Psicoeducación para familias adoptivas y acogedoras: sintonizar emocionalmente con nuestro niño (II)

La segunda parte de este interesante tema planteado por el psicólogo José Luis Gonzalo en su blog Buenos Tratos.

Tras el paréntesis de la semana pasada (conviene variar el menú de temas de vez en cuando, aunque éste de la psicoeducación para familias adoptivas y acogedoras os está resultando de interés y utilidad, a tenor del número de visitas que están teniendo estas entradas, muy elevadas. Algo de lo que me alegro. Podéis haceros todo un curso para familias adoptivas mediante toda esta serie de posts que nos esperan a lo largo de este curso. Todo está a libre disposición de quien quiera utilizarlo. Lo único que le pido es que cite la fuente), retomamos el tema de la sintonización emocional con el niño adoptado/acogido.
 
Decíamos que el trauma desafía a la sintonización y que, en efecto, los niños traumatizados por la violencia o el abandono pueden reaccionar a estímulos del presente (aparentemente normales) que actúan como reviviscencias del pasado pues fueron experiencias que les sobrepasaron emocionalmente al poner en riesgo su seguridad e integridad personales (fueron una amenaza) A estos sucesos les llamamos “disparadores” («triggers», en inglés) Un “trigger” puede ser una expresión facial que al niño le recuerda a un abusador del pasado; o un determinado olor que le recuerda (aunque no sea consciente del mismo, éste opera en la memoria emocional) el día que, por ejemplo, su padre se suicidó de un disparo en la cabeza. Los “disparadores” o “triggers” pueden ser también el sentir hambre, el miedo o estar demasiado activado; o una combinación de varios. Todo ello puede hacer que el niño se sienta vulnerable. Como veis, los “triggers” le evocan siempre al niño una experiencia del pasado que puede guardar similitudes con la del disparador actual. Reactivan el recuerdo de una situación que fue amenazante, por lo tanto reactivan el trauma. Y si el niño responde de una manera desadaptativa (que nos asusta a nosotros como cuidadores), ello nos puede dar una idea de que lo que el niño vivió tuvo que ser terrible. De hecho, fue (y sigue siendo)  dolorosísimo y sobrecargante para la mente en desarrollo de un menor saber (e incluso presenciar) que tu padre (por ejemplo) se suicidó de un disparo en la cabeza.
 
“Disparadores” más comunes para los niños que han experimentado trauma
 
Uno de los aspectos que más consternan a los adultos es comprobar cómo un estímulo en apariencia normal (incluso inofensivo y hasta bienintencionado) provoca una reacción en el niño desproporcionada, bien en forma de agresión o de desconexión de los otros. Con los niños que han vivido situaciones prolongadas de trauma relacional (abandono y maltrato) hemos de tener muy presente esto y evitar a todas luces pensar que el niño es malo o desobediente. Lo que le ocurre a éste es que el pasado traumático se ha inmiscuido en el presente. Por ejemplo, la responsable de un comedor escolar que anima al niño a comer pescado. El niño (muy avanzado ya por el tiempo que lleva en terapia) le dice que no le gusta el pescado, que lo odia (este niño no sabe por qué le pasa esto, no puede recordar; pero sí sabemos que estuvo en un orfanato donde los castigos físicos eran muy habituales, además de muy crueles. A buen seguro, algo terrible le pasaría en relación con el pescado que su mente emocional recuerda pero su mente episódica no) La responsable insiste, le da argumentos por los cuales es necesario comer de todo, que pruebe sólo un poquito… El niño le vuelve a decir que no, que no puede. Vuelve a insistir y… el chico tira todos los platos de la mesa, los vasos, grita y trata de agredir a la señora, todo muy rápido… Tienen que venir dos o tres personas a sujetar al niño que afortunadamente, se calma bastante rápido (pues está avanzado en terapia y es capaz de recuperar un estado emocional sereno más rápido y situarse en el presente de una manera también más rápida) La responsable del comedor sale asustadísima diciéndose para sí: “Ese niño es un diablo” Comprendo que esté asustada porque cuando los niños reaccionan así verdaderamente nos generan mucho miedo e incomprensión. Su energía es casi telúrica, la propia de quien tuvo que sobrevivir a base de mucho sufrimiento y de soportar muchas emociones dolorosas que se apartaron… Pero lo que nadie le ha dicho a esta señora es qué es el trauma, cómo opera y qué disparadores pueden propiciarlo. El niño tiene sus buenas razones para no comer pescado, aunque no las recuerde. Fue hablar con la responsable del comedor y ya no ha vuelto a ocurrir más. Por cierto, este niño come pescado ahora sin problemas después de haberlo abordado en terapia. Pero lo comió cuando él quiso o se sintió preparado.
 
Los “triggers”  más comunes en los niños, nos dicen Blaustein y Kinniburgh, son los siguientes:

1 . Impredecibilidad o cambios repentinos.

El día a día de las familias está cargado de imprevistos o situaciones que suponen cambios de planes sencillamente porque no podemos organizarlo todo o porque suceden. Estos cambios repentinos pueden hacer que el niño sienta vulnerabilidad ante lo que va a suceder. No controla. O la rapidez, nerviosismo o cierto remango o determinación con la que ejecutamos los cambios pueden alterar al menor. Por ello, todo lo que podamos prever, mejor. Y las explicaciones que les podamos dar por adelantado sobre lo que va a ocurrir, para que el niño pueda anticipar, harán que aumente su sensación de control y su seguridad. Esto es también muy importante en el ámbito escolar. 2. Sentirse vulnerable.

3. Sentirse rechazado.
 
Las experiencias de rechazo actuales actúan como potentes disparadores de precisamente emociones (angustia, miedo, sentimientos depresivos…) que el niño vivió durante el periodo de abandono, esto es, reviven una experiencia pasada muy dolorosa que le es muy familiar al niño. Cuando el abandono fue muy prolongado en el tiempo y el niño no tuvo ningún adulto que le estimulara (sólo el techo blanco de un orfanato donde el menor pasó largas horas tumbado sin ver una cara humana donde reflejarse) ni acogiera y contuviera las emociones que se generaban, al final al niño, tras una fase de protesta, lo único que le pudo quedar fue disociarse y quedarse como congelado. O autoestimularse (¡cuántos niños, al llegar de los orfanatos, tuvieron un periodo largo de balanceo autoestimulatorio o de conductas estereotipadas como abrir o cerrar cajones propias de trastornos del espectro autista, pero que luego desaparecen con los cuidados y el contacto social!) Tal era el caso de una niña que tuve hace unos años. Había vivido en un orfanato de muy baja calidad donde el abandono sufrido fue muy severo durante seis largos años. Un auténtico desierto emocional, seis durísimos años para una mente y un ser humano en desarrollo en el periodo más sensible e importante de la vida humana para la constitución y organización cerebral.
Cuando esta niña (de diez años, pero parecía funcionar más acorde con una edad de cinco a nivel madurativo) cometió una serie de errores en clase de educación física (colocó mal unos pivotes que iban a utilizar para hacer una carrera), negó los mismos ante el profesor que la interpeló delante de todos los compañeros. Éstos comentaron que era cierto lo que el profesor decía, todos al unísono, diciéndole a la niña que lo había hecho mal, con ciertas risas y burlas. De repente, la niña se quedó sin hablar, con la mirada perdida en el vacío, sin decir nada ante las peguntas del profesor sobre por qué no había colocado los pivotes como él le había indicado. Después, a la salida, la niña, aún desorientada y no situada del todo en el presente, se equivocó de autobús para ir a su casa… Es un ejemplo de un «disparador» del presente relacionado con el abandono que reactiva  respuestas disociativas pero en el extremo de la hipoactivación (el otro extremo es el de la hiperactivación, niños que responden con agresividad, por ejemplo)  Afortunadamente, ha mejorado, y estas reacciones (según se han ido procesando cerebralmente) han desaparecido, y la niña ya ha superado esa fase de congelamiento emocional. Hemos de cuidar mucho estas situaciones escolares, pues lo que puede resultar fácil para un niño, puede que para otro no lo sea.
 
4. Confrontación
 
El afear las conductas negativas que estos niños pueden cometer es algo que debe hacerse con precaución. Normalmente, son niños cuya ventana de tolerancia (ya explicamos este concepto en otras entradas, podéis acudir a la etiqueta de “trauma” para una revisión) a las emociones puede sobrepasarse y entrar en una hiperactivación que genera conductas que normalmente transgreden los límites de los demás. Lo que suele hacer el adulto es confrontarles, tanto los padres o familias adoptivas como los profesores: “¿Ves lo que has hecho? ¡¡Cómo se te ocurre tirarle arena al dibujo de tu compañero o de tu hermano. Castigado sin ver la tele, hoy, hombre, que ya me tienes harto!!” – Decimos los adultos, humanamente cansados muchas veces.
 
Si la confrontación conlleva el enfado lógico (aunque nunca debe ser desproporcionado, hemos de gestionar nuestras emociones, esto es vital con estos niños) en forma de reproche o simplemente de que el niño se “de cuenta” de lo que ha hecho, y no cuidamos la expresión de nuestro rostro, ni el tono de voz, ni nuestros ademanes… podemos precipitar una reacción de descontrol emocional en el niño porque el recuerdo de un castigo físico o un abuso de un adulto del pasado puede aparecer en su mente en forma de emociones que se desatan como una catarata… Os he contado ya lo que a mí me pasó en consulta con un niño que pegó mocos en la pared mientras esperaba en la sala de espera. Yo sólo le dije: “¡Pero qué has hecho!”, con el tono de voz un tanto elevado, pero sin gritar, y lo más seguro con mi cara que reflejaba cierto enfado. Me insultó y se encerró en el baño del cual me costó largo rato sacarle. Ahora ya no me pasa porque sé cómo tengo que actuar para no precipitar estas reacciones.
Hay que cuidar mucho la manera en la que confrontamos a estos niños. La empatía es el camino siempre (lo primero, sintonizar y conectar con su estado emocional, eso es lo más importante; luego ya se impartirá la disciplina) En el caso del menor de mi consulta, debí haberme dirigido a él poniéndome en cuclillas, mirándole a la cara y con suavidad y gesto tranquilo haberle dicho: “Seguro que te aburrías y te sentías nervioso por esperar en la sala. Es normal. He tardado mucho. Y al ponerte nervioso has empezado a tocarte en la nariz. Bueno, perdona por haber tardado. Pero otro día, si ves que tardo mucho, me tocas en la puerta” Y si el niño está calmado (si no, un poco más tarde) se le añade: “Esto no se debe hacer porque mancha. Vamos a limpiarlo juntos, tú lo limpias y yo te acompaño y te ayudo a hacerlo”

5. Otros «disparadores»
 
Otros «disparadores» son la soledad; una estimulación demasiado excitante en el ambiente (por ejemplo, muchos descontroles de los niños sobrevienen en los comedores escolares, llenos de bullicio por el trajín de servir a tanto niño, los gritos…) e incluso la intimidad (la seguridad y el amor) ¿Por qué? Puede que en el pasado el cuidador primario del niño cambiara bruscamente de estado de mente y pasara de amar y besar al niño con cariño a gritarle y agredirle desproporcionadamente por una tontería… La intimidad puede ser un predictor en estos niños de que cuando algo se torna muy cercano puede sucederse una amenaza o un peligro para la integridad personal y la autoestima. Es por ello por lo que muchas veces las familias no entienden por qué los niños no responden al cariño y el amor. Sí lo pueden llegar a conseguir, pero deben de trabajar una seguridad ganada, como dijimos en otro post, que vaya desconfirmando de su mente las experiencias pasadas. A veces, al principio, con los niños muy dañados, más que apelar al sistema de apego es mejor hacerlo al sistema de colaboración. Ganarnos su colaboración.
 
Blog Buenos Tratos
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