ha bajado. Algún día, señala el responsable de la Ecai, no habrá niños que tengan que venir de allí.

Fuente: Rusia Hoy (20/03/2013)

 

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