Entrevista a Montserrat Juvanteny, que ha creado y dirige tres centros de acogida para niños

Siendo una joven maestra una niña le pegó. «¡Devuélvesela!», decían las otras  maestras, pero ella decidió darle un beso. «La niña se echó a llorar; sus ojos  de sorpresa me han acompañado toda la vida. Si quieres ganarte a un niño  sorpréndele, y cuando haga algo malo o bueno pídele que mire en su interior y  pregúntale cómo se siente». Desde entonces ha creado y dirige la Fundació  Concepció Juvanteny para la defensa del niño y tres centros de acogida. Pero su  prioridad es que esos niños encuentren un hogar: «200 ya lo han conseguido y  estoy orgullosísima de mis familias». Lo suyo no es un trabajo, es una opción de  vida. Sus nueve niños acogidos ya son mayores: todos han salido adelante.

¿Maestra en el barrio chino?

Sí, con 20 años. Un día me llama  mi padre para decirme que se habían llevado un niño a Wad-Ras (cuando era centro  de menores) por robar una manzana. «Sus padres son alcohólicos y no le dan de  comer. Ve a verlo».

¿Y a su padre qué más le  daba?

Éramos 14 hermanos y durante años fue alcalde de Joanetes. Se ocupaba de la gente.

¿Qué ocurrió en Wad-Ras?

Me  recibió el director con una pistola en el cinto y eso me bloqueó, porque sé que donde ha habido agresividad has de poner amor y no más agresividad aunque sea legalizada.

¿Se llevó el niño a su casa?

Sí. El  cambio que dio me pareció un milagro y decidí actuar. A mi negocio de colonias  de verano fui añadiendo niños de centros de protección hasta que decidí  crear una entidad para acogerlos: Asteroide B 612.

El planeta del  Principito.

Pero mi mayor interés siempre ha sido conseguirles un  hogar. Por muy buenos educadores, psicólogos y maestros que tengas, hay un  abismo con los que se crían en un hogar.

Desde entonces busca  familias.

Sí, ¡y hay tantas familias generosas en Catalunya…! Creé  la fundación porque prefiero depender de entidades particulares que de  gobiernos, sentirme más libre de decir todo lo que pienso y poder defender los  derechos de los niños cuando no son respetados.

¿Qué significa  eso?

Tras la Guerra Civil lo que primaba era que los niños  sobrevivieran, pero a partir de los años setenta comprendimos que lo importante  era la calidad de vida y que esta la otorga una buena emocionalidad, y es ahí  donde considero que los políticos no han  incidido.

Un niño que vive en un centro no puede  recibir la estabilidad y seguridad que necesita. Por razones laborales tiene un  educador de mañana, otro de tarde y otros de fin de semana: ¿con quién se  vincula? Por eso, poder atender a los niños en familias es infinitamente mejor  que la atención en centros.

Usted tiene tres  centros.

El niño que en su casa ha tenido un modelo negativo de  familia lo más probable es que lo reproduzca por mucho que se le aparte de la  familia y se le lleve a un centro, porque allí no se le puede mostrar otro  modelo.

Entonces, ¿por qué es tan complicado acoger a un  niño?

En mis centros no es complicado. Yo siempre les digo a mis  educadores: «Vosotros sois una muleta de la familia, no sus  jueces».

Lo habitual es que los asistentes  sociales…

… Lo sé, que te juzguen cuando a veces no tienen ni  hijos. El acento se ha de poner en la familia de acogida. Cuando yo empecé  decían que era poco profesional porque hablaba de «mis niños», me vinculaba a  ellos. Y yo les contestaba: «Es que no quiero ser profesional, quiero ser  madre».

Es usted fuerte.

Me trajeron un niño de 16  años que había recorrido todos los centros de Madrid y de Catalunya, nadie podía  con él. Este niño, que ahora tiene 39 años, un día me dijo: «Mi vieja, ¿te puedo  pedir un regalo y me prometes que no te reirás de mí?».

¿Qué le  pidió?

Un biberón para tomarse su leche por la mañana y por la  noche. «Qué manera tan bonita de decirte ‘aquí me hubiera gustado nacer'», me  dijo el psicólogo. Hay que poner el acento en la parte emocional del  niño.

Da miedo acoger por la inevitable interacción con la  familia biológica.

La familia biológica no tiene por qué conocer a  la familia de acogida, somos nosotros los que nos encargamos de las visitas. Y  es necesario que desaparezca esa imagen de «te quitamos a tu  hijo».

Un sentimiento difícil de cambiar.

Hay que  explicar las cosas, decirle a la madre que ella no puede en ese momento cuidar  de su hijo y que el día de mañana ese niño le devolverá con creces ese acto de  amor de permitirle que se forme emocionalmente con una familia  estable.

Te encariñas con una criatura que has de devolver a sus  padres biológicos.

Hoy la ley tiene en cuenta la opinión del niño a  partir de los 6 años. Pero ha tocado un tema importante: no podemos cambiar cada  cuatro años de política de infancia, hay que buscar una persona con una gran  calidad humana y gran formación, con hijos, y que se quede ahí durante muchos  años.

Y que tenga un consejo de abuelas.

Estoy de  acuerdo. Los niños tutelados tienen la vida en blanco y negro, el blanco de la  inocencia y el negro del miedo, quién mejor puede poner color a sus vidas que un  papá y una mamá o dos papás o dos mamás o uno solo, qué más da, pero que les den  la fiesta de cumpleaños y su presencia en la obra de teatro del colegio…, su  amor.

Entiendo.

No es sencillo atender a niños que  llegan con unos hábitos ya no diremos malos pero sí diferentes. Reconducir todo  esto sólo pueden hacerlo personas con una gran capacidad de solidaridad y de  amor. Cuando yo empecé me llamaban «la iluminada».

Siempre hay  agoreros.

«Este niño te ha salido bien porque tú tienes un don», me  decían. No es cierto. A todos les parecía imposible que estudiaran una carrera,  pero el hábito del estudio se aprende, y todos mis hijos la han estudiado.

Fuente: La Vanguardia

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