Adopción de niños mayores

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Cientos de parejas ven en la adopción una posibilidad para concretar sus sueños de paternidad. Otras, quienes ya tienen hijos biológicos, piensan en adoptar como una forma de agradecer a la vida y poder compartir con niños menos favorecidos la posibilidad de tener una familia.

Sin embargo, y pese a la hermosa decisión que estas parejas aceptan, la gran mayoría de las adopciones se hace a niños pequeños: Bebés o infantes que atraviesan los primeros años de su vida, son quienes tienen las más altas posibilidades de conformar una familia.

La adopción de niños no tan pequeños o de adolescentes se concreta en un escaso porcentaje. Los miedos a enfrentar la situación son una de las principales trabas a la hora de decidir darles la opción de una familia a este grupo etario.

Las cargas sociales y los cuestionamientos respecto a sus costumbres, sus comportamientos ya arraigados o cuál es la carga emotiva que estos niños traen en su espalda, disipan las ganas de concretar un vínculo afectivo con ellos. De esta manera, son miles los pequeños que pasan su vida en hogares esperando por una familia que los acepte y quiera.

Adopción de púberes o adolescentes

Cuanto más tiempo lleven los niños internados en un hogar, más complicado se les hace pertenecer e interactuar con un entramado familiar. No obstante, mediante el acertado conocimiento de cómo lograr la vinculación y un adecuado asesoramiento psicológico para ambas partes, adoptar a un adolescente se convierte en una experiencia altamente satisfactoria.

Uno de los primeros prejuicios que deben caer, son los ideales paternos. Los padres, o los futuros padres, constantemente cargan de expectativas a los hijos –biológicos o adoptivos. Se depositan en ellos todo tipo de deseos paternos: quiero que sea buen estudiante, que tenga un carácter afable, que sea responsable u ordenado, son algunos de los epítetos  que escuchamos a la hora de hablar de lo que se espera de un hijo.

Frente a esto es importante separar el deseo de la realidad. Una cosa es “querer” que las situaciones o las personas sean de una manera determinada, y otra muy diferente es que estas personas se comporten según nuestras expectativas: experiencias de vida, rasgos de carácter y tipos de crianza, son algunos de los factores que hacen que todos los seres humanos seamos diferentes.

Teniendo claro ese punto, la paternidad resulta un acto de amor y aceptación. Aceptación por las formas diferentes que los hijos tienen para desenvolverse o reaccionar frente a tal o cual situación. Por ello, independiente de la edad del niñ@ que se decida adoptar, debemos tener en consideración sus diferencias, pero no únicamente por pertenecer a otro núcleo familiar, sino fundamentalmente por ser otra persona.

El hijo adoptado

Lo más importante a la hora de adoptar. Es que ese niño –que debido a su edad- conoce su condición de adoptado, sea aceptado por su nueva familia tal cual es. La educación y el amor que se le pueda entregar, ayudará a nutrir su alma, en la medida en qué se acepte y valore su condición.

El asumir desde el principio el hecho de ser una familia adoptiva para el niño, es un buen punto para partir. Si todos los miembros de la familia lo tienen claro, permite que tanto el niño como los padres desarrollen un concepto de familia, aprendan a ser familia. Una familia diferente a la de los demás en el sentido de que hay cosas que se perdieron de la vida de este hijo, pero fundada en el amor y en el deseo de construir un núcleo, un hogar, que es lo verdaderamente importante a la hora de ser padres.

En la adopción se ponen en juego partes importantes del psiquismo de las personas. Por parte del niño, el ser adoptado será una realidad permanente en su desarrollo. La forma en que los padres ayuden a tramitar este episodio marcará el tipo de valoraciones que le pueda dar a su nueva realidad.

Fuente: guioteca.com

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