Tolerancia a la Frustración

Del estupendo blog de «Reflexiones de una madre (triple) psicóloga«

Muchas veces escucho en mi consulta a padres exclamar «¡No queremos que nuestro hijo se frustre!». Lo dicen como si frustrar o permitir la frustración en un niño fuese hacerle un daño.
Hoy voy a intentar explicar porqué este concepto es errado y porqué debemos permitir y propiciar experiencias que, paulatinamente, ayuden a nuestros hijos a aprender a tolerar la frustración.
El mundo no es perfecto y lo que nos ocurre no es necesariamente lo que hubiésemos deseado. Lo sabemos quienes hemos recibido un diagnóstico de discapacidad acerca de un hijo, y también lo saben otros adultos: los que no han conseguido el empleo que querían, los que han tenido una desilusión amorosa, los que no pueden tomar vacaciones en el lugar que quisieran o simplemente no pueden tomarlas, los que han visto derrumbarse un proyecto que construyeron con ilusión, los que padecen alguna enfermedad o limitación física que les impide actuar con la libertad que desearían… En fin, ¿quién no ha vivido la experiencia de sentir frustración? Me atrevería a asegurar que nadie.
La diferencia entre unos y otros es el nivel de tolerancia que tenemos hacia ella. Hay veces que la frustración nos resulta poco tolerable (sí, a los adultos también nos ocurre) y tenemos reacciones catastrofales: nos deprimimos, nos desesperamos y perdemos nuestro centro.
Hay otras personas, sin embargo, que a pesar de sentir profunda frustración, tristeza o impotencia por una situación determinada, logran tolerarlo mejor. Tienen una entereza interna que les permite seguir luchando, seguir de pie y/o asumir que en ocasiones las cosas no resultan como queremos sin sentir que todo está perdido. Eso es tener tolerancia a la frustración. Eso es ser resiliente, es tener la capacidad para salir adelante a pesar de las situaciones adversas de la vida.
Si desde pequeños intentamos «acolcharle» la vida a nuestros hijos y evitarles cualquier pequeño dolor o frustración, ¿cómo aprenderán a manejarse frente a ella? Es necesario, nos guste o no, permitir que, paulatinamente, la frustración se transforme en parte del repertorio de experiencias a las que nuestros hijos acceden. Sólo así aprenderán a ser resilientes e irán probando su propia fortaleza para tolerar y enfrentar las dificultades.
OJO: Con esto NO me refiero a:
  • La retirada del amor. Condicionar el amor de un hijo es algo que lo inseguriza y que jamás debe ocurrir. Frustrar no significa hacerle sentir que lo querrás menos si no cumple con ciertas expectativas.
  • La insatisfacción de necesidades básicas. A veces lo padres creen que para enseñarle a un hijo a tolerar la frustración deben quitarle o restringir el acceso del niño a la satisfacción de sus necesidades básicas. Los derechos de un niño siempre deben ser respetados.
  • La angustiante experiencia de ser continuamente amenazado. «Si haces eso te quitaré aquello», «Si no me obedeces, no te llevaré a tal lugar». Esto es muy tentador. Me atrevería a decir que casi todos los padres lo hemos hecho alguna vez, sin embargo, no produce más que sensación de injusticia en la medida en que se trata de manipulación pura.
Permitir que el hijo se frustre consiste en enseñarle, acompañarlo y motivarlo a aprender a esperar (por ejemplo, para recibir su comida mientras ésta se está calentando), mostrarle que no todos los juguetes u objetos pueden ser suyos (no evitar pasar por el sector de juguetes de una tienda. Permitirle la experiencia de soñar con tener algo sin necesariamente obtenerlo de inmediato), hacerle ver que el esfuerzo personal es una buena forma de obtener logros y cumplir sueños (ayudar en los preparativos para disfrutar de una entretenida fiesta, ahorrar para comprar un juguete), hacerle ver que no todos a su alrededor tienen o logran lo que desean de forma instantánea, y aún así pueden ser muy felices, etc, etc.
Enseñar tolerancia a la frustración es un proceso lento, que comienza pasados los primeros meses de vida. En un principio el bebé no es capaz de tolerar la frustración y requiere de la satisfacción inmediata de sus necesidades básicas. Es un proceso difícil, tanto para los cuidadores como para el menor. Y lo más paradójico de todo es que pone a prueba nuestra propia tolerancia a la frustración. Porque… ¿A quién no le frustra ver a su hijo frustrado?.
Pero si queremos que nuestros niños aprendan a sobreponerse, a levantarse luego de una caída, a confiar en sus recursos personales y en lo que el mundo les puede entregar, no hay otra que acompañarlos en este proceso. Se aprende a ser fuerte siéndolo. Y para eso estamos madres y padres: para contener y acompañar el difícil proceso de asumir que no todo es cómo quisiéramos y que la felicidad no depende de la satisfacción automática de nuestros deseos, sino de nuestra capacidad para mirar la vida con positivismo y vivirla como se nos presenta: con todo lo bueno y lo malo que nos regala.
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