Adopción: padres prefieren niños de hasta 2 años y 20% se va al extranjero

Paola y Benjamín son dos hermanos a los que la mala fortuna del abandono golpeó siendo muy pequeños. Con sólo 1 y 3 años de edad, respectivamente, debieron ser ingresados a un hogar de menores de Chillán Viejo, tras demostrar que su familia nuclear estaba incapacitada para cuidarlos y sin antecedentes de algún familiar cercano que pudiera acogerlos.

Por aproximadamente dos años, la residencia Teresa Toda se convirtió en la única salvación y hogar de estos niños, a la espera de que alguna familia se interesara en adoptarlos y con menores posibilidades de lograrlo conforme iban creciendo.

Sin embargo, las malas experiencias del pasado se vieron compensadas con un radical cambio de vida que les trajo la adopción por parte de una familia proveniente de San Pedro de Atacama, de buen nivel socioeconómico, que decidió acogerlos a ambos para entregarles el cariño y cuidados que antes no tuvieron.

Gracias a la elección de este matrimonio que, teniendo hijos ya crecidos, optaron por regalarles a estos niños la oportunidad de volver a tener una familia, ahora ellos, de 7 y 9 años, gozan de una perspectiva de vida distinta e, incluso, muy superior, con posibilidades de estudiar, de vacacionar, de salir al extranjero, entre otras opciones.  Si bien ocurre algo similar con gran parte de las adopciones, este caso sale de lo común, primero, debido a que estos hermanos tuvieron la oportunidad de poder permanecer juntos y, segundo, por la edad de adopción de los niños, tomando en cuenta que el promedio en edad adoptiva en Chile no excede los dos años.

Secuelas de este abandono

Según explica la psicóloga de la Universidad de Concepción, Glenda Chacón, “las consecuencias en los niños son de diverso tipo, y abarca todos los niveles de su desarrollo. Presentan deficiencias en su aprendizaje, puesto que las alteraciones emocionales bloquean el funcionamiento cognitivo, lo cual les limita en su desarrollo intelectual”.

A su vez, continúa la especialista, “las secuelas emocionales derivan en consecuencias a corto plazo, como depresión, lo cual se manifiesta en trastornos conductuales, conducta disruptiva, problemas con la autoridad y los marcos normativos, a mediano plazo deserción del sistema escolar, vulnerabilidad social y a largo plazo drogo dependencias, conductas delictuales y trastornos mentales de tipo ansioso depresivo u otros ya en la adultez”. Para evitar estos efectos sobre los menores, las instituciones como el Sename -única entidad facultada para realizar procesos de adopción en la Región del Bío Bío- centran sus esfuerzos en llevar a cabo un trabajo psicosocial tanto con el menor, como con la familia que lo adopta, con el fin de rehabilitar al pequeño, especialmente cuando este ha sufrido algún tipo de maltrato o abuso, y de guiar a sus nuevos padres en el manejo que deben tener con el menor.

La realidad de Ñuble

En el ámbito local, cada año hay cerca de 55 familias a la espera de recibir un niño en adopción. No obstante, según explica la encargada del proceso de adopción a nivel regional, Ximena Arriagada, el número de familias, así como el de niños en espera, está en constante variación debido a que los listados van corriendo en forma dinámica. Respecto a los niños ya declarados como susceptibles de adoptar, en el caso de los menores de seis meses, generalmente la adopción se produce de forma casi inmediata, puesto que entre las familias chilenas los lactantes son los más solicitados.

Así, según las estadísticas que aporta el Sename, las familias chilenas tienden a adoptar niños menores de 2 años. Sin embargo, en  el último tiempo se han abierto más a adoptar niños mayores, de hasta 4 años. En este sentido, asegura Arriagada, cuando los niños están en un rango de edad de entre los 6, 7 a 8 años “es muy difícil encontrarle una familia en nuestro país, entonces la ley permite adopciones por matrimonios extranjeros y ellos son los que generalmente postulan a un niño sobre los 5 años”. A nivel local, el 20% de los niños se va al extranjero, principalmente Italia.

A diferencia del resto del país, Ñuble, en sectores rurales, es una de las provincias donde mayor índice de cesiones voluntarias hay, por ello el Sename tiene en la ciudad una casa de acogida especial para estos casos.

¿Cómo operan los procesos?

Cuando un menor ingresa a alguna residencia del Sename, cualquiera sea la razón de su llegada -adopción voluntaria, abandono, violencia, abusos-, además de comenzar a trabajar con el menor en torno a su recuperación, inmediatamente la unidad de acción realiza una evaluación a los niños que puedan ser susceptibles de adopción. El grupo califica el nivel de adaptabilidad del menor, donde hay equipos psicosociales que evalúan caso a caso.

Lo primero es tratar de que el niño regrese con su familia nuclear, sin embargo, si esto no es posible porque no hay un familiar capacitado o por problemas serios en la familia para recibir a ese niño, se inicia un proceso de juicio en el Tribunal de Familia para calificar la susceptibilidad del menor de ser adoptado por otro núcleo. En forma paralela, el Sename recibe las postulaciones de aquellas familias que desean adoptar un menor y se realiza la selección de estos interesados de acuerdo a los criterios de la entidad.

Según indica la institución, “lo primordial es devolverle a cada niño su derecho a tener una familia”, pero si esa familia no es capaz de recibirlo y se agotan los recursos con algún familiar cercano, el niño pasa a ser declarado en abandono e inicia el proceso de adopción, que puede durar de entre 7 a 8 meses o de uno a dos años, dependiendo, primero, de la rapidez con que las familias reúnan la documentación requerida y, segundo, por la edad del niño a la cual ellos van a postular.

Beatriz: “Agradezco a mis padres adoptivos y a mi mamá biológica”

Beatriz Peña Segura es una joven de 22 años, estudiante de Pedagogía en la Universidad del Bío-Bío en Chillán, que a los ocho días de haber nacido su madre biológica decidió entregarla en adopción como cesión voluntaria, debido a que su situación económica y emocional le impedía cuidar de su pequeña hija.

Según cuenta la propia Beatriz, “todo se dio gracias a mi madrina,  que era asistente social en San Ignacio, ella conocía a mi mamá en ese tiempo y se acordó de que mis papás no podían tener hijos y comenzó a ayudarlos para hacer los trámites de adopción. Después de cuatro años salió la adopción, pero yo todo ese tiempo viví con mis papás adoptivos. A los ocho días de nacida yo ya vivía con mis papás adoptivos”.

A pesar de que ella misma señala que su vida cambió para mejor tras la adopción, la relación con sus padres adoptivos no estuvo exenta de problemas. Así, a los 12 años y tras una fuerte discusión con su padre adoptivo, Beatriz conoció su realidad.

“A los 12 años me enteré que era adoptada, por medio de mi papá que me lo dijo en una pelea conmigo. Después de eso, y como mis papás nunca se acercaron a hablar conmigo sobre el tema, fui con una tía por parte de madre que me contó toda la verdad y me dijo lo que había pasado. Después de mucho tiempo, unos dos meses después, mis papás se acercaron a hablar conmigo y me dijeron que me habían adoptado porque mi mamá no podía tener hijos”, explicó la joven.

En ese entonces, y luego de dejar las cosas claras, el padre de Beatriz le ofreció buscar a su mamá biológica, sin embargo, ella rechazó la idea. “Yo en ese momento no tenía intención de buscarla. Sin embargo, hace un año atrás intenté buscarla y la conocí a través de investigaciones en fotos solamente. Lo último que sé es que está en Rengo, que se casó y que tiene tres hijos que viven con ella, pero yo la verdad no quiero conocerla, si tuve el interés de buscarla fue porque pensé que me puedo morir o se puede morir ella y me voy a quedar con la curiosidad de no haberla conocido”.

En su vida, a pesar de los problemas que Beatriz asume haber tenido con sus padres adoptivos y que todavía arrastra, ella asegura estar agradecida con lo que le tocó vivir, especialmente en su infancia. “Mi niñez fue bastante buena, yo creo que mejores papás no pude tener y yo eso se lo agradezco a mi madre biológica, por haberme entregado a una familia así”, sostiene.

No obstante, relata que fue durante su adolescencia que la relación con su familia se alteró debido, principalmente a las presiones de su madre. “Durante mi adolescencia se complicó todo, ahí tuve más problemas con mi mamá, porque ella sentía que lo que había hecho por mí, yo se lo tenía que responder quedándome toda la vida con ella. Entonces, cuando ella vio que yo empecé a pololear y el pololeo era serio, ahí ella tomó un poco más de miedo de que yo me fuera de su lado”.

Con el tiempo, la relación entre ella y su madre se volvió más lejana, producto de su relación de pareja y principalmente a causa de los estudios que sigue Beatriz, que le dejan poco tiempo para visitar a su familia, pero “siempre que voy a verla ella me dice que pensaba que iba a estar toda la vida con ella. Ahora vivo con mi pareja, ya no vivo cerca de ella, quizás tampoco vivo tan lejos, pero la comunicación no es tan cercana como era antes, ahora la veo cada 15 días aproximadamente”.

Como corolario, Beatriz se impone una manera bastante positiva de ver la vida, haciendo a un lado los problemas que la han marcado desde pequeña y destacando por sobre todo las virtudes, tanto de sus padres adoptivos, como de su madre biológica. “Yo soy del pensamiento de que los hijos siempre van a estar mejor con su madre, pero creo que la adopción es la expresión más grande que puede haber, porque mi mamá decidió dejarme, pero por darme algo mejor y así yo llegué a otra familia a entregar amor”.

Fuente: Diario La Discusión

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