La no-permanencia de las cosas para un niño adoptado

Todos los seres humanos prevén el futuro a partir de la realidad de su pasado. Por ejemplo un hombre o una mujer que se han equivocado en numerosos enamoramientos tendrán mucha dificultad para creer en el amor y en el compromiso sincero. Una persona mayor, que vivió
la gran depresión de los años 30, guardará siempre una parte del dinero debajo de su colchón antes de depositar su dinero en el banco, etc.

En el momento de su adopción, el niño ha vivido al menos en dos lugares (a veces en muchos más): con su madre biológica y a continuación en su medio sustituto.

En su corta vida, se habituó al menos a ser arrancado de dos lugares. ¡Y ahora está en un tercero! Si el pasado es garantía del futuro, ¡pensará que éste solo es temporal como las otras veces! Hay, pues, un desfase enorme entre el compromiso y la certeza del padre –que esta totalmente convencido que el niño se quedara “siempre” con él–, y la percepción del niño, que espera, con gran probabilidad, ¡volver a partir
pronto o algún día!

También despista mucho a los padres que por ejemplo el niño pida cada día, sin parar, si ellos le quieren o si está exageradamente
aterrorizado cuando lo riñen, aunque sea por una pequeña falta. Esto hace que sean también muy ansiosos ante todos los cambios: traslado, cambio de guardería, cambio de habitación, separación de los padres, etc.

Es necesario, pues, meterse constantemente dentro de su piel y entender que nada es permanente para ellos. Es necesario repetir nuestro amor incondicional, diferenciar entre un comportamiento que no queremos y el que queremos, a pesar de sus pequeños desvíos de conducta.

Es necesario tener una gran estabilidad en nuestros hábitos, en el modo de cuidarles, los colegios, las casas, etc.

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